“Quisiera ver cómo gobernaría usted a esas almas ardientes y que se pasan el día leyendo la historia de la Revolución Francesa, con jueces que absolvieran a los acusados”

Stendhal. La cartuja de Parma

Oía estos días el alborozo de algunos por lo que consideran el inicio de una quiebra entre las diversas fuerzas políticas independentistas. Pensaba en cuánto les gustaría saber, a ellos y al Estado, cómo poder agrandar esa brecha y provocar la ruptura de un bloque heterogéneo cuya unidad de acción ha sido la mayor sorpresa política y la mayor amenaza a la unidad de España que se haya producido nunca. Muchos creen por ello que el divide y vencerás es un aforismo enormemente adecuado en la cuestión catalana. Muchos, incluso en Catalunya.

No obstante, no siempre el trépano está donde se espera ni trabaja a la vista. Sería mucho más fácil dinamitar los objetivos unitarios del independentismo usando como medio el juicio por rebelión que comenzará pasadas las Navidades. Podría perfectamente conseguirse un resultado que admitiera solución posterior por la vía política para los presos en España y que dejara definitivamente en un limbo permanente a los cinco expatriados. Crear un nuevo mito del catalán errante o, si no, obligarlos a entregarse en un horizonte en el que ya no quedase apoyo ni opciones políticas y con una Catalunya volcada en otras lides. Sería factible convertir en papel mojado toda la estrategia jurídica internacional desarrollada hasta ahora y que nunca la justicia europea llegara a pronunciarse sobre la ausencia de materia delictiva en la búsqueda de la independencia catalana. Sería tan sencillo que debe resultar muy tentador.

Les invito a un pequeño viaje de justicia-ficción. Vengan conmigo a Las Salesas ―sede del Tribunal Supremo― en un día indeterminado de, tal vez, finales de enero. Sientan el frío sólo alterado por los focos de las innumerables cámaras. Buscarán las caras de esos jueces a los que tantas veces se ha retratado y de esos fiscales inamovibles en su acusación y, cómo no, de los acusados. Hoy, sin embargo, nos interesa más echar un vistazo a la bancada de las defensas. No cabe duda de que un juicio así puede afrontarse de dos maneras: defendiendo la inocencia de los acusados respecto de los delitos de los que se les acusa o bien defendiendo que no se han producido tales delitos, que existe una construcción para convertir lo político en penal y que tal atipicidad de los hechos objeto de debate ya ha sido apreciada por tribunales de otros países de la UE. Digamos que existe una forma convencional y otra frentista de llevar a cabo la defensa de los políticos catalanes procesados. Una que no se enfrente al sistema, a sabiendas de que se puede apostar por una condena y de que sólo se podría ir a Estrasburgo alegando una vulneración de garantías de debido proceso sin viabilidad, y otra que pretenda poner al Tribunal Supremo frente a sus anomalías procesales y su vulneración de garantías según los estándares de la Unión Europea y luego acudir al TEDH a por todas. ¿Sabemos qué tipo de juicio se verá en esa fecha? De lo que no cabe duda es del tipo de juicio que le interesa al sistema, que es aquel que no deje al descubierto cómo se han ajustado las garantías y los derechos al viejo aserto de que el fin justifica los medios y a la todopoderosa razón de Estado.

Muchos creen que el divide y vencerás es un aforismo enormemente adecuado en la cuestión catalana

Hay que reparar en que lo que parece una exitosa y brillante estrategia internacional por parte de los equipos jurídicos de Puigdemont y de los exconsellers no existe ahora mismo para nada en el procedimiento especial, ya que se abrió una pieza separada respecto a ellos que permanece detenida y sin reclamación. Un limbo en toda regla. Lo que no está en el procedimiento no existe así que, ahora mismo, sólo los abogados que se encuentran personados en nombre de los nueve presos pueden delimitar cuál será la estrategia a seguir. Ninguno de los otros, por muy famoso que se haya hecho entre los indepes, tendrá nada que decir si no es designado por uno de los enjuiciados.

Si yo tuviera que destripar a los independentistas sé muy bien lo que buscaría y no estoy yo muy segura de que otros no lo hayan visto también. Diseñaría un juicio sin enfrentamientos con el sistema en el que, con toda probabilidad, la fiscalía acabará proponiendo la sedición como alternativa y quizá otras fórmulas que permitan bajar la pena. Una vez conseguida la sentencia firme pues... ¿por qué Cunillera y otros hablaban tanto estos días pasados de indultos por aquí y de indultos por allí? No sé, pero ahí está la hemeroteca.  En este punto se habría llegado sin duda a la solución para los nueve encarcelados, pero empezaría el fin de la de los cinco expatriados y de que hubiera un pronunciamiento europeo sobre la forma en la que España ha manejado esta cuestión. Se quedarían allí sin estar reclamados, sin poder acudir a Estrasburgo y sin tener otra opción que permanecer en el limbo eterno o acabar volviendo a España a someterse a todo el procedimiento y asumiendo el fracaso de su opción. Si esto sucediera ¿resistiría la unidad? Si esta es la opción preferida de Junqueras o si fuera en la práctica la de alguno o la de todos los procesados, ¿quién o quiénes se sentirían traicionados y por quién?

Es muy posible que estas tensiones se estén desarrollando ya. Hace unos días un medio madrileño conservador hablaba del malestar de las defensas de los políticos presos por el hecho de que Gonzalo Boye los hubiera visitado en verano en las cárceles catalanas “por la puñalada laboral que supone intentar quitarte a un cliente”, algo que suena poco probable en este contexto y que el propio abogado les negaba. De paso, la información dejaba claras las tensiones soterradas entre ERC y PDeCAT por la cuestión de los presos y decían que el contacto de los abogados de los de dentro con los abogados de los de Bruselas está roto. Hay quien no da puntada sin hilo. El hecho de entrar o no en ese juicio no es, desde luego, una cuestión de hacerse una minuta.

Quería pintarles el panorama. Otros creo que ya van mojando los pinceles.