Hoy, Diada Nacional de Catalunya, lo que mejor concuerda con el estado de cosas, la falta virulenta de unión, la desunión, es la Desdiada. La pieza de hoy podría ser muy corta. De una línea apenas. Por ejemplo: "Desunión. Ya basta".

Sabemos que la situación es difícil. Pero sólo los niños creen en que las cosas se hacen casi por arte de magia. Lo recordaba, con poca fortuna por lo que se ve, hace unos días Alex Salmon. En Escocia hace décadas que intentan la independencia. Y con un partido hegemónico.

Por injusto que sea el estado de cosas actuales, con represión, con menosprecio, en algunos casos burdos, del autogobierno, con promesas nada virulentas mil veces incumplidas, no queda más que la resistencia, la insistencia irreductible, más bien.

Hay que acumular todavía muchas energías, generar exponencialmente muchas más complicidades y trabajar duro juntos

La independencia no vale si no te la reconocen. No ya España, que no la reconocerá desde un principio, sino los puntos neurálgicos de la comunidad internacional no parece, hoy por hoy, que sean proclives al cambio. A menos que uno aspire a emular la República Turca del Norte de Chipre. Así, hay que recordar: faltan todavía décadas. Al fin y al cabo, de la sentencia del Estatut han pasado doce años y de la primera gran manifestación nítidamente independentista sólo diez. Por importante que fuera —y lo fue, ya que puso en la cuerda floja al oficialismo español, no al deep state— el 1-O, no fue suficiente. Como dijo la Comisión Internacional —de voluntarios— que siguió la jornada, fue muy bonito, pacífico y festivo, pero resultaba inhomologable. Recordemos los hechos y seamos serios.

Por lo tanto, queda mucho trabajo por delante y mucho que aprender, extrayendo conclusiones de lo que se ha hecho bien y de lo que se ha hecho mal. Hay que acumular todavía muchas energías, generar exponencialmente muchas más complicidades y trabajar duro juntos. Una cosa será el contenido del futuro nuevo estado —allí valdrán todas las diferencias programáticas e ideológicas—. Ahora sólo puede ser legitimo y útil o útil y legítimo un hito: la independencia.

El motor catalán, y sólo el institucional, pierde fuerza por mil poros, cuando no por agujeros bien evidentes. El más gráfico, los reproches, por parte de quien cree que el único independentismo es el suyo; y que quien no comulgue con sus planteamientos o no es independentista o es algo peor. Estaremos al borde de oír botifler por parte de miembros de la sociedad, de sociedades que ya no son lo que eran, precisamente, porque la unidad se ha desvanecido.

Criticar a los partidos está bien; se lo merecen de largo. Intentar sustituirlos, sin embargo, hoy por hoy ha sido un fracaso, aquí y en todos sitios. O los esfuerzos de sustituirlos han sido un fracaso electoral o se han convertido en populismos caudillistas, algunos todavía vigentes muy cerca de nosotros, que, lejos de dar soluciones o alternativas, han empeorado mucho la situación.

Fuera de agradecer más calma, más reflexión, más poner los pies en la tierra, menos afanes de hegemonía y menos insultos. La Diada podría ser un buen día de reflexión. Y, por encima de todo, sin buscar culpables. Sólo hay que mirarse en el espejo para encontrarlos.