Os pido que olvidéis durante unos minutos las curvas del procés y su ritornello insufrible de vaca rumiadora, ya sé que quizás es demasiado pedir, y que imaginéis por un momento a Lluís Maria Xirinacs a las 8 y cuarto de la mañana del lunes 6 de octubre de 1975, que refiguréis a Xiri saliendo del Hospital Penitenciario de Carabanchel, pido que volváis a hacer visible, si puede ser, a Xiri abandonando la trena después de veintidós meses de reclusión, huelga de hambre incluida, todo para pedir la amnistía de los presos políticos del franquismo, os digo pues que lo miréis como si todavía estuviera vivo, entre amigos, abrazándose mientras lo filman periodistas de todas partes. Pocos días después, al filósofo catalán (así nos tendríamos que referir a él, si la tribu fuera normal) le deniegan el premio Nobel de la Paz, y no será la última vez: el galardón acabará en manos de Andrej Sakharov, físico ruso disidente, padre de la bomba H soviética.

Pero Xirinacs no para nunca. La vida de Franco depende sólo de las piruetas médicas del Marqués de Villaverde, el yerno, y se esperaba del nuevo régimen (después sabremos que todo estaba ligado) un cambio en su política penitenciaria. Xirinacs podría haberse dedicado a descansar y a esperar, pero su meandro era díficil y lo vivía como el salmón que le da igual la corriente del río: lejos de detenerse, a mediados de noviembre, decide recluirse en Montserrat para seguir reclamando la amnistía, y lo hace con mosén Robert Pons Rovira, sacerdote de las comunidades base de Barcelona, y Rosa Maria Rotllan, faro de los catalanes en el exilio. Empieza la campaña de los Captaires de la pau, con la cual nuestro religioso intenta reconvertir aquel "santuario de consumo religioso" en el templo vivo de todos los catalanes. Con los amigos, se sientan todo el día y duermen en las celdas. Pronto, nueva huelga de hambre.

Pido nuevamente que os imaginéis a Xiri y sus amigos en Montserrat, observados por curiosos y turistas, importunados por el abad del monasterio, Cassià Maria Just, que se cagaba al ver el santuario rodeado de secretas. Algunos sacerdotes le piden que se largue, pero Xirinacs les dice que servidor "no es un pastor de aquellos que se pacen ellos mismos, sino que toman partido en favor del cautivo". Muerto Franco, él sigue esperando la amnistía de los presos. Media Catalunya sube al monasterio para darle agua, ropa y calor. Viaja también Seán McBride, premio Nobel de la paz en 1974, expresidente de Amnesty International y del Consejo de Europa. Os pido que visualicéis también el cansancio, que intentéis sentir el sufrimiento de noches y días sin más alimento que la hache dos o. Se acaba el encierro en Montserrat. Juan Carlos de Borbón es más de lo mismo. Vuelven a casa.

Todo eso lo podéis imaginar, pero resulta más fácil hacerlo en compañía de Xirinacs, el profetisme radical i no violent, un tocho descomunal de 800 páginas que ha escrito Busquets, Lluís Busquets i Grabulosa, mi profesor de catalán de Can Colapi, un libro extraordinario que se lee como una novela de amor y de admiración hacia un ser que en Catalunya, como pasa siempre, es todavía hoy visto por muchos como un freak. Leer esta inmensa biografía, que como dirían los cursis tendría que estar en todas las casas del país (¡y de paso ser leída!), es vivir la biografía de la Catalunya de la guerra (in)civil hasta los días del café para todos. Pero este es también el testimonio de un revolucionario de sí mismo, de un hombre que podría haber sido un pubillet de casa buena y que acabó siendo uno de los activistas pacíficos más reconocidos del mundo, tres veces candidato al Nobel, catalán universal.

Cuando penséis que todo eso del proceso os cansa, releed los capítulos de este libraco extraordinario e imaginad un sólo día, sólo uno, de la vida de Lluís Maria Xirinacs

El libro relata al detalle sus huelgas de hambre, el nacimiento, traición y muerte de la Assemblea de Catalunya (que Xirinacs calificaba, ahora ya se puede decir, como "nuestra ETA") y su fracaso político encabezando el Bloc d’Esquerra d’Alliberament Nacional. Cuando murió, muchos lo tenían por loco, pero él ya pidió la unidad de todos los partidos catalanes, él ya dijo que la nación no podría sobrevivir encorsetada al canon político surgido de la Constitución de 1978, él ya dijo que el problema nostru no es eso de los españoles, sino precisamente la traición de los propios líderes. Yo recuerdo a Xirinacs, de quien todo el mundo se burlaba, todavía plantado en la Plaça de Catalunya pidiendo una asamblea de asambleas de los Països Catalans, exigiendo cambiar la política de partidos por la demótica, toda una serie de quimeras (pensaban algunos) sin las cuales el actual civismo independentista sería impensable.

Abandonada Montserrat, con gastroenteritis y debilitado, mientras todo el mundo celebra la Navidad de 1975 y viendo la cortedad democrática del nuevo régimen, Xirinacs escribe en su dietario algo que se tendría que repetir tantas veces como el archifamoso discurso de Pau Casals en la ONU. La prosa del genio hace llorar: "Yo me voy hoy mismo, Navidad, antes de la comida familiar. Estaré cada día ante la prisión mientras me dejen estar, de sol a sol. Quiero que salgan los presos políticos o que me encierren a mí. Si me detenían, no sólo mantendría la huelga de incomunicación radical con las autoridades civiles y sus representantes (silencio total), sino que también empezaría una huelga de desobediencia total. Sólo me moverán si me arrastran o me llevan de los brazos. Si me dejan de nuevo en libertad volvería a ocupar mi sitio. Jesús no ha nacido aquí, pero el pueblo lo lleva en el sencillo establo de su corazón en forma de amnistía".

Cuando penséis que todo eso del procés os cansa, que estáis fatigados de una lucha consistente en enrabiarse mirando el telediario o saliendo de casa una vez al año para la performance del 11 de septiembre, releed los capítulos de este libraco extraordinario e imaginad un solo día, sólo uno, de la vida de Lluís Maria Xirinacs. Si este fuera un país normal, este volumen tendría un premio del gremio de editores a la osadía y el acierto de Ramon Balasch, si fuéramos más que una mandada de mamuts, Busquets ya tendría el premio "Serra de Plom" o el nacional de biografía. ¡Si fuéramos un país normal, ahora que se trasladará la prisión Model, Xirinacs tendría que tener una plaza, una escuela, unos jardines, un triste recuerdo para el hombre que consiguió, ¡él sí!, que el mundo nos mirara, que solo, poniendo talento y coraje, tuvo más cobertura periodística mundial que el conseller Romeva y sus burócratas.

Pero dos años plantado en la Model deben ser poca cosa y ser candidato al Nobel no debe pasar de anécdota. Si fuéramos un país normal, de hecho, el legado Xirinacs no estaría muerto de asco en la rambla Badal, en un edificio destinado a la demolición, sino en la Biblioteca Nacional de Catalunya o en el Arxiu Nacional, con una sala propia. Pero por si todavía no lo sabíais, sólo somos una tribu, y por eso escarnecemos, todavía hoy, a nuestros genios, a nuestros más altísimos filósofos, como si fueran auténticos locos. Si queréis volver a Xirinacs, comprad esta biografía y llorad de gozo y de rabia mientras la leéis, porque habla de toda nuestra insufrible miseria, de lo burguesa que es nuestra pereza ante la valentía del pacifista impertinente. Volver a Xirinacs es hoy un imperativo, ahora que estamos a punto de vivir una nueva traición de los líderes. Pobrecito, si alzara la cabeza, cómo celebraría haberse dormido, en la montaña.