Como explica Robert Kagan en sus libros, en el momento en que Estados Unidos ha dejado de imponer la democracia en el mundo, la democracia ha empezado a flaquear. Incluso los países que se han beneficiado más del orden liberal norteamericano, en las últimas décadas, contribuyen a debilitarlo. 

Macron menosprecia la OTAN y busca la complicidad de la Hungría autoritaria para pedir el acercamiento de Europa a Rusia. España escarnece el principio de autodeterminación y trata la libertad de Catalunya con la misma grosería que condujo a la última Guerra Civil y a la última dictadura, después de un siglo y medio de decadencia y descalabros. 

Como pasa en las familias cuando los herederos reciben las cosas regaladas, las democracias han enfermado de hedonismo, de avaricia y de autoodio. El único país libre que lucha para no dejarse atrapar por el virus de la autodestrucción es Inglaterra que rema para alejarse del continente, a pesar del peligro que corre de perder por el camino a Irlanda y Escocia.

Poco a poco las fronteras del oasis norteamericano creado después de la Segunda Guerra Mundial se van empequeñeciendo asediadas por el efecto desertizador de la dejadez y del falso idealismo. La Unión Europea sacraliza la democracia pero ni ha trabajado para enriquecer sus mecanismos de representación ni ha invertido en investigación militar para poder defenderse de las presiones crecientes de las potencias autoritarias.

China olvida que no habría levantado la cabeza, ni mucho menos habría podido vivir esta última década prodigiosa, sin la democratización de la India y del Japón, y de otros países de la zona, forzada por los Estados Unidos. Los chinos, igual que los rusos, socavan el orden liberal a la vez que lo utilizan para enriquecerse. Como hace España con la Unión Europea, abusan de una situación que tarde o temprano se volverá insostenible.

La jungla vuelve y un señor que habla con ministros me dice que el PSOE se plantea convertir a Oriol Junqueras en el nuevo virrey de Catalunya. Como que si se mira hacia el futuro solo se ve la disolución final del imperio español, Madrid trata de reeditar la fórmula de los años ochenta, que José Antich ya describió en su libro sobre Jordi Pujol, El Virrey. 

Entonces la Guerra Fría y las ganas de dejar atrás la dictadura, imponían a Madrid y a Barcelona una cierta disciplina y contención. Ahora nos encontramos en aquel punto tan típico de las relaciones internacionales de final de época, en el cual dos países quieren rebajar la tensión y no pueden porque entremedio han dejado crecer un lío selvático de malentendidos e intereses perversos.

Tanto da, pues, si Junqueras fuerza unas terceras elecciones, o se deja seducir por las sirenas españolas, porque la situación empeorará igualmente. El independentismo todavía habla sobre la democracia y sobre las libertades sexuales como si estuviéramos en los años de las consultas y no ve que los tiempos han cambiado. Nos adentramos en una época de pulsiones oscuras y a Catalunya solo le quedan, para defenderse, la inteligencia, la familia y las ganas de vivir. 

El Front Nacional es un borrador torpe, sin pensamiento ni capital humano, del partido conservador que el país necesitaría. Primàries quiere entrar en la política nacional pero no deja de ser una casa de sombreros controlada por Toni Castellà, es decir, por Puigdemont, es decir, por dos políticos putrefactos que harán todo lo que haga falta para no caer de la rueda.

En Europa y en España la identidad ganará bastante porque el capitalismo ha abandonado la democracia y el sentimiento de pertenencia es lo único que queda cuando se evaporan las ficciones del bienestar material. Desde hace unos meses el viejo pujolismo ya trabaja con Quim Torra para crear un mártir alternativo al preso Junqueras que represente a los catalanes. 

Supongo que en este punto de la película empezamos a ser conscientes de que ni la verdad ni la democracia necesitan mártires.