En la España autonómica posterior al 155 solo se puede sobrevivir mediante dos estrategias políticas. La primera es la gestión correcta de la cosa pública; tenemos un buen ejemplo con la presidencia de Salvador Illa, líder absoluto de una Catalunya donde la mayoría de los conciudadanos no saben el nombre de un solo conseller y ni puta falta que les hace, pues lo importante es lo que los funcionarios trabajen, la administración funcione sin hacer ruido, y que la política no sea percibida como un problema de cara a la iniciativa privada. La segunda opción es el nacionalismo, representado admirablemente por la presidenta madrileña Isabel Díaz Ayuso. Esta hija privilegiada de Pujol ha radicalizado el mensaje convergente (la Catalunya como motor de España) equiparando el Estado a su pequeño reino, confrontándose al PSOE aunque sea al precio de negar la gravitación, y apelando continuamente al victimismo y al agravio territorial.
Esta estrategia explica el numerito del otro día en la Conferencia de Presidentes, de la cual Díaz Ayuso se levantó porque algunos de sus colegas osaron no hablar el idioma que los pistoleros y militares han impuesto durante siglos en Catalunya. Como se puede imaginar todo el mundo, a Díaz Ayuso la Conferencia en cuestión le resuda el coño (de hecho, como a la mayoría de los otros presidentes); pero la presidenta de Madrid se dirige a cualquier lugar como las folclóricas, conscientes de que ellas solo cantan para su público. Como pasa siempre, los catalanitos hemos reaccionado a la espantada de la señora en cuestión apelando al respeto por la lengua, la diversidad del Estado, y toda cuanta polla en vinagre sociovergente. Pero todo este discurso, cuando lo que se quiere es salir de la foto y diferenciarse incluso de los compañeros presidentes populares, son cantos de sirena. Díaz Ayuso vive de tuits, titulares y, por desgracia, artículos.
También de artículos como este, solo faltaría, que apuesta por hablar muy poco de esta señora (exactamente como de Sílvia Orriols) en tanto que medicina para acabar con su escaso futuro político a largo plazo. Pero la carne del plumilla es débil y servidora no es una excepción; pero si hablo de Isabel Díaz Ayuso es para recordar que su táctica nacionalista es tanto o más fallida que la visión funcionarial-administrativa de nuestro Molt Honorable. El patriotismo madrileño podrá coleccionar mayorías absolutas en su territorio, como hizo Pujol durante años, pero será incapaz de colonizar el resto del Estado. El motivo principal de esta castración es el mismo sistema autonómico español que —en eso la derecha tiene toda la razón— ha creado una serie de regionalismos en cada territorio, convirtiendo España en un país mucho más macedonia de intereses que intento de estructura federalizada.
No hay que hablar de Díaz Ayuso, pero sí que hay que hablar de todo aquello que representa
En este sentido, también se han acabado los tiempos en que un líder de la metrópoli madrileña podía imponer su agenda a todo el Estado. De hecho, el gesto de Díaz Ayuso fue poco celebrado por el resto de barones del PP y diría que no la posiciona muy favorablemente para editorializar a su gusto el próximo congreso de los populares. El nacionalismo tiene muchos problemas, el principal de los cuales es que resulta muy difícil de exportar y compartir con gente que es tanto o más de derechas como tú, pero para la cual hablar en gallego es una cosa sagrada. Pero todo eso a la presidenta tanto le da, insisto, porque ella aprovecha todas las oportunidades que le regala Pedro Sánchez para destacar y así conseguir que los madrileños olviden que no tiene mucho ojo clínico para escoger con quién se encama. Al límite, mientras Díaz Ayuso tensione el espacio derechista español, y el PP no pueda volver a aterrizar en el centro, Pedro Sánchez puede respirar el mar de tranquilo.
No hay que hablar de Díaz Ayuso, en definitiva, aunque sí que se tiene que hablar de todo aquello que representa, sobre todo porque —tarde o temprano— a los catalanes nos harán escoger entre la vida tranquila de Illa y algún nuevo pujolista de turno que quiera resucitar el mundo de la performance continua. Como es evidente, trataremos de no caer en la trampa y, sin que sirva de precedente, nos situaremos en la tercera vía central del país; el independentismo. Mientras vayan cayendo todos los cadáveres, y la próxima década verá desfallecer unos cuantos, no podemos hacer nada más que aguantar el tipo para ver cómo el antiguo mundo va deshaciéndose. Porque eso de los funcionarios ejemplares y de los patriotas performativos, creedme, acabará cayendo por su propio peso en el mar infinito del aburrimiento.