Cuando en febrero se dio cuenta de que le tocaría estar irremediablemente confinado, el director de cine Martin Scorsese (Nueva York, 1942) sintió ansia, "una nueva ansia", la de no saber nada. Ni si podría salir, ni cuando vería a su hija, ni si podría iniciar la película que tenía en la cabeza. Aquella pausa forzada lo trastornó. El director de Taxi Driver o La última tentación de Cristo tiene 77 años pero sigue con ganas de hacer películas. Un católico de trayectoria sinuosa como él, de ascendencia italiana, casado 5 veces, con una visión poética de la vida indiscutible, tiene que poder seguir haciendo cine, no sólo por su visión sobre la culpa —uno de los directores que mejor la tratan—, sino por la descripción que hace de la violenta sociedad norteamericana. Pero la pandemia lo ha dejado sin equipo ni posibilidades, por ahora, de rodar nada. Nueva York ha sido uno de los epicentros del virus, y todo se ha paralizado.

Él, como tantos otros, ha vuelto a los aspectos esenciales de su vida, a sus amigos, a la gente que ama, a las personas que tiene que proteger

Scorsese es amigo del jesuita Antonio Spadaro, que cuando lo invitamos a Barcelona nos explicaba allí en un rincón del Estevet que el director es un conversador irresistible. Ya lo creo. Spadaro ahora ha vuelto a entrevistar, en la revista Civiltà Cattolica, a Martin Scorsese, que le confiesa que se imaginó que podía morir en su habitación en Nueva York durante el confinamiento. Un espacio que dejaba de ser refugio para ser una prisión. Scorsese encarna lo que han vivido muchos ciudadanos del mundo: nos hemos imaginado en algún momento que todo podía detenerse, allí donde estábamos, sin posibilidad de movilidades, desplazamientos, escapatorias. Él, como tantos otros, ha vuelto a los aspectos esenciales de su vida, a sus amigos, a la gente que ama, a las personas que tiene que proteger. Las preguntas banales se han vuelto vitales. ¿Cómo estás? ¿Estáis bien? Estas preguntas han sido los detonantes de un descubrimiento: que no es que estemos unidos y juntos en la pandemia, sino en la vida, en la existencia. "Nos hemos convertido en uno", ha confesado Scorsese a Spadaro en la entrevista. Cuando Scorsese realizó Toro salvaje, anhelaba estar solo en una habitación y poder pensar, y el coronavirus le ha brindado el momento de soledad que su mente había prefigurado. A la fuerza. Quizás nunca habría encontrado aquel momento para detenerse. Scorsese, desde su vejez, se dirige a los jóvenes y los felicita para vivir estos momentos "iluminadores": siempre se quejan de que nada cambia, pues ahora sí, y mucho, y nada volverá a ser igual. En sus reflexiones, el cineasta no busca culpables de la pandemia. Saca lo mejor: lo que él ha redescubierto. Si ya era bueno retratando las entrañas humanas, el confinamiento puede haber forjado un director todavía más afilado que nos diseccione del todo. Para después recomponer, si salimos adelante, lo que se pueda.