Parece mentira que sea precisamente en un partido como En Comú Podem y en sus socios de gobierno, el PSC, que haya tantos problemas con la gestión de la calle. En el primer caso porque llevan en la bandera, cuando menos en la inicial, la ocupación de la calle como un elemento clave en democracia para hacer oír la voz de la ciudadanía sobre temas pendientes de la agenda política.

No tengo que recurrir ni recordar los escraches que hacía la alcaldesa Colau, sólo tengo que citar, sin ir más lejos, el movimiento del 15-M. Aunque en algún momento tendremos que hablar de cuántas apropiaciones indebidas se han hecho de este movimiento. Por eso ha sido tan surrealista ―no quiero utilizar una palabra peor― que haya sido la misma persona, Ada Colau, protagonista de muchas jornadas de protesta en la calle, quien haya blindado el acceso libre de la ciudadanía, esta semana pasada, en una plaza de la ciudad de la cual ella es alcaldesa. Puestos a decir, la plaza más emblemática ―o una de las más emblemáticas― de Barcelona. Y todo porque a la que sale a un balcón, cuando habitualmente la aclamaban, ahora la pitan o la abuchean. Aparte de poner en cuestión la talla política del personaje, lo que ha cambiado entre antes y ahora es el cargo que ocupa y la manera en que califica la disensión. Aparte de que ya no cuela eso que repiten como un mantra todos los que están en el gobierno del Ayuntamiento de Barcelona: "Es culpa de Trias". Después de un mandato y medio, ya no cuela.

¿Cómo es posible que después de 40 años de democracia formal todavía tengamos dirigentes en democracia que no entienden ni respetan los principios básicos del funcionamiento de las sociedades democráticas?

Todo ello, sin embargo, no son minucias, menos todavía cuando hablamos de la calle, porque en la ineptitud para gobernarla se cuelan, en los argumentos, en los posicionamientos que se manifiestan, demasiados tics antidemocráticos. Los y las dirigentes en una democracia no sólo hace falta que parezcan demócratas, también tienen que serlo y ejercer de acto y palabra como tales. Pues bien, aquí nada de nada; ni disimulan. En Barcelona pintan bastos y no lo digo por la violencia que se ha visto en la calle; la cual, de paso, aprovecho para condenar. Es importante señalarlo, para que nadie haga una lectura equivocada, por lo menos en este sentido, de lo que digo.

Es precisamente ante los disturbios y actos vandálicos que se han cometido este fin de semana que Albert Batlle se ha lucido. Y vuelvo a utilizar un término muy elegante. Ya es grave no asumir responsabilidades de inoperancia y mala gestión cuando eres el máximo responsable de la seguridad ciudadana del Ayuntamiento de Barcelona ante la situación vivida en las fiestas de la Mercè. Más todavía si nadie te destituye del cargo. Pero es todavía mucho peor atribuir la responsabilidad de lo que ha pasado estas noches de fiesta ―aunque sólo sea en una pequeña parte― a la reivindicación política anterior, concretamente independentista; con o sin políticos en activo y con responsabilidades de gobierno al frente.

La falta de respeto a la autoridad es siempre y en primer lugar responsabilidad de quien ostenta o ejerce esta autoridad. Esto es así en Catalunya y en la Conchinchina. Quizás debería aprender algo de su oficio. Pero no es eso lo que más me preocupa. Necesitamos que los cargos públicos pasen, sí o sí y con urgencia, por una escuela de democracia. No saben qué es, y me atrevo a decir que la lección nos la tendrá que dar a alguien de fuera y evidentemente no me refiero a alguien de Madrid. ¿Pero qué tipo de mentalidad seguimos arrastrando que no nos permite ver más allá de los principios franquistas que las generaciones anteriores tuvieron que sufrir? ¿Cuál es nuestra excusa? ¿Cómo es posible que después de 40 años de democracia formal todavía tengamos dirigentes en democracia que no entienden ni respetan los principios básicos del funcionamiento de las sociedades democráticas? Y ya basta de estas distinciones ridículas en grados de democracia. Aunque más ridículo es pensar que la democracia es plena en cualquier lugar; más todavía en aquellos casos en que los y las dirigentes tienen que hacer afirmaciones como estas.