A veces la política produce milagros, por sorpresa los ciegos ven, los cojos bailan e incluso los mudos se convierten en elocuentes como aquella añorada axila de Anna Gabriel. La noticia es despampanante toda ella, la noticia es extraña de arriba a abajo, fenomenológica, como cuando aparece una sardina mutante o un pollo con seis cabezas y mondo de pluma, o como cuando se deshiela el Báltico. Y es que el president José Montilla ha conseguido abrirse esos sus labios besucones para decirnos, él solito, él como un solo hombre, y afirmar públicamente delante de todos que dejemos de soñar quimeras. Que proponer la amnistía para los presos políticos independentistas no nos llevará más que frustración. Que quedaremos frustrados si pedimos imposibles. ¿O es que no nos quedamos jodidos, frustrados y frustradas, cuando le exigieron que renunciara a su oficina presidencial el día que se precipitó sobre los negocios de lo sólido, de lo líquido y de lo gaseoso en Enagás? Lo acaba de decir el president Montilla, eso de que la amnistía traerá frustración, de la misma manera que yo ya lo había avisado, que yo ya os dije que reclamar la independencia sólo nos llevaría frustración y más frustración. O que intentar investir a Carles Puigdemont tras las elecciones del pasado diciembre sólo nos dejaría frustrados. Así no, este no es el camino. Ay, ay, que nos la vamos a pegar. Quien no quiera salir trasquilado que no vaya por lana. Os lo advierto. Os conmino. Yo de ti no lo haría. Alerta, dice este faro de Cornellà replantado en Sant Just Desvern. De este tenor son los pocos pero elocuentes mensajes que el Molt Honorable President Montilla regala a la sociedad catalana, sin hacer distinciones entre separatistas y españolistas. El miedo, como el virus, no sabe de fronteras. Ahí está el president Montilla de hoy, transformado en profética Casandra, convertido en un predicador de la psicología de autoayuda de pueblo. Y quien dice de pueblo dice de extrarradio, de periferia, de descampado postindustrial. Quizá por eso le otorgaron el primer “Premio Internacional Ciudad de Córdoba por la Paz y Antonio Gala de las Bellas Artes 2018”. Es un maestro de las Bellas Artes, sí, de un arte que no se pué aguantá. Y una variante más de la figura del policía bueno, del buen policía, tímido y sonriente, que complementa y justifica a los polis malos, a los Pérez de los Cobos, a los Tácitos, a los Villarejos.

Si la política es el arte de hacer posibles los proyectos, la política de José Montilla es el arte de hacer las cosas imposibles, al menos las cosas importantes, de frustrarlas siempre y que pueda parecer un accidente. De ahogar cualquier propuesta, cualquier innovación con un océano de prevenciones, de prejuicios, de manías, de miedos, de suspicacias, de complejos, una actitud propia de los servidores del inmovilismo, del conservadurismo repintado de izquierda y que también representan esos sus coetáneos, Felipe González, Alfonso Guerra, Josep Borrell, activos defensores de la inactividad, de la muerte de la política activa. No han combatido al independentismo con ninguna contrapropuesta, con ningún proyecto digno de competir con la bienaventurada idea de la independencia de Catalunya. Ni siquiera con un proyecto mentiroso como el del primer ministro David Cameron durante el referéndum de Escocia. José Montilla sólo abre la boca para hablar de frustración pero olvida que la frustración no es más que una respuesta emocional a la oposición resentida de los que tienen el poder. A las fuerzas poderosas que imponen una política inmóvil, muerta. Que la frustración es una respuesta a la agresión continuada y revestida de impunidad. Que con su comportamiento de mosquita muerta, con su comportamiento típico de psicología de individuo pasivo-agresivo, el president Montilla es un generador de frustración, de sometimiento, un perpetuador de los privilegios. Estaría bien que cuando hable de frustración, alguno de sus asesores, con tanto dinero como nos cuestan, le acabe de explicar bien la lección. De alguna manera que el Muy Honorable Señor la pueda entender. De la frustración del pueblo nació la Revolución Francesa. Y la Americana. Y la victoria sobre los nazis. Por no alargarme.