Podríamos ahorrarnos mucho en futuras encuestas. Extremadura ha escupido de golpe el cambio de paradigma estructural, derechizado y avalado por un 17% de ciudadanos que apuestan por la extrema derecha como opción de gobierno. En las mismas urnas ha caído el tabú de Vox y el feudo histórico socialista. La cifra es elocuente y la tendencia extrapolable en lo nacional. Solo el PP extremeño suma más que toda la izquierda, el bloque supera el 60% y la izquierda apenas el 36%. Todos los titulares pasan por ser "históricos". Los dos grandes partidos han sufrido derrotas y serios avisos. La del PSOE es inapelable. Por muy mal candidato que fuera Miguel Ángel Gallardo —no lo ha habido peor—, con un resultado así, el problema va más allá. La corrupción en todo el aparato orgánico de Pedro Sánchez, los casos de acoso sexual, el desgaste de ciclo y el estado de ánimo. Pero también una agenda identitaria que favorece a Vox en un entorno temeroso de la agenda 2030, la protección de la caza y las amenazas intangibles que tan bien explota la ultraderecha.
El hundimiento del PSOE es total por su transversalidad. Cae en las ciudades y en el campo. Está más cerca de la tercera fuerza que de la primera y se deja 20 puntos en los seis años de Sánchez. En Badajoz ha habido sorpasso de Vox por cuatro puntos y ha quedado a treinta del PP. En Cáceres, los de Santiago Abascal son segunda fuerza en casi una treintena de municipios y primera en cinco. Los tradicionales feudos del PSOE desaparecen. En Navalmoral de la Mata, pegado a la central nuclear de Almaraz, son tercera fuerza y Vox sube más de 10 puntos. En Talayuela, el municipio con más inmigración, Vox tiene el 37% y el PSOE se hunde. Y así en Almendralejo, Trujillo, en Olivenza, pueblo natal de Guillermo Fernández Vara.
El PSOE confía en el crecimiento de la extrema derecha para esconder su fracaso y, en una dinámica similar, el PP se centra en la destrucción del PSOE mientras alimenta su fiera
El cambio lo capitaliza Vox, no el PP. Alberto Núñez Feijóo se equivoca si no ve lecciones en las urnas de Extremadura. Desde el 23 de julio, el PP no rentabiliza el desgaste del gobierno. Ahora, en su momento más bajo —incluso de descomposición—, el PP extremeño pierde 11.000 votos y Vox sube 40.000. Ni rastro del voto útil para la fuerza hegemónica de la derecha. Si Feijóo no ve una lectura nacional aquí, la ceguera de Sánchez es contagiosa. Si piensa que es culpa de María Guardiola, se equivocará tanto como Ferraz señalando a Miguel Ángel Gallardo. El PSOE confía en el crecimiento de la extrema derecha para esconder su fracaso y, en una dinámica similar, el PP se centra en la destrucción del PSOE mientras alimenta su fiera. El primero que tiene que asumir que Vox no da miedo es Feijóo. Guardiola le ha convocado las elecciones; las adelantó para quitárselos del medio y los ha disparado.
La sorpresa de Vox destapa una corriente que está cambiando la estructura del voto del país. Ahora tiene que gestionar los resultados. Decidir cómo pacta, qué pide, su entrada en los gobiernos y cuánto aprieta. El equilibrio no es fácil. Así desapareció Ciudadanos. Un 17% de votantes no resisten la huida de Abascal de la gestión para no mancharse.
Y sobre el silencio de la Moncloa. Pedro Sánchez dice ser el bastión socialdemócrata de Europa, el confrontador del trumpismo y la extrema derecha. “Me pone”, ha llegado a decir en círculos informales. Otro síntoma de la desconexión con la realidad. Y más grave, de la suya propia. Esta desconexión explica que el presidente salga la mañana poselectoral y no admita preguntas ni haya rastro de mención al resultado. En ese frente a la extrema derecha es donde se está demostrando que el PSOE de hoy ya no sirve. Cuando termine la foto fija de este ciclo electoral, el abismo de los socialistas será desconocido hasta ahora. Habrá un "PP del gran poder" que lo gobernará todo en solitario o en coalición y un PSOE sin poder territorial, hundido allá por dónde pasen las urnas. Aunque consiga en torno a un 27% en las generales, se enfrentará a una reconstrucción orgánica e ideológica para la que no tiene cuadros ni coordenadas. Decía el peneuvista Aitor Esteban que Sánchez tendría que ir pensando cuándo convocar. También en su salida. Alguien dijo que todas las carreras políticas acaban en fracaso. No hay manual de resistencia que aguante esa certeza.