Ahora mismo, Cataluña está en todas partes, y no está en ninguna: está en los debates de las elecciones gallegas, en las mediaciones sobre la renovación del CGPJ, en las votaciones sobre la amnistía, en las propuestas de resolución del Parlamento Europeo e incluso en el debate sobre los toros y la sequía y la Fórmula 1. Es normal que, tras la aplicación de la apisonadora judicial sobre el independentismo (y sobre el país), el foco de atención se haya terminado centrando en todo lo que nosotros no podemos resolver. Lo que no está en nuestras manos. Es decir, el foco de atención solo se ha vuelto a fijar en el independentismo en el momento en que los votos de Waterloo han servido para condicionar a gobiernos españoles, pero llevaba ya algunos años desviado hacia otros lados. Ahora Cataluña no es un conflicto urgente, ahora Cataluña es un espacio de resolución de los conflictos pendientes de España, y por eso la aparición de Waterloo como interlocutor es un giro interesante. No, no es lo mismo ser el conflicto catalán que resolver los conflictos españoles. Es lo que se ha decidido priorizar ahora: tirar de abogados, invocar la legislación europea y los tratados internacionales, modificar códigos penales, impulsar leyes reparadoras, democratizar sistemas judiciales adversos y comprobar las posibilidades reformistas de España en su conjunto. Forzarlas incluso. Pues bien: aparte del éxito que se obtenga de todo esto, que está costando y que deberá tener una expresión política y no solo jurídica, el caso es que muy pronto será necesario que alguien se dedique a poner el foco en Cataluña.

Como consecuencia de este impasse, ahora mismo el debate interno se ha transformado en una creciente angustia sobre el fenómeno inmigratorio y sobre la lengua. Es decir: no es cierto que no se esté poniendo el foco hacia dentro, también, pero en cualquier caso no se está poniendo el foco en la independencia. El presidente Pujol, que parece muy interesado en asistir en todas las conferencias que se celebran hoy en día sobre demografía e inmigración, se atreve a aseverar que lo que más le preocupa es que “Catalunya siga siendo catalana” y nadie se atreve a replicarlo con lo del reparto de carnets. Ni acusarle como se hizo con Heribert Barrera. En primer lugar: si no quieren que hablemos sobre repartos de carnets o sobre esencias, habría sido mejor que nos permitieran votar en paz; pero, en segundo lugar, este tipo de debates también serían necesarios en caso de independencia. La diferencia con hacerlo ahora es la siguiente: fue el propio Jordi Pujol quien dijo hacia 2017 la frase “o independencia o asimilación”. La independencia no la tenemos, y, por tanto, lo que más le preocupa es la asimilación. De ahí la referencia a salvar la catalanidad. El debate sobre la lengua, vivísimo, también va por ahí y es una mezcla entre concentrarse en sobrevivir, es decir, no morir, y querer imponer una primacía. Tampoco es lo mismo. El foco está, en definitiva, siempre en la identidad, olvidándonos, quizás para ganar tiempo (es decir, para perderlo), que la independencia siempre ha sido también un tema de identidad. Un tema incluso de existencia: mientras Cataluña no exista legalmente como nación o como estado, necesita existir como conflicto. Esto no es excusable. Y no puede ser un conflicto solo retórico.

Ahora mismo el debate interno se ha transformado en una creciente angustia sobre el fenómeno inmigratorio y sobre la lengua

Como máximo, en febrero del próximo año habrá elecciones catalanas y el foco del debate tendrá que volver a girarse hacia adentro. Aquellos que hayan negociado en Madrid tendrán que exponer los resultados de la negociación, o bien los motivos de su (nada improbable) ruptura. Aquellos que tengan una mejor idea, es decir, más unilateralista, también tendrán que sacarla a la luz, ya sea en forma de partido o en forma plataforma o de debate de ideas. Y aquellos que sean más de acción tendrán que demostrar si lo que ocurrió antes del 2017, es decir, la teoría según la cual todo fue promovido de abajo a arriba y desde el pueblo, se puede volver a demostrar ahora o hay alguna fuerza mayor que lo impida. Pero sea como sea, será necesario que todo el mundo rinda cuentas de su actuación ante el tema y, en este sentido, deberían ser totalmente válidas incluso las fórmulas del estilo “ahora no toca”, volviendo al presidente, si es que estas fórmulas se pueden justificar o simplemente imponer con autoridad moral.

Pero es difícil que “no toque”: esta es mi advertencia. Los procedimientos judiciales en Europa, las mediaciones y las tablas de diálogo no pueden llegar a las elecciones catalanas sin revelar sus horizontes de resolución. Bueno, sí pueden, pero a un altísimo precio electoral para las formaciones implicadas. Es lo mismo que con la inmigración: hay temas que siempre tocan, y que tocan especialmente ahora. Cuando no están en la agenda política, la gente los pone: denunciando abusos lingüísticos, establecimientos que no cumplen la normativa, insuficiencias en las medidas de protección del gobierno. Si se llega a las elecciones catalanas con la amnistía aplicada, y con éxito, la gran pregunta del público será "¿y ahora qué?". Será automática. O, más concretamente, "¿para hacer qué?". Que nadie espere un premio, por la amnistía: prepárense para las preguntas que vendrán inmediatamente después, y que necesitan una respuesta. Quien lo haga, o quien ponga más rigor, tendrá ventaja sobre los demás. Recuperar la pelota, por importante que sea, no será suficiente. Ya no podrá servir para limitarse a hacer un tiqui-taca confuso. Podemos desviar los temas tanto como deseemos, pero los temas no se desviarán de nosotros. Para movimientos u opciones políticas sin respuestas, ya tenemos a Salvador Illa.