La crítica que Jordi Amat ha publicado sobre el primer libro de Josep Sala, La generació tap, me ha puesto nostálgico. Me ha recordado una conversación que tuve con el periodista Pérez Colomer el junio de 2015, cuando Andrea Levy se fue a Madrid. Llamó para enredar —entonces España era amor, igual que Oriol Junqueras— y le anticipé que el Estado intentaría quemar a la generación de los setenta y de los ochenta para salvarse.

Si lees la crítica de Amat, que era un chico que trabajaba y que se tomaba las cosas seriamente, a pesar de que nunca fue brillante, ves el trabajo que ha hecho el camión de la basura de la Transición. Desde que me doctoré en 2005, he visto como la mayoría de amigos y conocidos bajaban el listón por encima de sus posibilidades. Ya no hablo de mis mentores —estos que Sala dice que son un tapón, y que fueron víctimas de la misma trampa sin tantas herramientas para defenderse.

El libro de Sala da pereza de leer. Es la típica salida por la tangente del catalán que encuentra un tema inofensivo para desfogarse sin tomar riesgos. Pero el artículo de Amat es la caricatura de la tontería que se ha comido la cultura y la política del país, con debates cada vez más artificiales y más pequeños. Ahora solo falta que Bernat Dedéu encuentre finalmente una forma indolora de autodestruirse comiendo como un gorrión de la mano de Tatxo Benet, el pequeño Cambó de izquierdas que pagó la purpurina del 1 de octubre.

Amat tiene razón que lo mejor que se puede decir del libro de Sala es que la “prosa fluye”. Pero si Sala fuera alguien en Barcelona, el tono de su artículo sería otro y la verticalidad desacomplejada de su texto se habría vuelto pelotería y cursilería. Leyéndolo pensaba en Pau Vidal, que se mete con el señor Virgili porque si topara con Diana Coromines no saldría vivo. O con los liberales del clan de la pelotería que han impulsado este manifiesto sobre el estado de alarma que se ríe de los pobres sin pretenderlo, quizás porque cuando te escaqueas acabas diciendo tonterías. 

Las generaciones tienen en común el contexto histórico y ya se sabe que el hombre no elige sus circunstancias pero sí que puede elegir la manera de afrontarlas

El libro de Sala da pereza leerlo porque su pensamiento no tiene fuerza. ¿Pero desde cuándo el universo del diario Ara ha publicado algo que tenga fuerza? Todavía recuerdo la fotografía del señor Broggi abrazando a un negrito en la primera portada del diario, como si Catalunya necesitara África para ser independiente o para respetar su historia. El libro de Sala es mejor que esto, pero no deja de ser una sarta de anécdotas banales pretendidamente representativas, vestidas de pedagogía.

El libro de Sala es hijo de la cultura que critica y no se entiende sin la épica de la debilidad que ha promovido el procés. Es un adversario hecho a medida de Amat y, sobre todo, ayuda a los señores del Ara y Mediapro a cobrarse las inversiones que hicieron en las comedias de los políticos. Sala dice que votaba el PSC porque no creía que la independencia fuera posible; visto el enfoque del libro me parece que el problema no era la independencia sino la falta de carácter del autor y sus amigos.

Por ejemplo, estoy seguro de que si Adrià Pujol no hubiera contrahecho su empordanismo, Sala habría escrito otro libro, igual que Amat no habría tenido el valor de comparar la última legaña de la Transición con el Quadern gris de Pla. Si Dedéu no fuera un perezoso como una casa no se dejaría tentar por Benet, después de haber insultado a Carles Capdevila incluso después de muerto. Si Dedéu fuera capaz de acabar un libro, Anna Punsoda no haría tuits de vergüenza ajena para disimular su potencial inmenso.

Las generaciones tienen en común el contexto histórico y ya se sabe que el hombre no elige sus circunstancias pero sí que puede elegir la manera de afrontarlas. Como la mayoría de catalanitos, Sala ha buscado un tema de insatisfacción general para justificar su insatisfacción concreta. Lo puede hacer mejor, o se puede dejar atrapar por el camión de la basura de la Transición como el negrito de Banyoles y sus imitadores. Si quiere hablar de la generación X le diré que, de momento, el único amigo que yo he visto vender su talento por un precio decente ha sido Salvador Sostres. 

Debe de ser por eso que Sostres aguanta mejor que los puritanos que lo desprecian y pinta más en la historia de nuestro tiempo que todos los nombres que he mencionado. Si Dedéu se presenta con Benet a las elecciones del Ateneu, perderá y acabará igual que Francesc-Marc Álvaro, el autor de Per què hem guanyat. Si se presenta solo, será un héroe aunque pierda y, a diferencia del libro de Sala, la chapucería de Amat o el oportunismo de Pau Vidal, su ejemplo seguirá siendo fuente de inspiración.

Como ya hemos visto en el procés, vivimos una época difícil, pero el futuro está abierto y nunca había sido tan fácil acabar llorando con patetismo lo que no has sabido defender en serio. Ahora todo sale de dentro, incluso el mal que nos hacemos intoxicados por la desorientación de las élites que intentan salvarse de sus estupideces usando la fuerza cruda y ciega del dinero.