Cualquier otro dirigente político que se encontrara en la misma situación que Pedro Sánchez haría tiempo que habría tirado la toalla. Él, en cambio, se mantiene imperturbable, o cuando menos lo parece, ante las acusaciones de malas prácticas y los presuntos casos de corrupción que señalan a su familia, tanto personal como política, y a menudo da la impresión de que todo ello, o casi, le sea ajeno. La incógnita es saber cuánto tiempo podrá aguantar en esta coyuntura y si será capaz de flotar en medio de unas aguas cada día que pasa más turbias y más turbulentas. Ahora se encuentra con el agua al cuello y, de hecho, en riesgo serio de ahogarse, pero la historia demuestra que es un superviviente nato y, por tanto, cometerá un error grave quien lo dé por amortizado.
Pedro Sánchez llegó a la secretaría general del PSOE en 2014 en sustitución de Alfredo Pérez Rubalcaba. El inicio de su mandato fue más bien gris y el partido obtuvo los peores resultados en todos los comicios en los que concurrió. Tras las elecciones españolas de 2016, el líder del PP de entonces, Mariano Rajoy, que fue quien las ganó, pidió la abstención del PSOE para poder ser investido nuevamente presidente del gobierno de España, porque era de la única manera que le salían los números. Pedro Sánchez, sin embargo, se mantuvo inflexible en su posición contraria, hasta que la presión interna, con la vieja guardia al frente, capitaneada por un caduco y caducado Felipe González, lo obligó a dimitir. Una gestora tomó las riendas del partido y dio los votos a Mariano Rajoy para que pudiera continuar en la Moncloa.
Nadie contaba, y menos quienes se lo habían cargado, que aquel paso atrás sería el trampolín que le permitiría dar un salto adelante e iniciar una carrera política que ahora es la que está en entredicho. Contra todo pronóstico, se impuso en las primarias de 2017 convocadas para cubrir la vacante de la secretaría general y lo hizo ante la candidata del aparato del partido, Susana Díaz, que se las prometía muy felices, pero que tuvo que plegar velas antes de empezar. A partir de ese momento, se fortaleció primero como número uno del PSOE, a pesar de los intentos constantes de moverle la silla por parte de quienes nunca han digerido que los hubiera derrotado, y después como presidente del gobierno español, donde ha realizado auténticos equilibrios para mantenerse en el cargo. Al cargo llegó en 2018 gracias a una insólita moción de censura contra Mariano Rajoy, que presentó tras conocerse la sentencia del caso Gürtel que culpabilizaba al PP, y que, además de ERC y el PDeCAT, tuvo el apoyo, entre muchos otros, de un PNV que el día anterior acababa de votar a favor del presupuesto del todavía, en aquel momento, inquilino de la Moncloa.
Aun así, Pedro Sánchez no pudo acabar la legislatura en 2020 como deseaba y tuvo que convocar elecciones anticipadas en 2019, después de que el Congreso devolviera el presupuesto de ese año al gobierno. El PSOE las ganó, pero no consiguió mayoría para gobernar y, dado que el PP tampoco tenía una mayoría alternativa, al final se tuvieron que repetir. Las volvió a ganar y, esta vez sí, fue reelegido presidente del gobierno de España gracias al apoyo de ocho fuerzas políticas diferentes y a la abstención de dos más, entre ellas ERC. JxCat, que ya había cogido el relevo del PDeCAT, votó en contra. Y en los comicios de 2023, aunque el partido más votado fue el PP, se mantuvo en el cargo gracias al apoyo, una vez más, de ocho formaciones políticas diferentes, entre las que esta vez sí que se encontraban ERC y JxCat, a cambio de promesas como la ley de amnistía, el traspaso de Rodalies, una financiación singular para Catalunya o la oficialidad del catalán en la Unión Europea (UE). Unos compromisos que, dos años más tarde, o aún no se han cumplido (el reconocimiento del catalán en Europa) o brillan por su ausencia (la financiación singular) o parecen papel mojado (el traspaso de Rodalies) o no han servido de mucho (la amnistía).
Sánchez ha puesto mucho de su parte, con promesas incumplidas, inacción ante asuntos delicados, tomas de posición disparatadas y con la incapacidad de resolver absolutamente ninguna de las dificultades y de los conflictos
Y ha sido precisamente en el mandato actual que han salido a la luz todos los casos de supuesta corrupción que, a medida que avanzan los días, no hacen más que ensanchar la duda y la sospecha a su alrededor. En el ámbito personal y familiar directo, su mujer, Begoña Gómez, y su hermano David Sánchez están bajo la lupa judicial. En la esfera de la familia política, el llamado caso Koldo, de presunta financiación ilegal, soborno y tráfico de influencias, ha afectado a quien había sido su número dos en el PSOE como secretario de organización y ministro de Fomento y de Transportes, José Luis Ábalos, al asesor de este, Koldo García —que es quien da nombre al caso—, y al empresario y comisionista Víctor de Aldama. El fiscal general del Estado, Álvaro García Ortiz, está a un paso de ir a juicio una vez ha sido encausado por supuesta revelación de secretos de la pareja de Isabel Díaz Ayuso. Luego están los whatsapps en los que deja a todo el mundo a la altura del betún. Y últimamente ha salido a la luz el llamado caso Leire, por el nombre de Leire Díez, una militante del partido que acaba de darse de baja y que habría intentado conseguir información, a cambio de favores, contra miembros de la Unidad Central Operativa de la guardia civil, conocida como UCO, y de la Fiscalía por las investigaciones llevadas a cabo sobre Begoña Gómez.
Solo en el caso que afecta a su esposa Pedro Sánchez amenazó con dimitir —en abril de 2024—, pero obviamente no lo consumó y lo aprovechó para arremeter con más fuerza contra quienes él cree que lo atacan, la derecha y la extrema derecha. Ahora se encuentra en el centro de la diana, pero no solo del PP y de Vox, también de los de su propio partido que discrepan —con el presidente de Castilla-La Mancha, Emiliano García-Page, erigido en portavoz de la disidencia interna—, y, sobre todo, está en el punto de mira de los poderes del Estado, esos poderes ocultos que están siempre y que maniobran en la sombra cuando de descabalgar a alguien que no les gusta se trata, como es el caso. Es lo que los propios perseguidos llaman cloacas del Estado, pero que miran hacia otro lado cuando actúan contra Catalunya, y ahora, en cambio, se quejan porque les afecta a ellos. Son los poderes encargados de velar por la sacrosanta unidad de España, que se extienden de manera transversal a través de la monarquía, los partidos políticos, la judicatura, el estamento militar, la iglesia y el alto funcionariado.
Acosado por todas estas instancias, el líder del PSOE se encontró el viernes en Barcelona, a donde se desplazó con motivo de la celebración de la conferencia de presidentes autonómicos, con su imagen en vallas y autobuses acompañada de un explícito "corrupto". Y, para redondearlo, todos los presidentes del PP aprovecharon la cita para pedirle que avance las elecciones españolas, que no era el objeto del encuentro, pero sí uno de los mensajes principales con los que Alberto Núñez Feijóo hace tiempo que fustiga, tan intensa como inútilmente, a Pedro Sánchez. Ni las manifestaciones que le monta cada dos por tres le perturban. Ahora bien, todo ello no significa que la situación en la que se encuentra sea solo culpa de los demás. Él, más allá de la veracidad o no de los casos de presunta corrupción que hay que suponer que la justicia aclarará, ha puesto mucho de su parte, con promesas incumplidas, con inacción ante asuntos delicados, con tomas de posición disparatadas como el liderazgo en contra de Israel y, en definitiva, con la incapacidad de resolver absolutamente ninguna de las dificultades y de los conflictos que se le han presentado durante el mandato. No hacer nada o dejar que las cosas se resuelvan, o se pudran, por sí mismas parece talmente su divisa.
A pesar de todo, él sigue insistiendo en que quiere acabar la legislatura cuando toca, en 2027. El problema es que el agua le empieza a subir más arriba del cuello y el peligro de que se ahogue no para de crecer. Tanto que los únicos que en estos momentos pueden mantenerle con vida son JxCat y ERC, que no se entiende —o quizás el caso es que se entiende demasiado— qué hacen garantizándole todavía el apoyo dos años después de no haber conseguido, cuatro migajas al margen, nada.