Imponer la religión, como imponer el ateísmo, es mal negocio. Hay una diferencia rutilante entre constreñir y adoctrinar o informar y explicar la religión. Las escuelas, las universidades y los centros de formación son espacios para formar integralmente a las personas, no solo a trocitos. Ofrecer información y formación de las convicciones religiosas y de las opciones agnósticas y ateas tiene beneficios: no se trata de inocular en vena dogmas y rituales, sino de proporcionar pistas para ir por el mundo. Y también de mantener una cultura general que permita descifrar el mundo. Una herramienta que resulta útil cuando viajas, pero también cuando caminas sin salir de tu barrio. Y dotar de herramientas a personas en formación para su desarrollo también personal, ético y social es positivo. La información puede favorecer a personas más libres y dotadas de datos para poder orientarse y proteger contra pseudopropuestas que se presentan como sólidas.
La educación religiosa fomenta valores fundamentales como el respeto y la empatía. Hoy hay un déficit de querer entender a los otros y se detectan jóvenes encapsulados en su mundo sin sensibilidad para querer entender qué pasa fuera de su carcasa. Exponer a una persona joven a aprender sobre diferentes creencias mundiales es una manera de promover la cultura del respeto y la comprensión, sin querer decir que estén destinados a compartirlo. Pero sí a situarlo, conocerlo y saber de su existencia. Se da un fenómeno muy difundido con la experiencia Erasmus entre los jóvenes. Dejan la comodidad de casa durante unos meses para ir a otro país, y cuando vuelven comentan la diversidad religiosa "tan evidente" de Amsterdam, París, Lisboa o Atenas, como si fuera una excentricidad o una novedad. Para no referirnos a los estudiantes que viajan a Corea, Australia, Egipto o Tailandia. La cohesión social se juega también con la mente formada. Con conocimiento. Los valores de la responsabilidad, la justicia, la compasión o la misericordia, que tantas religiones propugnan, son brújulas que determinan los actos de millones de creyentes por el mundo. También de millones de personas agnósticas o directamente ateas. Pensar que la religión o la no religión son insignificantes es reducir la propuesta educativa y desproteger a las personas de conocimientos básicos para ir por el mundo, no solo culturalmente.
No se trata de inocular en vena dogmas y rituales, sino de proporcionar pistas para ir por el mundo. Y también de mantener una cultura general que permita descifrar el mundo
El sentido de la vida y de la muerte es una preocupación de todas las religiones, y negarlo es un empobrecimiento social. La COMECE (Comisión de las Conferencias Episcopales de la Unión Europea, composta por todas las conferencias de todos los Estados miembros de la UE), es la entidad que dialoga entre la Iglesia y la UE, y esta semana ha planteado el futuro de la educación religiosa en Europa. Dr. Katharina von Schnurbein, Coordinadora por la lucha contra el antisemitismo y fomento de la vida judía de la Comisión Europea, sostenía que la educación religiosa fomenta valores, "pensamiento crítico y convivencia en un mundo diverso y polarizado" y defendía que "conocer la propia religión ayuda a entender la cultura y facilita el diálogo interreligioso". Es partidaria de "proteger la educación religiosa de minorías para reforzar identidades y combatir la discriminación".
La educación religiosa se encuentra en un contexto de destradicionalización, individualización y pluralización, especialmente en grandes ciudades. Eso implica una sociedad postlaica y postcristiana con una diversidad de creencias en interacción constante. Si está el fomento del diálogo interconviccional para comprender al otro, se está contribuyendo a una convivencia si no pacífica, al menos no agresiva.
La educación religiosa no es un sinónimo de "clase de reli". Se puede dar con reportajes informativos en los diarios, en sesiones en un ateneo popular o en conferencias a un centro de estudios. Esta formación es una herramienta clave para afrontar preguntas profundas, éticas y existenciales propias de diferentes etapas de la vida, especialmente en contextos de luto o presión emocional. El nivel básico de educación religiosa es útil para ir por el mundo y para alimentar una cultura general que se agua y se ve falta de referentes. Conseguir distinguir entre conocimiento y proselitismo es fundamental para orientarnos y saber dónde estamos, y quiénes somos.