Estos días se ha afirmado, a raíz de la salida básica de JuntsxCat del Govern de la Generalitat, que si el procés estaba muerto, que si estaba vivo, que si estaba hacia arriba o hacia abajo. Creo que tiene razón Jordi Sànchez cuando afirma que el procés ha muerto. Por procés entendemos el camino urdido por instituciones y entidades civiles independentistas y seguido por una gran parte de los ciudadanos de Catalunya de ir hacia la independencia. Para continuar el camino como hasta ahora hacía falta un instrumento. Este ha sido el procés. No es el tema, sin embargo, que me sugiere las presentas líneas, cuando menos directamente.

Ahora bien. Una de las fuentes nutritivas de Junts proviene de la antigua Convergència. Basta con mirar a gran parte de los dirigentes del partido, empezando por el secretario general, Turull, al presidente del Consejo Nacional, Rull, o el del Grupo parlamentario, Batet... No se trata ciertamente de una sucesión de partidos. Lo ha dicho ya la Justicia: Convergència está en liquidación, en las postrimerías, después de su viaje a través de la corrupción.

Que no haya una sucesión, digamos jurídica, no ha impedido —sino al contrario— que lo que podríamos calificar de captación del fondo de negocio, obviamente, político, su electorado, haya pasado en buena medida a Junts. Pero menos del que parece.

En efecto, desde el punto de vista electoral resulta patente que por el camino, desde CDC a Junts, pasando por Junts pel Sí, los ahora llamados posconvergentes han perdido, como mínimo, la mitad de su electorado. El grueso sociológico ha pasado, en buena medida, a ERC. La inicial base sociológica de la Convergència Pujoliana, especialmente antes de la tormenta de corrupción, no era independentista. Había independentistas en CDC, sin embargo, ni de lejos, integraban su núcleo.

Es patente que Convergència ha muerto, que ha fallecido para siempre y que, por muchos intentos que grupúsculos de entusiastas amantes del pasado lleven a cabo, Convergència ha pasado a la papelera de la Historia

Ahora, en parte gracias a la sentencia del TC sobre el Estatut, catalizada por el partido antisistema por antonomasia, el PP, la sociedad catalana ha girado hacia posiciones independentistas, como mínimo mayoritariamente pro derecho a decidir, proviniendo cada uno de esferas políticas diversas. Basta con ver la evolución de los resultados electorales en los últimos diez años.

Después de transferir la dirección de Junts la decisión de abandonar o no el Govern de la Generalitat, ha quedado cristalino que las bases de Junts son, no solo claramente independentistas (1), sino que también están claramente alejadas de la estabilidad en la obtención de este objetivo (2), es decir, pretenden empezar la vía hacia la creación de una república independiente sin hoja de ruta (3). Todo sin más equipaje que eslóganes, como radicalidad democrática o movimiento de liberación nacional —el FLN del Paseo de Gracia!—, de difícil comprensión, a la vista de los pactos en la DIBA o a haber tirado a la papelera las primarias al alcaldable en Girona, por ejemplo. Dejemos de lado su pretensión de exclusividad en sede independentista; eso sería harina de otro costal.

Las próximas elecciones, las que vengan primero, que todavía no se puede saber cuáles, nos certificarán que Convergència c'est finie (1), que una parte de la derecha se ha vuelto independentista encendida (2), sin que hoy por hoy, podamos saber qué tanto por ciento del cuerpo electoral seguirá esta marca, ahora ya en solitario y tan decidido a hacer la travesía del desierto sin la vestimenta adecuada. Sí es patente, sin embargo, que Convergència ha muerto, que ha fallecido para siempre y que, por muchos intentos que grupúsculos de entusiastas amantes del pasado lleven a cabo, Convergència ha pasado a la papelera de la Historia.

Con esta muerte, a todo el sistema de partidos catalanes le hace falta reponerse hasta encontrar nuevos patrones a la hora de competir electoralmente y establecerse en sus respectivos sectores. Si la sociedad se está reinventando, sus vehículos de participación política, los partidos entre otros, también. Es la cosa más normal del mundo. También es lo más normal del mundo que el éxito no siempre acompañe en la empresa de dar con la tecla de seducir al que un partido cree que es su electorado natural, que es la base de cualquier partido.