"Deja que suene la música, mientras que ha de hacer su elección; entonces, si pierde, tendrá el final de un cisne"
Shakespeare (El mercader de Venecia)
Todos a las jarcias, que nos ponemos griegos. Sánchez ha cantado de nuevo, y frente a su canto sirenaico hay dos formas de escucha: una es la de los que aún no están curados y otra la de los que están preparados para resistir la realidad. Por eso, como Ulises, habremos de derretir para los primeros cera agradable para introducirla en sus oídos en tanto atravesamos la zona peligrosa; mientras que los segundos, aunque seamos fuertes, haremos que nos aten de pies y manos y que nos sujeten al mástil con amarras, por si acaso, no sea que el canto sea capaz de embaucarnos de nuevo. Así imagino a Puigdemont, en el puente de Junts bien amarrado, oyendo los cantos de sirena de aquel que menos la verdad le puede cantar todo.
Y es que el presidente da el cante sin inmutarse.
Subido a las rocas de la televisión, nos dijo que toda relación con los de Puigdemont está rota, después de haber jurado y perjurado que todo era un paripé, que los juntaires iban de dar la nota y que volverían al redil más pronto que tarde. No solo. Envió por tierra, mar y aire a todos sus acólitos a poner en duda la palabra de Junts, incluso hubo quien fue más allá y hasta afirmó conocer contactos, y todo el mecanismo giró y giró para negar la evidencia. ¡Qué lástima de los que le siguen a todos los charcos, de los que él sale como tras pasar por el tinte, mientras los deja dentro hozando!
Sin lira ni arpa, se confesó culpable de los incumplimientos que se le reprochaban y que, como todos sabemos, jamás se habían producido. Si algo no había él cumplido no era responsabilidad suya —¿cómo iba a serlo?—, sino de terceros que ponían trabas, o bien se trataba de que prometió cosas que no tenía forma de dar. Nunca él faltó a su palabra, como si alguien fuera a poner en duda que sea un hombre de honor. De paso, el canto amargo sube y desciende haciendo de la necesidad virtud y reconociendo que sin Junts no es nada. Este finde, toca recomendar a Amaral. Después de estar dispuesto a sudar la camiseta y hasta la corbata para alcanzar acuerdo por acuerdo; después de tener claro que el Parlamento no es tan importante y que se puede seguir gobernando en minoría parlamentaria hasta que llegue el plazo tope para convocar elecciones; después de que su gente casi les insultara, provocando un discurso duro y sin paños calientes de Nogueras, a la que han puesto hasta mote.
Mientras seguimos la travesía, mirando de reojo a Escila y a Caribdis, nos llega la estrofa recurrente y decisiva: "No niego la gravedad de la crisis con Junts". Así que era verdad todo lo que la gente normal pensaba, que sin poder aprobar nada en toda la legislatura, sin techo de gasto, sin presupuestos, solo se puede andar en política como si se llevara una bomba lapa con temporizador en el pecho. Y como por mucha magia y mucho relato que le pongas a la cosa, la realidad siempre se impone, ha llegado la hora de pedir sopitas y de ensayar tu mejor canto para embaucar a los que necesitas para seguir en el machito. Le parece muy bien que "en un futuro lejano populares y juntaires fueran capaces de llegar a acuerdos porque sería un signo de normalización política", pero que sean muy, muy lejanos, que ahora la necesidad aprieta, tanto como para reconocer que el pacto entre los dos partidos es natural y normalizado.
"No niego la gravedad de la crisis con Junts", dice Sánchez. Así que era verdad todo lo que la gente normal pensaba.
En la travesía nos deja traslucir que nada de lo que hace su gobierno es imprescindible o está pensado. Que si era tan buena idea retrasar un año la soga de la verificación de facturas que trae locos a autónomos, pymes y gestores, bien lo podían haber hecho ellos solos sin enrocarse en las cartas de recordatorio amenazantes, ni en la presión a la que se ha sometido a todo el tejido productivo más frágil. La inseguridad jurídica es evidente, puesto que, a pesar de la alegría con que ha sido recibida la buena nueva, muchos ya habían invertido tiempo y dinero a trote cochinero para lograr cumplir los plazos como buenamente pudieran. Lo mismo podría decirse del fondo para amortiguar el problema de los impagos a los alquiladores, que si es buena solución, lo es sin que te lo exija ni Junts ni nadie, y si no lo ves útil, no debes concederlo aunque te pongan en el pecho una pistola. Todo ello viene a recordarnos que Pedro Sánchez es un hombre no solo de pocos principios sino de poco programa, parece estar esperando a que se lo construyan sus socios a base de peticiones.
Y eso que él no se va a dejar chantajear por sus íntimos colaboradores encarcelados a los que apenas conocía en lo "personal" —luego vendrán con la mandanga de que lo personal es político—. No ha dicho el presidente del Gobierno que no exista nada con qué chantajearle, sino que no se va a plegar a los chantajes. Todos los que no llevan cera en los oídos entienden perfectamente el matiz semántico. Lo entiende hasta Rufián, que, celoso de que se reproduzca el ménage à trois, ya le susurra que solo él le es leal, que Puigdemont está movido por intereses ideológicos para no perder votos. No rían, por favor, que puede que una ola les meta el agua en la boca; recuerden que atravesamos un estrecho peligroso.
No creo que Puigdemont trague. Parece que siguen firmes en su convicción de que Sánchez es "un estafador". Sobre todo porque el objetivo último de la gran envainada es conseguir que los juntaires le aprueben el paquete de normas Bolaños que le permitirían meterle mano al Estado de derecho como si se hubieran encontrado en una sauna. No es tonto el de Waterloo, nunca le daría tal kriptonita al hombre fiable, con la casi certeza de que algún día la volvería también contra los catalanes.
Así que puede que este canto de Sánchez haga honor a otro mito griego, el de la muerte del cisne. El canto más dulce, el de la muerte próxima, que tomaron como figura poética Platón, Ovidio, Cervantes, Lope de Vega o Baltasar Gracián. Lo malo es que es mentira; el cisne no canta al morir. En las etimologías nos cuentan que, por lo visto, los maleantes de antaño llamaban cisne al potro, y en su jerga el 'canto del cisne' alude a las confesiones que un condenado proclamaba durante el tormento. Quédense con la versión que prefieran y, en tanto lo deciden, soltemos ya los cabos, limpiemos las orejas, seguros de que solo un marino desesperado se dejaría arrastrar a los escollos por un canto que no es tal, sino todo un cante.