Los presupuestos han sido aprobados con una nueva mayoría. Dado que Cataluña es un país sin poder, el Govern se comporta como una entidad administrativa y como una diputación general. Si Cataluña fuera un país serio, independiente y con un poder político real, este Govern ya habría sido derribado. El partido de la oposición no habría rescatado a ERC, como hizo el PSC. Al contrario, habría obligado a convocar elecciones anticipadas para medir la fuerza de cada cual. Esquerra ocupa hoy muchos cargos —algo que hace babear a los antiguos convergentes—, pero, como ocurría años atrás, ocupar cargos no significa tener poder. La influencia política de los republicanos para, por ejemplo, establecer una agenda de cambio, es prácticamente inexistente. Si poseyeran un poco de dignidad y una fuerza que no poseen, no habrían aceptado de ninguna manera las imposiciones de los socialistas para aprobar el presupuesto 2023. No se puede estar en misa y en procesión. Lo que quiero decir es que no es habitual que Esquerra apruebe un presupuesto con la bandera del partido de la oposición y, al mismo tiempo, envíe a sus alcaldes a manifestarse en contra de los tres macroproyectos estrella de los socialistas: el Hard Rock, la ampliación del aeropuerto del Prat y la ronda Norte del Vallès. Mientras gobernaba con Junts —cuya facción mayoritaria, por lo menos en la dirección, coincide con los socialistas en lo que respecta a los macroproyectos—, Esquerra no quiso transigir. No logro comprender por qué ha actuado así. Es contradictorio que te opongas a tus aliados naturales, pues lo que la represión unió, la ambición no debería desunir, y, en cambio, puedas pactar con el partido del 155 lo que antes decías que no aprobarías jamás. No solo esto, sino que Esquerra no ha aprobado ni una de las 800 enmiendas que Junts presentó al proyecto de presupuestos. Un buen aviso para navegantes.

No es habitual que Esquerra apruebe un presupuesto con la bandera del partido de la oposición y, al mismo tiempo, envíe a sus alcaldes a manifestarse en contra de los tres macroproyectos estrella de los socialistas: el Hard Rock, la ampliación del aeropuerto del Prat y la ronda Norte del Vallès

A medida que transcurre el tiempo, las intenciones de Esquerra se vuelven más evidentes. El ambiente idealista de su entorno les hace creer que por el simple hecho de tener la presidencia de la Generalitat y haber barrido de la administración a los altos cargos de CiU, disfrazados de Junts, ellos han conseguido la nueva centralidad. El partido nacional que lideró Jordi Pujol durante años. Para ocupar un lugar central en la política es necesario, en primer lugar, tener un programa y, después, ser capaz de que la mayoría de la sociedad civil —entendida en el sentido weberiano del término, como un ideal democrático, y no como se entiende en Cataluña, que se somete a los partidos— te siga y te reconozca la autoridad. Puestos a gobernar en minoría, sería mejor hacerlo como lo ha hecho Ada Colau. Ha aplicado implacablemente su programa de “provincianización” de Barcelona sin que nadie le dijera nada. Al contrario, ha contado con el apoyo del PSC y, puntualmente, de Esquerra, que aprobó sus últimos presupuestos municipales con la alegría propia de los ingenuos. Los comunes han cambiado la ciudad con su "obsesión" de la pacificación urbana, dejando a un lado enfrentarse al estado por la precariedad de los transportes de cercanías o por los persistentes retrasos gubernamentales españoles para ejecutar por fin el corredor mediterráneo. Es difícil impedir que los coches entren en la ciudad si no hay alternativa, ferroviaria, en este caso. Los comunes se imponen, porque, desengañémonos, los destrozos de Colau no serán fáciles de revertir, mientras que los republicanos se creen la fantasía de su entorno mediático que les invita a no desfallecer y sacar partido de una supuesta posición estratégica que les permitiría pactar a ambos lados, con PSC y Junts. De momento, Esquerra solo emite señales que desea un nuevo tripartito. Esquerra tiene el Govern, pero no tiene el poder de transformar nada en absoluto. El poder es la capacidad que tienen los gobiernos o los grupos de presión para cambiar la conducta de los demás e imponer su voluntad. El gobierno de una región no tiene ni el poder que se le presupone. Ahora que vivimos en una época en que los jueces dictan qué se puede hacer y qué no, fíjense en lo que ha pasado en Córcega. La justicia de Francia ha prohibido el uso de la lengua corsa a la Asamblea de Córcega con el argumento de que el artículo 2 de la Constitución francesa establece que "la lengua de la República es el francés". Es lo que nos espera si no nos ponemos las pilas. Mientras no llega una prohibición similar, el españolismo se dedica a atacar la escuela catalana con el famoso 25 % de castellano que respalda el PSC.

Los comunes han cambiado la ciudad con su "obsesión" de la pacificación urbana, dejando a un lado enfrentarse al estado por la precariedad de los transportes de cercanías o por los persistentes retrasos gubernamentales españoles para ejecutar por fin el corredor mediterráneo

El sociólogo Maurice Duverger describe en su libro de introducción a la política dos maneras totalmente opuestas de entenderla y de defenderla. Para unos, la política es esencialmente una lucha, una contienda que permite a los individuos y a los grupos que mantienen el poder la dominación sobre la sociedad, al mismo tiempo que les permite adquirir las ventajas que conlleva. Para otros, la política es un esfuerzo para establecer el orden y la justicia, con el propósito de proteger el interés y el bienestar de todos. Los primeros piensan que la política sirve para mantener los privilegios de una minoría sobre la mayoría. Para los segundos, es un medio para lograr la integración de todos los individuos en la comunidad y, de esta forma, crear la "ciudad perfecta" de que hablaba Aristóteles. Parece evidente que los políticos catalanes no se plantean cuestiones tan trascendentales. La política catalana es más simple. El ejemplo más evidente es el choque entre los socialistas y los republicanos acerca del lanzamiento del plan piloto de renta básica. Los socialistas se oponen a este plan porque creen que crearía frustración. Según ellos, cuando se aplique de forma universal —es decir, para todos los catalanes y no solo para los 800 del plan piloto—, el coste será de 50.000 millones de euros anuales para la Generalitat. Es un gasto que supera con creces el presupuesto actual de 41.000 millones, que, además, está hinchadísimo con los recursos de los fondos europeos Next Generation y no porque Esquerra haya conseguido una mayor inversión del Estado. La renta básica universal, al igual que otras muchas cosas que afectan al bienestar general, solo se logrará mediante la independencia. No se gana soberanía con la vuelta al mercado de la deuda, como afirma la consejera Mas. La soberanía no existe sin tener un estado. Se trata de una quimera como las que inventaban Pujol y Tarradellas para apaciguar a los independentistas. Solo disponiendo del deber y el haber real del país, sin un Estado español que expolie los recursos de los catalanes, se podría extender este plan y otros muchos. El problema radica en que la independencia ha dejado de ser la prioridad de ERC. La independencia nunca estuvo en los planes de los socialistas.