Le preguntaban si tenía hijos, o pareja con la que pensara tenerlos, o padres que estuvieran en una situación complicada o vulnerable. Era mujer, y las preguntas tenían todo el sentido, aunque hayan causado un enorme revuelo e indignación. Si a la empresa nadie le va a pagar las horas de ausencia en el puesto de trabajo y es más que sabido que el cuidado de las contingencias que se producen en la familia siguen estando a cargo de la mujer, ¿no tiene derecho quien tenga la responsabilidad de dirigir la empresa a decidir a quién contrata? Así empezaba la semana en la que también se han producido otras dos polémicas del ámbito laboral. Para empezar, las secciones juveniles de los sindicatos se han sacado de la manga el supuesto derecho que tienen los más jóvenes a cobrar como los que llevan años en la empresa, cuando desde dos puntos de vista, uno más acertado que el otro, esa afirmación es falsa.

Ahora todo el mundo cree o hace ver que cree que por haber acabado una carrera ya se sabe todo, cuando la realidad es que la preparación sigue siendo, mal que nos pese, y de manera creciente, bastante precaria

El principiante y el que lleva su vida en una empresa no pueden cobrar lo mismo. Para empezar, están esos absurdos trienios que hacen que por el hecho de estar en el mismo sitio durante décadas se vayan acumulando sobre el salario base otros complementos. Permanecer es un plus. Pues si lo es, está claro que ya no pueden cobrar lo mismo los más viejos y los más jóvenes del lugar. A eso se añade, e imagino que viene implícito en el trasfondo del trienio, una verdad: la experiencia es un grado. De hecho, durante la pandemia se quiso echar mano de médicos ya jubilados, sabiendo que su formación ya había sido realizada, y que podrían cribar, diagnosticar y discernir con más agilidad. Ni siquiera en la construcción hay duda sobre quién sabe más, el que empieza a alinear ladrillos o el que ya sabe a ojo el punto exacto del hormigón, y esa diferencia se marca con los distintos niveles profesionales, y dentro de ellos, también hay diferencias a medida que los trabajos y los días se suceden.

Imaginemos ahora que ante lo que nos encontramos en un trabajo derivado de una titulación universitaria. ¿Sabe más el abogado que empieza que aquel que ya pasó muchas veces por el foro? Así, en las grandes consultoras pagan de forma generosa a esos principiantes que aprenden de los más experimentados y en algunos casos acaban marchando para montar su propio negocio. Pero trabajan muchas horas y, qué casualidad, estos días hemos visto también cómo la inspección de trabajo se cebaba sobre esas macroestructuras por entender que debía equipararse el sueldo a la jornada. Y si bien es verdad que la expectativa de mejora y ascenso se ha ido frustrando a medida que eran más y más quienes lo intentaban, creo que en esos despachos mayoritariamente no estarán de acuerdo con la crítica que se hace, de manera lineal sobre el modelo. Porque saben que si la jornada se reduce también se reducirán las expectativas de sueldo. Nadie da duros a cuatro pesetas. Y antes ni siquiera teníamos eso. He conocido a quien para empezar ni le pagaban la ropa cara que le exigían llevar al despacho. Se entendía que se iba a aprender. Ahora todo el mundo cree o hace ver que cree que por haber acabado una carrera ya se sabe todo, cuando la realidad es que la preparación sigue siendo, mal que nos pese, y de manera creciente, bastante precaria. Digamos, por resumir, que pagar por recibir un aprendizaje es una pretensión tan absurda como creer que el siglo XXI la esclavitud es legítima. Pero ambas cosas se dan, aunque los poderes públicos solo puedan intentar evitar una.