Paraje de Malplaquet, entre las villas de Bavay y Quevy (entonces condado de Hainaut, Países Bajos hispánicos; y actualmente frontera francobelga); 11 de septiembre de 1709. Última fase de la guerra de Sucesión hispánica y cinco años justos antes que el conflicto se entregara por las calles y plazas de Barcelona. Un ejército de la alianza internacional austriacista, formado por 85.000 hombres y comandado por John Churchill, duque de Marlborough; se enfrentaba a un contingente borbónico hispanofrancés que reunía 75.000 efectivos y que era dirigido por Claude de Villars, príncipe de Martigues. La victoria de Marlboroug en Malplaquet precipitaría la caída de las últimas plazas borbónicas de los Países Bajos hispánicos; y confirmaría la amenazadora presencia de uno de los cuerpos principales del ejército austriacista a 200 kilómetros escasos de Versalles.
Se encienden las alarmas de Versalles
La derrota borbónica de Malplaquet encendió todas las alarmas de la cancillería de Luis XIV. Francia, en su absoluta totalidad (corona, nobleza, ejército, clases mercantiles, clases populares); estaba inmersa en una colosal crisis económica causada por el esfuerzo invertido en el conflicto hispánico (el apoyo a Felipe V). Todos los recursos extractivos creados por el canciller Colbert a finales del siglo anterior (la modernización del sistema tributario y la erradicación de la corrupción) se demostraron insuficientes para mantener una guerra larga y destructiva donde ya se ponían en práctica las revolucionarias técnicas bélicas del siglo XVIII. La guerra de Sucesión hispánica (1701-1715) se revelaba como el peor negocio del reinado de Luis XIV; y la cancillería de Versalles se apresuró a encontrar una salida tan rápida como sea posible al conflicto.
Los primeros contactos en Geertruidenberg
Luis XIV confió en Jean-Baptiste Colbert (sobrino del difunto canciller Colbert) una salida al conflicto. En aquel punto (enero, 1710) Luis XIV había perdido la poca confianza en que se le quedaba en Felipe V. Los espías de Versalles a la corte de Madrid (Estreés, Gramont, la Ursins, de Aubigny, Orry, Amelot) habían informado que la salud mental del Borbón hispánico empeoraba a pasos de gigante. Y que Felipe de Orleans, sobrino de Luis XIV y posible recambio de Felipe V; no era fiable a causa de su desmesurada ambición. Luis XIV autorizó a Colbert a negociar todo tipo de escenarios, incluso aquellos donde Felipe V ya no era rey de las Españas. Y se concertó un encuentro con John Churchill y con Eugeni de Saboya (representantes, respectivamente, de Gran Bretaña y de Austria) en la villa de Geertruidenberg (Países Bajos independientes).
¿Qué ofreció Luis XIV a sus enemigos?
El historiador Joaquim Albareda, uno de los grandes investigadores de este periodo, afirma que al principio de 1710 la situación de Luis XIV era desesperada. A la pérdida de confianza en su nieto se sumaba la pésima situación económica del país, que aventuraba un conflicto social de grandes proporciones; como lo habían sido la revolución popular de la Jacquerie (1643) o la rebelión nobiliaria de la Fronda (1648), que habían puesto al borde del precipicio el régimen borbónico y su proyecto de liderazgo mundial de Francia. Por este motivo, Colbert llegó a Geertruidenberg con una oferta que podría haber cambiado el curso de la historia. Versalles proponía ceder el trono de las Españas a Carles d'Habsburgo; proponía separar los reinos de Nápoles, de Sicilia y de Cerdeña del conglomerado hispánico, y proponía situar Felipe como rey de aquel nuevo estado.
¿Qué pasó en Madrid cuando se conoció la oferta de Versalles?
Los términos de aquellas conversaciones no trascendieron más allá de los cenáculos de poder de París y de Madrid. Pero sabemos, por ejemplo, que Felipe V se negó rotundamente a aceptar esta solución. En la decisión del Borbón hispánico debió tener un papel importante la opinión de su esposa, la reina Gabriela; la misma que tres años más tarde (1713), en una nueva tanda de negociaciones de paz y mientras se discutía el destino de Catalunya, proclamaría que "antes que perdonar a los catalanes, era capaz de tirar a los hijos por el balcón de palacio". Ni, tampoco, la nueva hornada de secretarios de Estado de la cancillería de Madrid —procedentes de la baja nobleza e impulsados por el régimen en un intento de premiar la meritocracia; ni la aristocracia latifundista castellanoandaluza de la corte, que lo había apostado todo al nuevo régimen, estaban de acuerdo la propuesta francesa.
Luis XIV no estaba para tonterías
Para Luis XIV, que ya se hacía llamar "el Rey Sol", su nieto Felipe había sido una soberana decepción y, a partir de aquel momento, el papel del primer Borbón hispánico quedaba reducido al de una pieza del gigantesco tablero de ajedrez político de Europa. Para Versalles arrancar a Felipe del trono de Madrid y reubicarlo en un dominio de nueva creación en el sur de la península italiana era una salida más que aceptable. Y se esperaba su colaboración. Pero el motivo por el que las conversaciones de Geertruidenberg no culminaron en un acuerdo de paz no fue la resistencia del Borbón hispánico, que en aquel contexto era un cero a la izquierda. Según la investigación historiográfica, especialmente la de Joaquim Albareda, los rivales de Luis XIV calcularon mal el grado de desesperación de Versalles y estiraron tanto que acabaron rompiendo la cuerda.
Las primeras consecuencias del error de Churchill
En Londres nadie entendió los humos de Churchill en Geertruidenberg. Gran Bretaña (Inglaterra y Escocia habían firmado la "Union Act" en 1707), no tenía las urgencias de Francia; pero el esfuerzo de nueve años de guerra habían comprometido gravemente las finanzas reales, que era lo mismo que decir los recursos públicos. Y la primera consecuencia de aquel desencanto fue la ruptura de la curiosa amistad que se profesaban a la reina Anna y Sarah Churchill, la esposa de John Churchill, y que siempre fue motivo de conversaciones. No era ningún secreto que, durante los ocho años anteriores (1702-1710), Sarah había sido la mujer más poderosa de Inglaterra y que había influido enormemente en la implicación de Londres en la alianza internacional austriacista.
El terremoto inglés
La caída de Sarah Churchill y su sustitución por su prima y protegida Abigail Hill como nueva "best friend" de la reina; aventuraba un verdadero terremoto político. Después de Geertruidenberg, los "whigs", incapaces de mantener la asociación "guerra-beneficios" que habían defendido durante años, entraron en una fase de desconcierto. I Abigail, que resultaría ser un "caballo de Troya" de los "tories" convenció a la reina Anna para formar un nuevo gobierno. El 30 de mayo de 1711, la reina cesaba el "whig" Sidney Godolphin, hasta entonces Lord del Tesoro (equivalente al actual cargo de primer ministro) e impulsado por Sarah Churchill; y lo sustituía por el "tory" Robert Harley, amigo personal de Abigail Hill y radicalmente partidario de la salida negociada de Gran Bretaña —abandonando a los aliados, si hacía falta— del conflicto sucesorio hispánico.
¿Qué habría pasado si se hubieran puesto de acuerdo en Geertruidenberg?
Lo que pasó después del cambio de gobierno en Londres es bastante conocido. Harley negoció y firmó el Tratado de Utrecht (1713) y la reina y el gobierno británico se desentendieron del pacto de Génova (1705), que habían firmado con el partido austriacista catalán (después gobierno de Catalunya). Después de Utrecht, la evidencia del estrepitoso fracaso de Geerstruidenberg, Catalunya quedó sola en la guerra contra las monarquías francesa e hispánica. Sin embargo, ¿qué habría pasado si Churchill, Saboya y Colbert se hubieran puesto de acuerdo en Geerstruidenberg? Nunca lo sabremos. Pero sí que podemos aventurar que Felipe de Borbón se habría marchado a Nápoles y Carlos de Habsburgo habría sido coronado rey de las Españas. Y, también, podemos aventurar que Carlos habría confirmado Barcelona como la capital de sus dominios (lo era desde 1705).
El papel de Catalunya
En este punto, no cuesta imaginar el papel primordial de Catalunya y de la lengua y de la cultura catalanas en el desarrollo de aquel nuevo y moderno edificio político hispánico. Un edificio de arquitectura confederal, construido desde Catalunya por figuras políticas tan destacadas como Ramon de Vilana-Perles (que sería primer ministro del Sacro Imperio) o de los diplomáticos Pau Ignasi de Dalmases, Felipe de Ferran y Francesc de Berardo; de una altura política y de una capacidad de gestión muy superior a los Portocarrero, Macanaz o Ensenada castellanos. Un poder catalán que habría garantizado el derecho a decidir de cada una de las naciones que integrarían aquel proyecto político. ¿No era eso lo que reivindicaba Rafel de Casanova, el 11 de septiembre de 1714, cuando defendiendo Barcelona, proclamaría "Por la libertad de los pueblos de las Españas"?