Si no vives debajo una piedra, los últimos días habrás notado que la lengua catalana ha vivido dos momentos de vital importancia. Por una parte, el martes fue posible hablar catalán por primera vez en la historia en el Congreso de los Diputados. Por otra, el mismo día pero a unos cuantos miles de kilómetros de Madrid, aquel bell llemosí nuestro que cantaba Aribau también entraba de lleno en la agenda internacional a fin de que el Consejo de la Unión Europea votara su oficialidad en Europa, cosa que finalmente se aplazó sine die. Antes de entrar en la decisiva reunión de primeros ministros, el representante español, José Manuel Albares, dijo que intentaría convencer al grupo de los Veintisiete sobre la oficialidad del catalán diciendo que es una lengua con diez millones de hablantes. La cifra mareó la perdiz, sin embargo, ya que en estos últimos días también habrás notado que cada vez que se canta como un bingo el dato de los diez millones, siempre aparece alguien que lo pone en duda y dice que es erróneo, sesgado o incompleto. O sencillamente falso. ¿Realmente es así?

Cuando se trata de datos, y más si estos hablan sobre la lengua catalana, siempre hay un ejército de gente que se transforma en el típico cuñado de sobremesa que por Sant Esteve, en el segundo carajillo y después de los turrones, pontifica sobre lo que sea con un palillo en la boca. "¿Diez millones? ¡Los que me cuelgan de los c*j*ns"!, me dijo el domingo un colega con quien hablaba del tema y se cagaba en todo porque la chica asiática que nos había servido dos quintos en un bar del Fort Pienc no entendía ni qué quería decir bona tarda. La verdad es que sí, mi amigo —que es de los que pide otra ronda golpeando con una moneda de dos euros en la barra metálica del bar— tenía toda la razón, ya que si miramos con lupa los datos oficiales, decir que hay diez millones de personas que hablan catalán es falso: hay nueve millones seiscientas setenta mil, de las cuales cinco millones novecientas setenta y cinco mil viven en Catalunya. No lo digo yo, que también hago el cuñado sin avergonzarme, sino que lo dice la encuesta sobre Els usos lingüístics als territoris de llengua catalana, publicada el año 2019 por la Direcció General de Política Lingüística de la Generalitat de Catalunya y que engloba el Principat, el País Valencià, las Illes Balears, La Franja, Catalunya Nord, L'Alguer y Andorra.

Por lo tanto, es una mentira calamitosa decir que el catalán es una lengua de diez millones de personas, ya que entre la gente que lo entiende, lo sabe hablar, lo sabe leer y lo sabe escribir, en total es una lengua de 13.992.625 millones de europeos, según los datos. Por eso el Institut Ramon Llull en una publicación reciente utilizaba el dato de los catorce millones, que son cuatro millones más que la cifra que usan a menudo Plataforma per la Llengua o Òmnium Cultural, pero sobre todo un buen montón de millones más que la cifra que tiene en la cabeza mi amigo, o tu cuñado, o aquel trol de Twitter que siempre da la lata y te dice que a ver si nos aclaramos, porque un día somos diez millones, al día siguiente estamos en peligro de extinción y al día siguiente no sabemos ni hacernos el nudo en los cordones de los zapatos. Nadie tiene razón y todo el mundo tiene un poco, desgraciadamente, quizás porque con el catalán nos pasa que confundimos una cosa básica: conocer algo no es sinónimo de utilizarlo. Por eso no sirve de nada decir que somos diez millones si siete de cada diez abogados presentan sus demandas en castellano, si un 80% de catalanohablantes cambian de lengua cuando alguien les habla en castellano o si la mitad de las obras de teatro en Barcelona son en castellano, por decir tres ejemplos de cuñado al vuelo.

Los datos, cuando no sirven de mapa para trazar estrategias capaces de mejorarlas, no son más que eso: datos. En los territorios de habla catalana, los números dicen que está cerca de doce millones de personas que entienden el catalán, de las cuales casi diez millones dicen saberlo hablar y leer. La cifra baja cuando se trata de escribirlo, eso sí, ya que aquí solo siete millones y medio afirman dominar la escritura. ¿Dónde está el problema, pues? Que saber hablar catalán no quiere decir hablarlo diariamente, porque una cosa son las cifras de conocimiento lingüístico y otra muy diferente, claro está, los datos de uso lingüístico. En Catalunya mismo, solo un 37% de la población tiene el catalán como lengua habitual, una cifra parecida al 36% del País Valencià y al 42% de las Illes Balears, datos inferiores al 45% de Andorra o el 49% de La Franja y datos muy positivos si los comparamos con el 9% de L'Alguer o el 6% de Catalunya Nord. Precisamente es por eso que, personalmente, defiendo que la cifra de los famosos diez millones es legítima, válida y absolutamente cierta, aunque no sea una cifra que refleja la realidad de la calle. Indica la existencia de diez millones de personas en los Països Catalans que entienden la lengua catalana, por lo tanto, es una cifra que no hay que entender como un argumento, sino como una herramienta. Como un faro hasta el que solo hay que remar para llegar.

Si el catalán tiene todo el derecho del mundo a ser una lengua de primera, no es porque tiene diez, doce, ocho o seis millones de hablantes, sino también porque tiene una historia, una literatura prestigiosa y activa, una cultura milenaria, un currículum de supervivencia contra todo y contra todo el mundo insólito en Europa y, por descontado, una comunidad de hablantes con los derechos lingüísticos que tiene cualquier comunidad. Por lo tanto, en vez de pelearnos por cuántos hablantes de catalán somos, lo que necesitamos es hacer que estos diez millones de personas entiendan que el catalán es una lengua de oportunidades y de horizontes infinitos. Necesitamos que el catalán sea necesario para vivir en nuestro país y necesitamos que tenga el prestigio que da una oficialidad internacional, pero, sobre todo, necesitamos que sea sexi, como dice siempre mi amigo Guillem Nivet, flamante nuevo presidente de La Bressola, ya que el derecho de una lengua a existir no se basa en si este artículo lo podrán leer diez millones de personas o solo cuatro gatos, sino en si la lengua con la que está escrito está viva más allá de este artículo: en la calle, en las tiendas, en las escuelas, en las cartas de los restaurantes, en los juzgados, en las oficinas del 22@, en los festivales de música, en las consultas médicas, en los bancos de las plazas donde la juventud fuma porros con miedo de que los pillen los municipales y, sobre todo, en los sueños de la gente. Y eso, aunque nos pese, no depende de ninguna oficialidad en la Unión Europea. Depende, únicamente, de nosotros.