La agónica batalla planteada al president en el exilio, Carles Puigdemont, por lo que quedaba de la vieja-convergència-en-el-PDeCAT-con-caras-nuevas, exhaló ayer el último suspiro. Para asesinar a Julio César ― el viernes se cumplirán 2.075 años de los idus de marzo― se tiene que ser Brutus y tener todo el Senado a favor. Digámoslo en crudo, a la romana. Quienes lo han probado desde el PDeCAT, se han rendido a la evidencia de que ni tenían empuje para descargar las veintitrés puñaladas al de Waterloo ni tampoco el plácet de los presos. Los de Soto del Real encabezarán tres de las cuatro candidaturas al Congreso ―Sànchez, Turull, Rull y la cuarta, el abogado Cuevillas― y a la alcaldía de Barcelona ―Forn― en listas de donde ha sido barrido el PDeCAT más curial. El president en el exilio, además, ha anunciado que liderará la del Parlamento Europeo. Y todo, bajo el paraguas de JxCat, que es, hoy por hoy, la única marca electoral exitosa de todo el espacio independentista post-convergente. ¿Veni, vidi, vici?

Como diría Pablo Iglesias, Puigdemont ha dado una patada al centro del tablero que puede alterar algunos guiones pre y pos-electorales; y como dejó escrito Michel Foucault, dándole la vuelta a la sentencia de Von Clausewitz, la política es la continuación de la guerra por otros medios y el inquilino de la Casa de la República ya hace mucho tiempo que dejó claro que él no pensaba ceder la posición a la primera ventolera. Ni mucho menos.

En las filas del PDeCAT en Madrid había gente honesta de la vieja CDC con más de veinte años de servicio en el palacio de la madrileña Carrera de San Jerónimo y otros no tanto ―no tan honestos, quiero decir―, e igualmente con unos cuantos quinquenios en el escaño. Al final, habrá sido Puigdemont quien ha aplicado la renovación a la casi intocable candidatura de la antigua CiU-CDC en Madrid. El golpe tiene un no sé qué de pujoliano; las nuevas formas no implican necesariamente dejar de lado las viejas maneras. Al final, ha quedado claro quién manda en la post-convergencia independentista. Pedro Sánchez no tendrá suficiente esta vez con enviar a Iglesias a Lledoners a negociar los presupuestos con Oriol Junqueras; si quiere el voto de JxCat para su hipotética reinvestidura tendrá que llamar a Waterloo.

Pedro Sánchez tendrá que llamar a Waterloo si quiere el voto de JxCat a su hipotética reinvestidura

La lista de JxCat en Madrid vuelve a situar la cuestión de la independencia en el centro del debate electoral. Es una pista de aterrizaje sólida para los independentistas que no veían claro el desplazamiento del guion hacia la dinámica de bloques izquierda-derecha (aunque extrema) y el retorno al autonomismo. A la pugna entre el PSC y ERC por liderar la izquierda en las elecciones españolas en Catalunya, se suma ahora la apuesta de JxCat por encabezar el bloque independentista-autodeterminista. La decisión de la CUP de no concurrir  finalmente a los comicios ―en los que podría haber recogido el voto descontento del independentismo― puede beneficiar las expectativas de JxCat, que ya captó voto cupaire el 21-D. Que Jordi Sànchez, el expresidente de la ANC, que proviene de la izquierda y de la Crida histórica encabece la candidatura refuerza la transversalidad. La lista de JxCat en Madrid se parece a las de CiU o las diferentes marcas de CDC como un huevo a una castaña.

La lista de JxCat en Madrid se parece a las de CiU o las diferentes marcas de CDC como un huevo a una castaña

La decisión de Puigdemont de liderar la lista de JxCat al Parlamento Europeo responde a la misma lógica de afirmación del liderazgo del soberanismo. Una vez ERC ha descartado la lista unitaria en la que Puigdemont estaba dispuesto a ser segundo de Junqueras, el president se ha visto con las manos libres para volver a competir con el vicepresident. ¿El día de la marmota? Puigdemont-César ha vuelto a cruzar el Rubicón ante los republicanos. No puede reclamar la exclusiva. Pero, al fin y al cabo, él fue el primero que optó por el exilio europeo para poner la cuestión catalana justo en medio de Bruselas. Asimismo, que Junqueras anunciara que sería candidato en todas las convocatorias puede haber acabado de decidir a Puigdemont. En la siempre latente guerra civil del independentismo, Puigdemont-César no ha querido ceder a Junqueras-Pompeyo el don de la ubicuidad electoral. En la práctica, el president en el exilio, una vez ha salido indemne de los idus de marzo, también es ahora el jefe de cartel de JxCat, para bien o para mal, en todos los comicios que vienen.

Puigdemont-César no ha querido ceder a Junqueras-Pompeyo el don de la ubicuidad electoral

El golpe de Puigdemont sobre el tablero electoral rompe los intentos de volver a situar la relación política entre Catalunya y España en el punto muerto del (neo)autonomismo. La vía Puigdemont es una enmienda a la totalidad el retorno a la política de la vieja Convergència y de la vieja Esquerra. El paradigma del peix al cove murió el día que el Madrid del A por ellos decidió prenderle fuego al cesto -del pez ya hacía años y años que no se sabía nada-. Y un clamor contra la tentación europea de sepultar la cuestión catalana bajo un montón de incómodos expedientes abiertos. La pregunta es: ¿cuánta democracia está dispuesta aceptar Europa? O bien: ¿Cuántas soberanías interiores está dispuesta a reconocer Europa?

Hoy por hoy, nadie sabe a ciencia cierta cómo puede evolucionar el pleito Catalunya-España. Pero no se puede poner la maquinaria del Estado a trabajar para decapitar una generación de líderes políticos ―Puigdemont, Junqueras, los presos y los exiliados― y pretender que los herederos, "cautivos y desarmados", socorran a ese mismo estado sin mirar atrás cada vez que tiene problemas para investir a un presidente o aprobar unos presupuestos. Si fuera al revés, España no lo haría, señora. Y sí, es la guerra, ahora también en las Galias.