Me entristece constatar que vivimos en una sociedad cada vez más intolerante y corta de entendederas. Antes se decía que la intolerancia se combatía estudiando y leyendo, pero no hace falta que os diga —aunque lo haré igualmente— que esta no es la solución, porque nunca ha habido tanta gente con “estudios” y tanta intolerancia (y perversidad) —creo que ha quedado suficientemente claro con el panorama social que tenemos: o eres de los nuestros o no lo eres. Parece ser que a algunas personas les encantaría volver a la Edad Media para poder apedrear legítimamente a todo aquel que no piense como ellos (a pesar de tener estudios para dar y regalar para poder debatir como seres civilizados). También es cierto —es necesario que lo recalque porque, si no, no sería imparcial (otro concepto que poca gente conoce, parece ser)— que actualmente estudiar significa hacer cuatro trabajos de copiar-pegar y acompañarlos —¡¡sobre todo!!— de una bibliografía ricamente adornada con los recursos tipográficos adecuados (cursiva, negrita, comillas…) que impone alguna de las trescientas normativas que existen en Catalunya (una en cada facultad). La forma prima sobre el fondo. La estética del trabajo es más importante que el contenido. Si a un trabajo de fin de máster (por ejemplo) le quitas todo lo que es hojarasca (información superflua que no aporta nada o que ya se ha repetido treinta veces antes), ocuparía, como mucho, un par de páginas (¡y no doscientas!). Muy sintomático y extrapolable a la sociedad actual. La belleza, la estética, la apariencia, priman sobre el razonamiento, el pensamiento y el estado psicológico de la gente. No nos espera un futuro muy placentero ni divertido, diría.

Parece ser que a algunas personas les encantaría volver a la Edad Media para poder apedrear legítimamente a todo aquel que no piense como ellos

La intolerancia no se combate coleccionando másteres, posgrados, doctorados y operaciones estéticas, y moldeando a la gente para que encaje (sea como sea) en el sistema decadente en el que vivimos; se combate enseñándoles a pensar y a contrastar la información. Os parecerá muy atrevido lo que os voy a decir, pero no pasa nada si la gente tiene ideas distintas a las vuestras; de hecho, todo lo contrario, esto nos enriquece como sociedad. No se puede evolucionar sin la diversidad de pensamiento. Y, cuando digo evolucionar, quiero decir ir hacia una sociedad que acepta las diferencias y que, incluso, ¡las defiende públicamente! También sería interesante que, antes de acusar a alguien de algo, os informaseis, contrastaseis la información que tenéis y, sobre todo, escuchaseis —fijaros que utilizo el verbo escuchar y no oír, porque tiene que haber la voluntad de prestar atención a lo que dice la gente— las otras opiniones sin prejuicios (prejuicio: juzgar antes de escuchar).

Qué importantes son los significantes y los significados, ¿verdad? Deberíamos prestarles más atención. Pero entiendo y comprendo que no es fácil, porque el inconsciente siempre nos juega malas pasadas: habla por nosotros sin que nos demos cuenta. Y es aquí donde está el problema y donde podemos encontrar la solución: en el inconsciente. Es decir, que es necesario que la gente intolerante vaya urgentemente al psicoanalista (que sea bueno, sobre todo, y no un cantamañanas) para descubrir de dónde viene esa intolerancia (que no sea que en realidad haya odio hacia uno mismo), y así evitar que desplace el síntoma a X (Twitter) y haga tuits criticando el físico de alguien —para que ese alguien sienta el dolor que él/ella sintió de pequeño/a cuando sus “compañeros” de clase lo acosaban, por ejemplo— (en el mejor de los casos), o que declare guerras u obligue a las mujeres a taparse de arriba abajo porque tiene pánico al descontrol, o vete a saber qué (en el peor de los casos). Una sociedad intolerante no conviene a nadie, estoy segura de ello.