No hay meando de este larguísimo procés hacia la neo-dependencia que no haya apelado en algún momento a la hipótesis reductiva de los muertos. Existen cosas harto contrastables: siempre que la población catalana ha tenido la inclinación y la honesta posibilidad de autodeterminarse, han sido los políticos (y sus opinadores a sueldo) quienes han disparado con la posibilidad de muertos en la calle como excusa de su parálisis política. Primero fue Marta Rovira, con el objetivo de ensombrecer la no-aplicación del 1-O, y ahora retornan los muertos en boca de todos aquellos que sueñan un procés in saecula saeculorum con la consiguiente paguita garantizada. La excusa de los muertos sólo tiene un objetivo: naturalizar la violencia del Estado como verdad incuestionable para dar así a entender a los catalanes que nunca tendrán fuerza para oponerse a ella. Es el tópico de siempre: gritáis mucho, pero cuando veis sangre siempre acabáis pirando a casita.

Es normal que todos aquellos que abusan de los muertos sean los mismos que se cachondeaban del 1-O antes de su celebración (como los que lo consideraban un dislate de cuatro frívolos entre los que tengo el honor de contarme), y que ahora están haciendo grandes esfuerzos para folclorizar la votación, enganchándola en lápidas de plazas pueblerinas, museización nostálgica que tiene como objetivo hacer olvidar que el 1-O los catalanes pasaron de reivindicarse como víctimas a defender la libertad con el propio cuerpo. ¿Recordáis como antes del referéndum todo el mundo enunciaba aquel tópico según el cual “si un policía pega a una abuela y la foto sale en la portada de The New York Times ya habríamos ganado”? Pues fue la propia población quien se rebeló contra esta pre-condición de víctima política (me pegan, ergo existo) para ganar una victoria física contra la policía española.

Siempre que la población catalana ha tenido la inclinación y la honesta posibilidad de autodeterminarse, han sido los políticos quienes han disparado con la posibilidad de muertos en la calle como excusa de su parálisis política

Aquí el tema, por tanto, no es saber si la población estaría dispuesta a aceptar muertos en la calle para conseguir la independencia, sino que hoy por hoy los ciudadanos ya no están dispuestos a aceptar esta pregunta como válida. Porque lo importante es que aquí nadie quiere condicionar si libertad política a un hipotético muerto, y eso es precisamente lo que no han entendido los que pretenden relegarnos de nuevo al régimen autonómico. Como dijo muy acertadamente Manuel Delgado en FAQS de TV3, los políticos catalanes nunca tuvieron miedo de los muertos en la calle: ¡de quien han tenido canguelo ha sido de los vivos que podían abrazar sus promesas y convertirlas en algo tangible! Mirad de nuevo los numerosos documentales que se han hecho de las interioridades del 1-O en el Pati dels Tarongers. Observad las caras de los consellers del Govern: rostros blancos de miedo… ¡por el éxito que estaba teniendo el referéndum!

No dejéis que os traten como muertos, en definitiva. Molestadlos como lo que sois: una panda de vivos muy cabreada y poco dispuesta a los chantajes de siempre.