Escribo estas líneas pocas horas después de saber, a través de su familia, que Carles Vilarrubí nos ha dejado. Estoy impactado y triste, porque para mí Carles era, por encima de todo, un buen amigo. Una amistad nacida hace cuatro décadas, en una época en la que la construcción nacional de Catalunya liderada por los gobiernos del president Pujol unía voluntades y complicidades.

Con el paso del tiempo, aquella amistad se fue haciendo más sólida y más duradera. Coincidimos trabajando en el mundo privado, dirigiendo empresas de inversión. Convivimos en el mismo espacio político, representado por Convergència i Unió. Y colaboramos en el ámbito institucional, el de la Generalitat, en épocas en las que casi todo estaba por hacer y todo parecía posible.

Después de toda esta larga etapa de conocimiento y de trabajo en común, puedo decir que Carles Vilarrubí era un hombre de país. Un hombre que amaba profundamente Catalunya, pero que no limitaba esta estima a una actitud contemplativa y teórica, sino que la transformaba en acción y compromiso práctico. Siempre implicado, siempre dispuesto a ayudar, siempre generoso. 

Es conocida su trayectoria en medios de comunicación públicos y privados, en el Barça, en el mundo de la gastronomía y en ámbitos empresariales diversos. Sin embargo, lo que no es tan conocido, debido a la discreción que lo caracterizaba, es su plena identificación y su implicación activa en causas relacionadas con la identidad catalana y la soberanía de nuestro país. Vivió con pasión serena el procés soberanista, pero también con actitud crítica los errores acumulados, las desconfianzas y las oportunidades perdidas.

Catalunya pierde a un hombre relevante. Un hombre con grandes habilidades sociales, tejedor de complicidades y constructor de puentes entre personas diversas y de sensibilidades diferentes

En 2015 tuve el gozo y el honor, como president de la Generalitat, de entregarle la Creu de Sant Jordi que el Govern le había concedido. La llevaba con orgullo, con distinción y con aquella elegancia natural que lo caracterizaba. El día de la fiesta de su 70º aniversario, hace casi dos años, la lucía ufano, como muestra de su catalanidad, que nunca ocultaba. 

Catalunya pierde un hombre relevante. Un hombre con grandes habilidades sociales, tejedor de complicidades y constructor de puentes entre personas diversas y de sensibilidades diferentes. Una de aquellas personas que cuando está se hace notar, y que cuando no está se le echa de menos. Una persona que deja huella, y de la buena. Aquella huella que merece la pena no borrar.