Vienen de canto para el independentismo las elecciones que Pedro Sánchez convocó para el 23 de julio después del batacazo del PSOE en las municipales del 28 de mayo. ¿Por qué?

De entrada, porque, paradojas de la historia, el fin del procés se ha impuesto como un sí o sí, es decir, como el referéndum de independencia pero al revés. Sí o sí se ha acabado el procés y no tan solo porque uno de los principales partidos rectores de la cosa (ERC) cambió de estrategia, sino porque el otro (Junts) no tiene alternativa para continuarlo y, no menos importante, el grueso de la sociedad civil que lo impulsaba consideró que ya había cumplido su parte con creces. Es cierto que hay quien razona que, en realidad, el procés tan solo está congelado, en la nevera, o (presuntamente) crionizado como Walt Disney esperando el retorno a la vida, pero tanto da. Se puede quedar ahí una larga temporada porque no hay estrategia (seria) ni hoja de ruta ni nada que se le parezca para reactivarlo y eso es lo que cuenta. La bella promesa del independentismo, ahora mismo, es estéril como una Blancanieves yacente de cuadro prerrafaelita. Y, por eso, los partidos indepes no pueden prometer nada —nada plausible, tangible, realizable— en las elecciones del 23-J.

La bella promesa del independentismo, ahora mismo, es estéril como una Blancanieves yaciente de cuadro prerrafaelita. Y, por eso, los partidos 'indepes' no pueden prometer nada —nada plausible, tangible, realizable— en las elecciones del 23-J

En segundo lugar, el abandono, archivo y olvido del procés como una mala jugada, por ingenua e incumplida, impulsado también por una parte del independentismo auténtico, que, digámoslo, (presuntamente) habría llegado donde hiciera falta (proclama desde el sofá o la torre de marfil) para hacer efectivo el mandato del 1 de Octubre (la independencia) ha convertido en papel mojado toda posible promesa de los partidos, ERC, Junts, la CUP, de un revival del procés. Tampoco la evolución del pleito con la justicia española que mantiene en Europa el president Carles Puigdemont y los exiliados y que el miércoles vivirá un momento decisivo parece que pueda ayudar a avivar la llama. No es solo que el indepe hiperventilado o medio pensionista se sienta abandonado por los partidos del procés, es que al haberlo matado entre todos, volvemos a la casilla anterior, como en el juego de la oca: no hay procés, no hay alternativa, no hay nueva frontera, no hay nada votable (o casi) en las elecciones del 23-J.

En tercer lugar, el indepe fastidiado, frustrado, aburrido de los partidos del procés ensayó en las elecciones del 28 de mayo, las municipales, un arma para a) reempoderarse y b) pasar por la guillotina (metafóricamente) a las cúpulas de los partidos del procés: la abstención estratégica. 300.000 votantes de partidos indepes, la mayoría de ERC, en los comicios del 2019, se quedaron en casa, no hubo trasvase entre partidos del mismo espacio, lo cual es seguramente inédito en el historial electoral catalán, porque ninguna de las tres grandes fuerzas, ERC, Junts o CUP ofrecía, en la práctica, nada mejor que la huelga de urnas. Aunque la sacudida no ha provocado un avance electoral por parte del presidente Pere Aragonès —a diferencia de Sánchez— aunque sí un notable reajuste de piezas quemadas de su Govern, el abstencionista del 28-M cree que puede repetir la jugada y multiplicar el resultado y el efecto en las elecciones del 23-J. En el fondo, el movimiento independentista es más movimiento (de base) que nunca: no hay que ser militante de un partido para ajustar las cuentas con las cúpulas y ni siquiera hay que hacerlo en las elecciones catalanas: las españolas del 23-J, también sirven. El Partit de l'Abstenció Indepe cabalga.

De hecho, el 'indepe' más tranquilo también lo tiene difícil para ir a votar el 23-J: con un Pedro Sánchez en horas bajas, ERC no puede actuar como fuerza decisiva en el Congreso, y Junts ha renunciado a ello

En cuarto lugar, y a cinco días del inicio de la campaña electoral, el independentismo que concurre a los comicios, ERC, Junts y la CUP, ha sido incapaz de pactar unos mínimos de unidad estratégica a pesar de las apelaciones a plantar cara al tsunami nacional-patriotero español que se acerca, la temida —y con razón— gran coalición PP-Vox. Descartada la lista unitaria, ni siquiera para el Senado, tampoco ERC, Junts y la CUP han acordado un programa común mínimo que, por ejemplo, tendría que proponer cómo revertir legislativamente desde las Cortes españolas los efectos de la contrarreforma lingüística de PP y Vox en el País Valencià y las Balears. Tampoco hay un compromiso de mínimos para poner precio conjunto a una hipotética investidura de Sánchez. Ni ERC, ni tampoco Junts, pueden objetivamente votar a favor de Feijóo y si encima no se ponen de acuerdo sobre qué habría que exigir a Sánchez, es muy legítimo preguntarse qué carajo irán a hacer a las Cortes españolas. Lo cual deja el camino abierto para que fuerzas como el PSC o los comunes puedan atraer, incluso, una parte del voto útil indepe o filoindepe, que también existe. En cuanto a la hipótesis de rehacer el pacto de gobierno ERC-Junts ampliado con un ejecutivo unitario donde también tendría que participar la CUP para hacer frente a la nueva oleada del españolismo más agresivo, todo está por hacer. De hecho, el indepe más tranquilo también lo tiene difícil para ir a votar el 23-J: con un Sánchez en horas bajas, ERC no puede actuar como fuerza decisiva en el Congreso, y Junts ha renunciado a ello.

Y a pesar de todo, el independentismo tendría que ir a votar el 23-J, aunque algunos, inquietos ante lo que se acerca, se lo pida de mala manera: "¡Vota, idiota"! De muy mala y equivocada manera.