Dan Brown ya debe estar frotándose las manos, porque la Iglesia Católica le está sirviendo un nuevo guion estilo Codi Da Vinci para una película de intrigas vaticanas que ni los más atrevidos sabrían inventar con tanta precisión. Los ingredientes, un clásico: poder, sexo, religión, corrupción y crímenes. Tensión entre facciones diferentes, defensa de la verdad, exigencia de purificación. Incluso se habla del Demonio infiltrado. El trasfondo: el Vaticano y la mayor potencia del mundo, los Estados Unidos. Mientras Brown se lo piensa, los jefes de prensa de todas las diócesis del mundo donde el asunto Viganò ha salpicado están poniendo en práctica las estrategias que han aprendido, y la mayoría lo hace bien: emiten comunicados, piden perdón en los casos de los abusos sexuales y se comprometen a informar puntualmente y a trabajar para que se conozca la verdad de los hechos y se haga justicia. Pero cuando se mezclan las fakenews, las cartas envenenadas y los ataques sin escrúpulos, se hace difícil dilucidar la verdad. La carta-informe del ex nuncio en Washington, Carlo Maria Viganò, donde denuncia encubrimientos en el caso del ex cardenal McCarrick, ha conseguido que se hable en términos de "guerra" en el seno del catolicismo. Este viejo arzobispo jubilado pide la renuncia de Francisco, y con él todo un grupo de anti-bergoglianos del mundo se ha animado y gritan a crucificar a un Papa que no los convence, por condescendiente, poco riguroso y desorientado. Lo hacen en nombre del bien de la Iglesia. Lo que es insólito es que muchos de los que hablan contra el Papa son obispos y se suma algún cardenal. Una auténtica rebelión interna, en la cual la Santa Sede por ahora, en palabras de Parolin (el Secretario de Estado), no ha querido reaccionar más que diciendo que el Papa está sereno a pesar de la amarga situación.

Viganò asegura que el 23 de junio de 2013 habló personalmente con el Papa Francesc y le notificó que McCarrick había dormido durante años con seminaristas. Por este motivo, el 2009 o el 2010 el Papa Benedicto le había impuesto unas sanciones, que parece que no cumplía. El asunto se complicó cuando se supo que había habido un caso de abuso de menores. Viganò revela ahora que el Papa lo escuchó pero no le hizo caso. Lo que es cierto es que si estas sanciones existían, o el Papa Benedicto no tenía bastante fuerza para controlar un cardenal potente como el de Washington, o simplemente no existían. McCarrick se siguió viendo en actos público con toda normalidad, y son muchas las imágenes y palabras que los periodistas están haciendo salir a la luz. Incluso han aparecido cortes de voz en que Viganò (el acusador) alaba y manifiesta estima por el cardenal McCarrick (el desobediente).

Ni Benedicto XVI era bobo, ni el Papa Francisco es un incauto

Ni Benedicto XVI era bobo, ni el Papa Francisco es un incauto. Bergoglio no es un papa políticamente correcto, y carga sobre sus hombros con una Iglesia enferma, como dice Alberto Melloni, clericalitzada, abusadora del poder. Una catastrófica situación para un pontífice que ya empieza a ser mayor. Sus detractores piden bajo un estado casi febril una "purificación" y una reforma. Uno de sus portavoces es George Weigel de Washington, conocido biógrafo de Juan Pablo II. Más que preocuparse por los abusos sexuales, quieren hacer limpio y evitar que el Papa continúe su misión. Una batalla contra él en toda regla, con unos tiempos muy calculados (no es coincidencia que salga ahora después del doloroso informe de Pennsylvania que corrobora abusos de más de 300 seminaristas), ni que haya salido cuando el Papa estaba en Irlanda en un encuentro mundial de familias. Medios católicos de la derecha americana están dando apoyo a la guerra contra el Papa. Las guerras hacen emerger lo más visceral, y esta campaña de erosionar al Papa está cogiendo tonos beligerantes poco edificantes, especialmente entre los católicos norteamericanos, muy divididos. La solución no es a corto plazo, pero sí necesita determinación para no caer en una pseudo-cisma, en el que no se reconozca la autoridad papal, uno de los principios del catolicismo, y se formen mil capillitas más, uno de los vicios del catolicismo. Dentro del caos emergen tres certezas. Primera: el Papa Francisco ha causado sólo con su existencia como pontífice una urticaria inmensa entre los más conservadores que piden su cabeza. Segunda: el caso de los abusos sexuales por parte del clericato clama en el cielo y pide rapidez y determinación, ya que está erosionando la credibilidad de la institución. Y tercera: la Iglesia es muy plural, y los que la querían poner en el mismo saco, tienen dificultades. Y quizás su salvación le vendrá de esta enorme plurivisión y de su apertura al cambio y a la reforma. Este último punto es el que puede garantizar una salida del complot.