Los rusos se despanzurran y nosotros estamos en campaña electoral permanente. A pesar de que se pueda parecer que la democracia se encuentra en peligro más en Rusia que en España, la amenaza a la libertad es global. España es una democracia constitucional que, como ya han demostrado varias instancias imparciales, es deficitaria porque está contaminada por el nacionalismo español. Se pudo constatar hace unos días con ocasión de la elección de los nuevos alcaldes de Barcelona y Girona. Este déficit democrático ha provocado los conflictos políticos más relevantes desde hace una década: el 15-M y el Procés, que han sido, más el segundo que el primero, los movimientos más relevantes a favor de la democracia del siglo XXI catalán. Como señalaba Josep Fontana, es imposible que quien reprime un alzamiento popular tenga la misma perspectiva de los hechos que sostienen los reprimidos. A finales de su vida académica, el historiador trató de comprender a sus vecinos que año tras año llenaban las calles los Once de Septiembre o bien que fueron a votar en masa en la consulta del 9-N de 2014. En el libro titulado La formació d'una identitat (Base, 2014), realizó un esfuerzo intelectual sin parangón, pero fue reiteradamente criticado por su familia política, los comunes, y le dio miedo publicarlo en castellano debido a la crítica de los historiadores españolistas. Lo acusaban de venderse al nacionalismo catalán y de haber perdido la cordura por repetir, aplicado al conflicto nacional español de aquel momento, lo que ya había escrito muchos años antes sobre los bombardeos contra Barcelona del general Espartero. Quien se ve obligado a refugiarse para evitar las bombas no explicará los hechos del mismo modo que quien las ordena lanzar. 

La política es también relato. Y el españolismo lleva tiempo intentando imponer el suyo después de conseguir contener la revuelta catalana de 2017. Una concreción reciente es la disparidad de relatos entre unionistas e independentistas sobre la forma de explicar los movimientos para elegir a los alcaldes de Barcelona y Girona, que son contradictorios con otras alianzas locales de republicanos y junteros, que han incitado a las habituales trifulcas internas y han dado protagonismo al PSC. Un claro ejemplo de ello son los pactos en las diputaciones de Lleida y Tarragona, que los republicanos han pactado con el PSC para evitar que Junts las presidiera, lo que es muy diferente al caso de la Diputación de Barcelona, porque Junts y Esquerra no tienen la mayoría para forzar el cambio. En Barcelona, el nuevo alcalde, Jaume Collboni, encabeza la coalición unionista que incluye al PP, que se supone que es la derecha que el PSOE intentará derrotar en las elecciones del 23-J, para cerrar el paso a un gobierno de Junts y Esquerra con Xavier Trias como alcalde. La intención del pacto, además de responder a una ambición de poder sin ningún tipo de escrúpulos de Collboni y Colau, tiene un trasfondo españolista evidente. En Girona, en cambio, el cupero Lluc Salellas, con una propuesta centrada, amplia y transversal, ha conseguido que en veinte años la izquierda independentista gerundense pasara de representar el 1 % del electorado a “asaltar” la alcaldía. Mientras la CUP nacional cada vez es más irrelevante, uno de sus dirigentes, que pertenece a linaje gerundense lleno de políticos, ha propiciado una mayoría independentista, que sustituye a la coalición de 2019 entre Junts y Esquerra, para desbancar a la socialista Sílvia Paneque, que fue quien ganó las elecciones. La unión, la síntesis, y un liderazgo claro, casi siempre se traduce en unos buenos resultados en las urnas. La desunión y las peleas solo dan argumentos a los propagandistas del abstencionismo. No es que no tengan razón, porque los partidos del Procés han decepcionado mucho, pero, repito lo que ya argumenté la semana pasada, que es mejor tener alcaldes de Junts, Esquerra y la CUP que regalar el poder, por pequeño que sea, al enemigo. 

La unión, la síntesis, y un liderazgo claro, casi siempre se traduce en unos buenos resultados en las urnas. La desunión y las peleas solo dan argumentos a los propagandistas del abstencionismo. No es que no tengan razón, porque los partidos del Procés han decepcionado mucho, pero, repito lo que ya argumenté la semana pasada, que es mejor tener alcaldes de Junts, Esquerra y la CUP que regalar el poder, por pequeño que sea, al enemigo. 

El sistema electoral español permite trenzar las alianzas que han convertido en alcaldes a Collboni y a Salellas. Cada partido elige la opción que favorece más a sus intereses. Se supone que elegir una opción u otra tiene en cuenta el sentimiento de sus votantes. Si no es así, el partido “traidor” acostumbra a pagar las consecuencias en las elecciones siguientes. Ada Colau no consiguió movilizar a su electorado, y por eso hoy no es alcaldesa. Si hubiera quedado en segunda posición, habría hecho exactamente lo mismo que ha hecho Collboni. Ya lo demostró en 2019. Por lo tanto, no es ninguna hipótesis. Lo que ha ocurrido en Barcelona no responde a los intereses de los electores catalanes de las franquicias en Cataluña de los partidos españoles, sino directamente a las expectativas del PP y el PSOE en España. Del mismo modo que sacar a pasear el fantasma de ETA en una campaña electoral municipal, cuando hace más de una década que los etarras depusieron las armas, responde a una estrategia de desgaste del PP contra el PSOE, impedir que en Barcelona gobiernen dos independentistas blandos beneficia las dos versiones del nacionalismo español. Combatir el independentismo da réditos a los socialistas y a los populares, e incluso a los populistas de Sumar, que se ponen nerviosos cuando los comunes apelan a un posible referéndum como solución al conflicto que el estado tiene planteado en Cataluña. Yolanda Díaz no es Pablo Iglesias, como Julio Anguita no era Santiago Carrillo. Sumar nace para ser la muleta del PSOE, al tiempo que ayuda a desarticular la izquierda nacionalista en lugares como el País Valenciano, absorbiendo a Compromís, que, como Esquerra, todavía no sabe explicarse por qué ha perdido más de cien mil votos. En Galicia ya saben de qué pie calza Yolanda Díaz, y por eso el BNG huye de ella como del agua hirviendo.

Mientras no aparezca una alternativa organizada, que no tenga vocación marginal, sino que se proponga agrupar a unas mayorías amplias, como ha hecho Salellas en Girona, propugnar la abstención en las próximas elecciones españolas no tiene sentido. Es antipolítico. Si los que lo defienden fueran menos pasionales y tomaran las decisiones con una visión general y no solo interna, supongo que se darían cuenta de que, como ha ocurrido en Barcelona, el relato españolista convertiría la minoración de Junts, Esquerra y la CUP en el Congreso de los Diputados en la derrota total del independentismo. La ANC no nació para emitir opiniones partidistas, aunque los partidos la hayan querido manipular desde el comienzo, del mismo modo que hoy una pequeña casta empuja al suicidio a la organización cívica que fue fundamental en la pasada década soberanista. No creo que Míriam Nogueras haya cambiado mucho desde que la conocí como representante del Centre Català de Negocis en varias tertulias televisivas y radiofónicas. Cambió de rol y de opinadora pasó a la acción política concreta, con todos los condicionantes que comporta hacer una opción como esa. Estaría bien que recordaran esto todos los que aspiran a hacer política y ahora son muy patrioteros con la pluma en la mano. Ella debería comprometerse a dejar a un lado las ambigüedades de la campaña electoral de Trias para inspirar confianza a los electores que se abstienen por desesperación. El independentismo creció cuando demostró tener una mentalidad ganadora. En una época de campaña electoral permanente, la mentalidad de derrota solo puede tener como resultado un gran fracaso.