Sorprende el poco eco que ha tenido en nuestro país la reciente visita a Andorra del secretario de Estado de la Santa Sede, el cardenal Pietro Parolin, pasando por la Seu d'Urgell. Y más teniendo en cuenta que la visita, más allá del protocolo, ha tratado temas especialmente sustanciales y que tocan el núcleo de la estructura institucional andorrana, cosa que entiendo que tendría que ser de interés también en nuestro país.

Lo primero que hay que destacar es el nivel de la visita. El secretario de Estado es la segunda autoridad del Vaticano, justo por debajo del papa Francisco y, de hecho, esta es la primera ocasión en que alguien que ocupa este cargo visita Andorra y, si no me equivoco, también la Seu d'Urgell; y solamente por eso ya nos encontramos ante un hecho de una cierta excepcionalidad.

Pero si, además, le sumamos el hecho de que esta visita se lleva a cabo en el contexto de los rumores que circulan en los últimos tiempos sobre el futuro institucional del coprincipado eclesiástico, y de la progresiva aproximación de la fecha de jubilación del actual copríncipe eclesiástico, Joan-Enric Vives, la importancia de la visita toma mucho cuerpo, también para Catalunya.

Es sabido que, desde su nacimiento a finales del s. XIII, Andorra tiene dos jefes de Estado, conocidos como copríncipes. Uno de ellos es el presidente de Francia, heredero en este sentido de los monarcas franceses que, al mismo tiempo, habían heredado esta dignidad del Reino de Navarra y estos de los duques de Foix, los primeros que lo ostentaron. Por el lado meridional de los Pirineos, la función de copríncipe la ha ostentado siempre, en sus siete siglos de existencia, el obispo de la Seu.

Eso fue ratificado hace treinta años, en 1993, cuando la Constitución Andorrana fue aprobada por referéndum; adaptando el país pirenaico al modelo de democracia parlamentaria de matriz occidental, y consolidaba el rol de los copríncipes, aunque centrándolo en las dimensiones ya más institucionales y ceremoniales.

El runrún que en los últimos años corría sobre la eventual desaparición del coprincipado eclesiástico generaba preocupación, sobre todo en la clase política andorrana

Sea como sea, este sistema ha sido un elemento clave en la estabilidad de este microestado, que durante siglos ha ido gestionando una idiosincrasia y una situación geográfica muy particular; un marco institucional que lo ha ayudado también a navegar en medio de las tensiones que se han dado a ambos lados de sus fronteras. Un estado que se encuentra también en un momento delicado de transición en su modelo económico y en plenas, complejas y largas negociaciones para alcanzar un Acuerdo de asociación con la Unión Europea —superados y desbordados los tratados aduaneros y monetarios de hace años.

En un contexto como este, el runrún que en los últimos años corría sobre la eventual desaparición del coprincipado eclesiástico generaba preocupación, sobre todo en la clase política andorrana. Unos hacían correr que eso sería por decisión unilateral de la Santa Sede, argumentando que el actual pontífice no sería partidario de mantener esta figura de orígenes medievales. Otros, que eso sería resultado de unas tensiones que indefectiblemente acabarían llegando ante una futura, y eventual, legalización del aborto en Andorra. Y muchos lo vinculaban a la jubilación del actual copríncipe, Joan-Enric Vives, que el próximo verano alcanzará los 75 años, la edad en que los obispos tienen que presentar su renuncia a Roma.

Pues la visita de Parolin, prácticamente ignorada en Catalunya, a pesar de su trascendencia, ha clarificado el escenario de manera meridiana; eso sí, con las dosis de finezza con que tradicionalmente se ha caracterizado la diplomacia vaticana. Ni la Santa Sede tiene ningún interés en cambiar el actual estatus, ni tampoco Andorra; según trasladaron a Parolin no solo el jefe del Gobierno, Xavier Espot, también los representantes de los partidos políticos del país.

Con respecto a la cuestión del aborto, el secretario de Estado ha indicado la confianza en encontrar una solución "satisfactoria para todo el mundo", ante "una cuestión muy delicada que hay que afrontar con discreción e inteligencia". Y con respecto a la sucesión del obispo de la Seu —y copríncipe—, Pietro Parolin indicó que no parecía que tuviera que ser inmediata y que la opción del obispo coadjuntor, que se podría nombrar pronto pero no tomaría el relevo hasta que la renuncia de Vives fuera del todo efectiva, era "una buena fórmula".

Por lo que dicen los que saben, la visita ha dejado buen regusto de boca tanto a Andorra como al Vaticano y a la Seu d'Urgell. Quien conozca al actual copríncipe, sabrá que eso no es un hecho casual, como también habrá ayudado el hecho de que el secretario de Estado haga años que conoce y sigue el complejo dosier peninsular.

Y si alguien todavía tiene dudas de la relevancia para Catalunya de esta visita, dos pistas. La primera es que el primer ministro (este es el rango al cual se asimila internacionalmente el de secretario de Estado del Vaticano) de un país muy pequeño, pero muy influyente, ha pasado por los Pirineos, ha conocido la Seu d'Urgell y por primera vez ha visitado Andorra. La segunda, es de más peso y tiene forma de pregunta. ¿Partiendo de la base que, hoy por hoy, el coprincipado francés nadie lo pone en duda, en el caso —ahora de momento descartado— que el eclesiástico desapareciera, en quién recaería? ¿Seguiría el modelo del copríncipe "septentrional" y recaería en el jefe del estado que se encuentra al sur de Andorra?