A raíz de la trágica historia de Sandra Peña, una chica de 14 años que se suicidó en Sevilla el pasado 14 de octubre de 2025 a causa del acoso escolar que supuestamente sufría en el colegio Irlandesas Loreto de Sevilla, me he empezado a hacer preguntas sobre qué estamos haciendo mal como sociedad para que una chica de 14 años llegue a la conclusión de que la única salida que tiene para resolver su malestar es quitarse la vida y para que nos pase por alto que alguien (tan joven) se está a punto de quitar la vida.
Estamos tan saturados de información, nos llegan tantas imágenes trágicas (guerras, miserias, injusticias, asesinatos, violaciones…), que hemos desactivado nuestra parte más humana —el altruismo y la empatía— para poder sobrevivir (o esta es la excusa con la que nos escudamos todos). Las redes sociales y los medios de comunicación están llenos de desgracias en primer plano (y se recrean en ellas); la desgracia vende y te da visualizaciones y me gustas. Y la buena gente —supuestamente— no ha tenido más remedio que desconectar emocionalmente para salvaguardarse, y lo ha hecho poniendo un muro entre la realidad y su corazón. Esto, por un lado, por el otro, en un caso de acoso hay varias personas implicadas: la familia de la víctima, la o las personas que la acosan y las personas que ven cómo la acosan y no hacen nada. En el caso de Sandra, falló el bando que la tenía que proteger y/o que tenía que detectar lo que le pasaba y “triunfó” el bando del acosador.
En las redes sociales se está difundiendo que las escuelas no notifican las situaciones de acoso escolar y no elevan protocolos porque, supuestamente, les quitan las subvenciones si lo hacen. Según el Ministerio de Educación, esto no es cierto. De hecho, ahora mismo da igual si es cierto o no, lo que sí es cierto es que la escuela de Sandra no hizo absolutamente nada para proteger a esta chica (el desenlace lo confirma). En un caso de acoso, hablo con propiedad porque un familiar muy cercano lo sufrió y conozco el acoso de cerca, el acosador no fracasa en su intento de arruinar la vida de su víctima porque tiene cómplices que lo ayudan. El caso de Sandra no es ninguna excepción. Personas que por el motivo que sea ríen las gracias al acosador, o que incluso participan en sus actos de crueldad (insultar a alguien, reírse de él, marginarlo, hacerle el vacío, aislarlo socialmente…), o que miran hacia otro lado para no ser la próxima víctima. En el caso de mi familiar, que sufría una enfermedad crónica que afectó a su físico, se metieron —¡o qué casualidad!— con su físico (al acosador le encanta poner el dedo en la llaga de los demás para no ver su propia llaga) y le pusieron un apodo humillante para ridiculizarlo constantemente (curiosamente el acosador era más feo que un pecado y la vida lo ha puesto en su sitio). Mucha gente lo llamaba con ese apodo a pesar de saber que esto le estaba minando la autoestima profundamente. Por suerte, tuvo apoyo familiar, porque la escuela tampoco se dio cuenta de nada y todo podría haber acabado como el rosario de la aurora.
En un caso de acoso no hay un solo culpable, hay el que ejecuta el delito y los que lo ven y no hacen nada para evitarlo
El desenlace de una persona que sufre acoso (de cualquier tipo) suele ser o el suicidio o la destrucción de su autoestima, con todo lo que esto conlleva, es decir, que se convierta en un acosador como venganza o que no levante cabeza nunca más (sí, siempre hay alguien que se salva —con fuertes secuelas, eso sí—, pero normalmente las víctimas que eligen los acosadores suelen ser personas que no tienen el apoyo de su entorno). Vemos casos de acoso continuamente (en el trabajo, en las familias, en las escuelas…) y poca gente, por no decir nadie, dice ¡oye!, esto que le estás haciendo no es correcto, deberías dejar de hacerlo o tomaré medidas para pararlo. Sea por miedo a perder el trabajo, sea por miedo a ser su siguiente víctima, sea porque te da pereza meterte en un asunto que a ti no te incumbe (¡mentira!, nos incumbe a todos un acoso), sea porque eres una mierda de persona…; sea por lo que sea casi nadie hace nada para detenerlo. Si tú ves que hacen daño a alguien y no haces nada para solucionarlo o para que se sepa, eres cómplice de ello y estás ayudando al acosador a ser un acosador (lo dice la ley incluso), porque sin tu complicidad no podría serlo. Un acosador necesita cómplices, sea la propia víctima (por eso eligen a personas que ya tienen la autoestima por los suelos y que no tienen apoyo familiar) o gente/instituciones/familiares que le ríen las gracias o miran hacia otro lado.
Es extraño que una familia no detecte que su hija está al límite de la muerte, es extraño que una escuela no sepa nada de lo que le pasa a una alumna que está al límite de la muerte y es extraño que sus compañeros de clase no se hayan dado cuenta de nada. En un caso de acoso no hay un solo culpable, hay el que ejecuta el delito y los que lo ven y no hacen nada para evitarlo. Y luego queda la familia, que en algunos casos podría ser una de las causas de que la víctima tenga una autoestima inexistente que la convierte en el objetivo perfecto de los acosadores. No miréis hacia otro lado. Si veis un caso de acoso, denunciadlo, no os calléis. Tenemos que cortar de raíz este cáncer social que se está extendiendo sin freno.