“Dijiste que hagamos / un pequeño sacrificio / y por el bien de todos / te sacrificaremos a ti”
Habrá una guerra en las calles. Enrique Bunbury
No existe decisión más grave y de consecuencias más devastadoras que la de la huelga de hambre. Sólo profundas convicciones y una sensación de injusticia intolerable pueden llevar a un ser humano a realizar un sacrificio de tamaña magnitud, con efectos potencialmente tan devastadores para él y su familia y con un recorrido difícil, doloroso e incierto. No es posible minusvalorar ni banalizar el alcance de una medida de este calado. Es estremecedora. De alguna forma es el botón nuclear de la lucha no violenta, el arma final, el punto más allá de cualquier otro.
Mis respetos a la coherencia y el coraje de Sànchez, Turull, Rull y Forn. No es posible no conmoverse ante los que creen necesario llegar a tomar una decisión así. Todos ellos han aceptado la llegada del máximo sacrificio. Con todo, me van a permitir que exponga los hechos que creo que es necesario tener en cuenta para valorar no sólo las consecuencias personales y políticas sino, además, los resultados efectivos que tan enorme sacrificio puede producir en este momento concreto. No es esfuerzo vano valorar si arma tan poderosa debería haber sido detonada en este instante. Estudiar si un sacrificio tan grande se compadece con los problemas que, en realidad, puede crear a quienes son los destinatarios de la solemne y trágica protesta.
Las huelgas de hambre de presos preventivos no son una novedad en España. El sistema judicial ha hecho frente a varias de ellas. Los tribunales no han dudado nunca en instar la alimentación forzada llegado el caso y la doctrina constitucional prima claramente el derecho a la vida y a la salud sobre la capacidad de decisión del interno. Nunca una huelga de hambre de presos preventivos ha movido ni un ápice a ningún tribunal. La reclamación de que el Tribunal Constitucional agilice los tiempos de respuesta a los recursos es una reivindicación justa pero he de decir que, en este momento, ni siquiera estamos en una dilación que pueda considerarse maliciosa. Y miren que soy la primera que siempre ha sospechado del manejo de los tiempos que hicieran pero, en mi opinión, estas aún no se han concretado de forma clara. ¿Por qué entonces detonar ahora la bomba atómica? Entiendo que existen circunstancias políticas internas entre las diferentes sensibilidades y partidos del independentismo y de los propios presos que pueden pesar en la balanza pero, sobre ese extremo, en este medio y entre sus lectores existen personas que tienen mucho más que decir que yo. Hablo en términos prácticos de la realidad de los tribunales nacionales.
Las huelgas siempre tienen un componente de indignación, otro de reivindicación y otro de sacrificio, pero siempre buscan poner en aprietos a aquel que se considera injusto
Hay un caso histórico de una huelga de hambre que sí hubiera podido poner en graves aprietos al tribunal y al juicio que se desarrollaba y fue la emprendida por cuatro procesados en el juicio del 11-M. Nunca antes un grupo de procesados había iniciado tal protesta en medio de la vista oral. “A partir de hoy, 10 de mayo, estoy en huelga de hambre indefinida porque se me procesa en esta causa por meras adivinanzas (...) no tengo nada que ver con estos hechos y no puedo aguantar más esta injusticia”, escribió en un papel que colocó sobre el cristal blindado de la pecera de los acusados Rabei Osman. Otros dos habían dejado notas parecidas en Alcalá-Meco antes de la conducción ante el tribunal. El órdago subió a huelga de sed. El tribunal afrontaba un reto gigantesco. Un delito grave no puede juzgarse en ausencia de los acusados, ¿significaba eso que si de la huelga se derivaban daños físicos que impidieran conducirlos el juicio debía parar?, ¿había tiempo para terminarlo con sesiones maratonianas antes de que los procesados se deterioraran tanto como para no poder asistir? Llegaron a ser 14 los acusados en huelga de hambre con toda España y medio mundo asistiendo al juicio en directo. El tribunal estaba dispuesto a ordenar la alimentación forzosa, pero toda la prensa internacional desde Estados Unidos a Australia, pasando por Emiratos Árabes o China se hizo eco de esta protesta. Finalmente, ellos mismos la abandonaron y el juicio prosiguió, pero sólo quienes lo vivimos desde dentro podemos afirmar hasta qué punto la situación se pudo haber complicado para llevar a buen término el proceso. Trece días duró el ayuno.
En aquel momento los huelguistas podían intentar paralizar el juicio y poner en aprietos a Instituciones Penitenciarias, y por ende al Ministerio del Interior, dado que el problema se desarrollaba en cárceles madrileñas. En este caso que nos ocupa, en el supuesto de que el tribunal enjuiciador decidiera medidas de alimentación obligatoria, sería la propia Generalitat las que tendría que hacerlas ejecutivas.
Siempre he defendido que no sólo las acusaciones sino la prisión preventiva de los políticos catalanes son inadecuadas y fuerzan de forma manifiesta las líneas de un estado de derecho sano. Entiendo que haya quien no soporte más este compás de espera ante un juicio en un estado de opinión bloqueado en la Sala II y con dudas sobre la imparcialidad de sus jueces. Lo que no tengo claro es si el sacrificado movimiento tiene efectividad real en este preciso momento o si va a debilitar a quienes lo han adoptado sin causar mella en aquellos a los que pretende hacer llegar su protesta. Las huelgas siempre tienen un componente de indignación, otro de reivindicación y otro de sacrificio, pero siempre buscan poner en aprietos a aquel que se considera injusto.
Tampoco hay que olvidar que si alguno de los que defienden otra cosa, los que han decidido que la huelga no es el camino, piensan que una actitud más calmada traerá mejores réditos al final, contando quizá con un indulto tras una condena de la que pocos dudan, esos deben recordar que eso tampoco está en manos políticas absolutamente sino que, al final, es controlado también por el Tribunal Supremo. Sí, por esa sala presidida por el Señor de las Hipotecas. Así que tampoco es esa postura fácil.
Mientras, en Madrid, apenas se habla de algo tan dramático. Piensen algunos por qué.