La reciente autorización de la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia (CNMC) a la opa del BBVA sobre Banco Sabadell no solo marca un nuevo capítulo en la transformación del panorama bancario español —y, especialmente, catalán—, sino que plantea interrogantes profundos sobre el modelo económico, la calidad democrática y el respeto a las necesidades de la ciudadanía. Lejos de tratarse de una fusión equilibrada, estamos ante una auténtica absorción que ahonda en una tendencia preocupante: la concentración del poder financiero en unas pocas manos y sus consecuencias —visibles y latentes— para nuestra sociedad.

La historia reciente de las fusiones bancarias en España es un catálogo de promesas rotas. Desde la absorción del Banco Popular por el Santander hasta la integración de Bankia en CaixaBank, las consecuencias han sido constantes: miles de despidos, cierre masivo de oficinas, reducción del servicio personalizado y aumento del poder de negociación de los bancos frente a los ciudadanos y a las pequeñas y medianas empresas (pymes).

Con la potencial absorción del Sabadell por parte del BBVA, se anticipa un nuevo golpe al empleo —estimado en miles de puestos de trabajo— y una nueva oleada de cierres de sucursales, especialmente en zonas rurales, pueblos pequeños y barrios donde el Sabadell mantiene una presencia cercana y adaptada al tejido local. El modelo de banca humana, con conocimiento directo del cliente, será sustituido por algoritmos, ventanillas virtuales y estructuras impersonales.

El “modelo español” es singular. Sirva como ejemplo la diferencia con el modelo bancario alemán, donde aún subsisten cajas de ahorro y bancos regionales que ofrecen un contrapeso sólido al poder de los grandes bancos comerciales. Esta arquitectura financiera ha permitido sostener el crédito a pymes, autónomos y particulares, garantizar el empleo local y evitar que decisiones económicas clave se tomen a cientos de kilómetros de distancia.

La fusión BBVA-Sabadell parece ir en sentido de blindar aún más la autonomía y el peso político de una entidad implicada en tramas de dudosa legalidad, sin que el Estado muestre intención alguna de actuar como contrapeso o garante del interés general

En cambio, en España, la desaparición de entidades medianas como el Sabadell o Bankia favorece un “tripolio” de facto que dificulta una competencia real. Las consecuencias ya son perceptibles: mayores comisiones, menor atención personalizada y una creciente dependencia de las pymes respecto de bancos que no comprenden ni sus ciclos financieros ni sus necesidades reales.

La acumulación de poder económico en entidades como el BBVA no es políticamente neutral. El riesgo de que un puñado de bancos pueda condicionar políticas públicas, orientar decisiones regulatorias o incluso financiar determinadas estrategias geopolíticas es cada vez más palpable. No olvidemos que el BBVA fue una de las entidades señaladas en el llamado caso Villarejo, en el que presuntamente se recurrió a prácticas ilegales de espionaje y manipulación, con implicaciones directas en la llamada “Operación Catalunya”. Y ello sin perjuicio ni olvido de la participación igualmente activa del Sabadell en el apoyo a la oposición al referéndum del 1 de octubre.

En una democracia saludable, la economía y la política deben estar al servicio de la ciudadanía, no al revés. Sin embargo, la fusión (léase absorción) BBVA-Sabadell parece ir en sentido contrario: blindar aún más la autonomía y el peso político de una entidad implicada en tramas de dudosa legalidad, sin que el Estado muestre intención alguna de actuar como contrapeso o garante del interés general.

No se trata solo de números y balances. Las personas mayores —y todos lo seremos, más temprano que tarde—, muchas de ellas sin habilidades digitales, perderán con esta operación uno de los últimos bastiones de banca cercana y comprensible. Las sucursales del Sabadell —especialmente en pequeñas poblaciones— no son simples oficinas: son centros de referencia, lugares donde se resuelven dudas y se tejen confianzas.

La absorción por el BBVA, lejos de responder a necesidades estratégicas o financieras urgentes, forma parte de una lógica de centralización económica que acompaña al discurso político y mediático de “normalización”, que no es más que recentralización

La desaparición de esta “banca humana” supone un desprecio institucional hacia una generación que no solo merece respeto, sino que exige condiciones de acceso dignas a servicios esenciales como los bancarios. Obligar a las personas mayores a depender exclusivamente de aplicaciones móviles o teléfonos automatizados no es modernización: es exclusión.

No podemos olvidar el proceso de cierre de sucursales que ha seguido el conjunto de la banca, pero que en Catalunya se ha hecho sentir con especial intensidad. Cuando el BBVA realizó las últimas absorciones de entidades catalanas, pasó de tener una red de aproximadamente 800 sucursales a reducirlas a menos de 400. Seguramente esta nueva absorción, por muchos compromisos adquiridos con la CNMC, terminará representando un nuevo cierre masivo de oficinas.

Desde una perspectiva catalana, esta operación tiene un cariz aún más grave. El Sabadell no es solo un banco: es una institución histórica vinculada al desarrollo económico de Catalunya. Su absorción por el BBVA, lejos de responder a necesidades estratégicas o financieras urgentes, forma parte de una lógica de centralización económica que acompaña al discurso político y mediático de “normalización”, que no es más que recentralización.

Para quienes defienden una Catalunya con soberanía política, económica y cultural, esta operación representa otro paso más en el vaciamiento de estructuras propias, en nombre de una supuesta eficiencia que, en realidad, solo fortalece a quienes —desde otras capitales— pretenden controlar las palancas del poder económico catalán.

Lo que está en juego no es solo el futuro del Sabadell sino el modelo de país que se quiere construir: uno donde el poder se reparta o uno donde, cada vez más, se concentre en pocas manos que nadie ha elegido y a las que, además, no les importa Catalunya ni los catalanes

No se trata de victimismo, sino de hechos: mientras Alemania se protege a sus bancos regionales, aquí se permite —cuando no se fomenta— que desaparezcan los nuestros. La opa sobre el Sabadell es también una opa sobre la capacidad de Catalunya de decidir su modelo económico.

La CNMC —a través de su Consejo y todos sus consejeros— tenía la oportunidad de marcar un límite, de evitar una nueva oleada de concentración que atenta contra el pluralismo económico y la equidad territorial. Pero ha preferido mirar hacia otro lado, con pseudolimitaciones pactadas con el BBVA, como ya ocurrió en otras operaciones.

Ahora la pelota queda en el tejado del Gobierno, que, si bien no puede impedir la operación, sí puede dificultarla hasta hacerla inviable. Si la Moncloa no actúa, solo quedarán los accionistas para defender al banco y al modelo bancario que representa, en Catalunya, el Sabadell.

Y, en paralelo, quedará en manos de la ciudadanía, las plataformas sociales y, eventualmente, las instituciones catalanas, denunciar y resistir esta dinámica. Porque lo que está en juego no es solo el futuro del Sabadell —que no deja de ser una empresa privada—, sino el modelo de país que se quiere construir: uno donde el poder se reparta o uno donde, cada vez más, se concentre en pocas manos que nadie ha elegido y a las que, además, no les importan Catalunya ni los catalanes.