El españolismo político, mediático, económico y judicial, y la camarilla del “¡A por ellos!”, unida ya para siempre a la figura del rey Felipe VI como el golpe y la dictadura de Primo de Rivera a su bisabuelo Alfonso XIII, ha intentado construir un potente relato-fake del procés independentista. Se trata de la mentira judicializada del contubernio violento contra el Estado que tiene sus fechas clave en el 20 de septiembre y el 1 de octubre del 2017, en las protestas ante la Conselleria d'Economia y el referéndum de autodeterminación. Quim Forn desmontó quirúrgicamente una buena parte de los mimbres de ese relato con una memorable colección de zascas al fiscal en la primera sesión del juicio en el Tribunal Supremo. Por su parte, la vehemencia del alegato de Oriol Junqueras, puso en suspenso la mayor: que el Govern no cometió ningún delito convocando un referéndum, según el Código Penal vigente. El juicio al procés, al iniciar su segunda semana de sesiones, es un poco más fake que la semana pasada y algo menos que la próxima.

En paralelo, en los últimos meses se ha construido otro cuento, este más amable, que lleva la firma de la tercera vía, donde el PSC de Miquel Iceta es ahora el guardián del faro antaño ocupado por Josep A. Duran i Lleida. Este relato ha concitado el apoyo entusiasta de la prensa catalana de orden y de una parte del independentismo asustado por lo que ha interiorizado como una (auto)derrota, la fracasada DUI, si es que llegó a ser DUI. Y se parece bastante a lo que el sociólogo Zygmunt Bauman llamó en uno de sus últimos ensayos retrotopía, la nostalgia de un supuesto futuro mejor que, paradójicamente, reside en el pasado. La traslación es sencilla: al fallarnos la utopía, el futuro (la independencia) ―hubiéramos creído o no en él―, miramos hacia el pasado, la retrotopía (el autonomismo), cuando, en teoría, todo iba mejor. Todo iba mejor con Pujol, y con Maragall-Montilla, y hasta con el primer Mas, sugieren los retrotópicos. Aunque, como todo el mundo sabe, fue en ese mundo retrotópico nuestro donde el Estado dio el golpe contra el Estatut del 2006, tan (supuestamente) añorado ahora por el PSOE y el PSC. Los cooperadores necesarios de aquel cepillado que le aplicó Alfonso Guerra en la comisión constitucional del Congreso cual vaselina antes del hachazo del Tribunal Constitucional.

En el esquema ideal de la tercera vía, Junqueras debería ser el nuevo president y Puigdemont, ese incordio, debería ser barrido de la escena

El relato retrotópico con que se intenta encarrilar el post-procés dice que el independentismo está dividido entre un alma pragmática y posibilista, con la que se puede hablar y negociar, y transar, liderada por el valiente Oriol Junqueras y la post-Convergència sin líder (el PDeCAT), y un alma intransigente y doctrinaria, con la que no hay nada que hacer, encabezada desde Waterloo por el cobarde Carles Puigdemont, se quiera o no, el president legítimo. En esta dialéctica retrotópica, en el esquema ideal de la tercera vía, Junqueras debería ser el nuevo president y Puigdemont, ese incordio, debería ser barrido de la escena. De hecho, aducen, Junqueras abona la jugada al querer convertirse en una especie de nuevo Pujol. Su discurso ultra-transversal, tanto en lo ideológico como en lo identitario, y su vivencia del tiempo en prisión como una estación necesaria en el via crucis hacia la victoria final del independentismo (siempre aplazable) validan esa tesis. Pero las cosas son un poco más complicadas.

El problema de ese esquema retrotópico es, como siempre, la pura y dura realidad. Junqueras está en la cárcel y se enfrenta a una petición de condena de 25 años; si es inhabilitado, no podrá concurrir a las próximas elecciones catalanas. Algunos las sitúan ya inmediatamente después del juicio y la maratón a la que ha dado el disparo de salida Sánchez anticipando las generales al 28 de abril, a menos de un mes de las municipales, europeas y autonómicas del 26 de mayo. En cambio, todo indica que Puigdemont sí que podría volver a encabezar una lista del independentismo en esas elecciones como ya hiciera el 21-D. ¿Quién va a ser el rival efectivo de Puigdemont por parte de ERC en las próximas elecciones al Parlament de Catalunya? ¿Acaso Roger Torrent, a quien la mitad del independentismo acusa de haber impedido la investidura a distancia del president en el exilio?

¿Quién va a ser el rival efectivo de Puigdemont por parte de ERC en las próximas elecciones al Parlament de Catalunya? ¿Acaso Roger Torrent?

Aunque en medio de la confusión siempre sea una tentación recurrir a ellos, es harto difícil que vuelvan los malos buenos viejos tiempos. Parece que también desde ERC se está empezando a romper ese esquema de improbable retorno al pre-procés. El no a los presupuestos del Estado lo demuestra, incluso aunque algunos creyeran que Sánchez iba de farol con la amenaza de elecciones. Y el grito de “unidad, unidad” ―que no quiere decir lista unitaria― en la manifestación de Barcelona contra el juicio del Supremo es algo más que un clamor. La maratón electoral-judicial de Sánchez ha cogido a buena parte del independentismo con el pie cambiado. En el espacio puigdemontista, donde conviven hasta cuatro siglas distintas, urge una rápida clarificación (listas, candidatos, mensajes); como también le conviene a ERC apostar decididamente por la unidad de acción con sus actuales socios en el Govern. Si el independentismo no hace (bien) los deberes ante la sobredosis de urnas y sesiones judiciales que se acerca, muchos electores fatigados se quedarán en casa.