Existe un grupo de comentaristas, más próximos a Demòcrates de Catalunya que a ERC, que todo el santo día critican el 9-N, a Artur Mas y todo lo que tenga que ver con el PDeCAT, que ellos insisten a denominar Convergència para satisfacer no se sabe muy bien a quién. En eso de la denominación, supongo que lo más adecuado sería denominar eurodemócratas a los asociados al PDeCAT y dejar la denominación demócratas para los de DC (los renovados cristianodemócratas). Así todo el mundo estaría contento y se acabaría este lío de familia, porque no sé de ningún alto cargo de la Generalitat asociado a DC que no esté ubicado en un departamento dirigido por un asociado o asociada al PDeCAT. Quizás sea una rémora de la época de CiU, pero de momento eso es así. Ya se verá lo que pasará en el futuro. Por norma general, estos comentaristas críticos acusan a Mas de no haber tenido el coraje de saltarse las normas el 9-N por puro conservadurismo.

Ni las hegemonías ni los liderazgos dependen del nombre que se le ponga al fenómeno. Son los hechos los que determinan qué ha pasado y cómo podemos calificarlo. En este caso, el nombre no indica nada, si bien siempre hay quién se dedica a calificar negativamente una opción política para conseguir que todo el mundo se refiera a ella de aquella manera. La feliz coincidencia entre unionistas y críticos respecto al 9-N en criticar Artur Mas es paralela a la manía que tienen algunos articulistas de confundir el conservadurismo con el liberalismo. Unos y otros coinciden en calificar al nuevo PDeCAT como partido conservador para que así se ajuste a su manera de ver las cosas, ya sea en versión derecha soberanista que tiene prisa o de izquierda unionista que querría que los eurodemócratas fueran como el PP. ¿El PDeCAT es realmente un partido conservador? Por encima de los líos internos, que no son pocos, empezando por la crisis de liderazgo que arrastran porque todas las facciones hacen lo posible para debilitar los liderazgos emergentes del partido, por si acaso “los de siempre” perdiesen influencia, desde una perspectiva clásica es impropio considerar que el PDeCAT sea un partido conservador.

La feliz coincidencia entre unionistas y críticos respecto al 9-N en criticar a Artur Mas es paralela a la manía que tienen algunos articulistas de confundir el conservadurismo con el liberalismo

El conservadurismo se caracteriza por tener miedo al cambio y por pretender controlar la voluntad de las personas, cosa que comparten, paradójicamente, con los comunistas. Entre conservadores y liberales hay, en ese sentido, la misma distancia que separa a los socialistas de los comunistas. Cuando un conservador habla de valores, un liberal hablará de ética, porque los valores tienden al totalismo, generalmente religioso, y la ética, en cambio, apela a la virtud, digamos, republicana. El conservador, por lo tanto, confunde el ámbito espiritual con el temporal y defiende la religión como institución, lo que para el conservadurismo extremo incluye otorgarle un rol coactivo para con los demás. Los liberales, a pesar de respetar cualquier creencia religiosa, abominan la posibilidad que la religión pueda tener algún papel en la vida pública. Esto no quiere decir que quieran eliminar las religiones del espacio común, no se trata de eso, sino de defender la preeminencia del poder civil para regular lo público. El conservador desea mantener una jerarquía predeterminada, conseguida por el estatus social adquirido, mientras que el liberal no acepta que ninguna posición conquistada con anterioridad –por linaje, por ejemplo– tenga que ser protegida contra la lógica del mercado mediante privilegios, autorizaciones monopolistas o intervenciones coactivas del Estado.

En Catalunya, si bien es minoritario, el conservadurismo es patrimonio del PP, cuyas políticas en el conjunto del Estado es más que evidente que responden al principio más conservador de todos, que es oponerse por norma a todo nuevo avance, ya sea político, ya sea en el conocimiento, porque teme sus posibles consecuencias. El temor del PP a la secesión de Catalunya, por ejemplo, le lleva a no proponer alternativa alguna a la crisis política que ya se inició una década atrás. Al contrario, ha conseguido que el PSOE, rendido a los pies del conservadurismo, se haya convertido en una parodia de aquel socialismo que en 1982 llegó al poder con el eslogan “Por el cambio”. A pesar del caso Palau y de la pornográfica corrupción de la familia Pujol, el PDeCAT ha abrazado el cambio sin complejos, hasta el punto de poner en peligro su propia continuidad. Los críticos con Artur Mas y el 9-N no saben valorar, quizás porque ellos mismos sean conservadores, qué pasó los meses anteriores a la consulta. Solo hay que recurrir a las hemerotecas para recordar quién provocó que el 9-N hubiera que formular una pregunta enrevesada hasta decir basta o bien qué pasó el 13 de octubre del 2014 en el palacio de Pedralbes después de que el Govern comunicara a los líderes de ICV-EUiA, ERC y la CUP la suspensión (a instancias del Tribunal Constitucional) de la ley de consultas y del decreto de convocatoria del 9-N. Supongo que algún día sabremos algo más sobre aquel embrollo de lo que ya contó Pere Martí en su libro Escac a l’Estat. La trama secreta del 9-N i la represa del procés. Cuando se sepa toda la verdad, la gente quedará sorprendida.

Que Artur Mas demostrara ser más favorable al cambio que cualquier presidente anterior, no significa que acertara siempre en sus decisiones. Su lenta evolución hasta abrazar el independentismo, que en cierta medida es parecida a la evolución de mucha otra gente, dio seguridad a los sectores más recelosos, pero también provocó que cometiera muchos errores y, curiosamente, le llevo a confiar en la CUP cuando en el palacio de Pedralbes se pactó el 9-N. La CUP apoyó la propuesta del Govern de sacar las urnas a la calle en un marco legal “diferente” al previsto por la ley de consultas, contando con 500 colegios electorales y 18.000 voluntarios, mientras que ERC e ICV-EUiA se opusieron frontalmente a ella. Ningún conservador habría planteado una propuesta como aquella. Los conservadores rehuyen las incertidumbres porque creen, como los comunistas, en las certezas absolutas.

No admiro el economista Friedrich A. Hayek, sanctasanctórum de los liberales de CDC, entre otras razones porque sus seguidores han acabado avalando dictaduras sanguinarias como la del general Pinochet y sus ideas inspiran, por norma general, a los liberales libertarios, el sector más extremo. A pesar de ello, Hayek tenía razón cuando en 1959 se quejó de que “la mayoría de quienes se consideran progresistas no hacen más que abogar por continuas menguas de la libertad individual, [mientras que] aquellos que en verdad la aman suelen tener que malgastar sus energías en la oposición, viéndose asimilados a los grupos que habitualmente se oponen a todo cambio y evolución”. Hayek escribió esto en el contexto de la Guerra Fría en el post scriptum de su libro Los fundamentos de la libertad” y lo tituló “¿Por qué no soy conservador?”, pero la mala interpretación de su defensa de la libertad de muchos de sus discípulos les hizo transitar del liberalismo hacia el conservadurismo y, por lo tanto, hacia la reacción. La mayoría de partidarios de Hayek que conozco son, por encima de todo, ultraconservadores, y en una Catalunya independiente votarían lo que hoy representa el PP y algunos líderes de la antigua Llibergència.

El problema del PDeCAT no es que sea conservador o no –o socialdemócrata, como asegura una de sus facciones–, el problema es que todavía no se sabe si es algo

La clase media en Catalunya es, como se puede constatar en todas las estadísticas y encuestas sociales, progresista y liberal a la vez. Su manera de pensar responde a lo que Anthony Giddens resumió en una máxima que se entiende bien: “Mercado hasta donde sea posible y Estado donde haga falta y sea necesario”. Un partido que aspire a representar a la clase media solo puede ser liberal progresista o liberal de izquierdas, como ya intuyó a su día Ramon Trias Fargas al poner nombre a su partido: Esquerra Democràtica. En 1975, cuando se fundó este partido, el liberalismo no estaba de moda en Catalunya. Muchos de los que ahora hablan bien de Trias Fargas, entonces lo acusaban de todas las maldades del mundo, incluyendo de pertenecer a la Trilateral. Hoy en día, solo los indocumentados confunden el liberalismo con el conservadurismo. Si Tony Blair no se hubiera asociado a la estúpida guerra de Irak con un montón de mentiras, posiblemente la tercera vía giddensiana, que no fue otra cosa que la reinterpretación de liberalismo de izquierdas, no se habría estrellado contra los radicalismos que amenazan la democracia liberal. Quién caiga en la tentación de promover el conservadurismo para atajar, por ejemplo, el avance de los comuns, caerá en la marginalidad. De momento, el problema del PDeCAT no es que sea conservador o no –o socialdemócrata, como asegura una de sus facciones–, el problema es que todavía no se sabe si es algo.