Después de siete años de entrenamiento espartano, hay que reconocer en el procesismo una indiscutible habilidad para hacernos tragar argumentos falsos a base de repetirlos con parsimonia de misal. La última versión del nobilísimo proceder consiste en corear la matraca según la cual los defensores de investir a Puigdemont y de reivindicar el gobierno legítimo de la Generalitat, decapitado por Rajoy con el 155, seríamos un grupo de sádicos con el único objetivo de llenar las prisiones de políticos catalanes, unos puristas que no aprobaríamos la presencia en el Parlament de ningún líder que no estuviera dispuesto a sacrificarse por la patria yendo a chirona. El argumento es curioso, y más todavía si proviene de militantes juntistas y/o republicanos, porque quien prometió restituir el Govern a los dos millones de electores que ganaron el 21-D al embate de Rajoy fueron los partidos indepes, no un alienígena purista.

Desde el 27-S, la tradición de presentarse a las elecciones con promesas que los partidos soberanistas no están dispuestos a cumplir mientras las escriben se ha convertido en un clásico, a pesar de que recordárloslo también debe formar parte del espíritu sabelotodo que tanto irrita a algunos compañeros de bando. Cuando se reprochan juntistas y republicanos lo que decían hace pocos meses (insisto: garantizar la investidura del candidato republicano con más apoyo y la restitución del gobierno legítimo de la Generalitat), y a falta de argumentos más sólidos, tarde o temprano entra el segundo clásico argumental según el cual los partidarios de investir a Puigdemont y de confrontarse en el Estado somos aquello que el idiolecto del ir tirando denomina "revolucionarios de sofá". Este es un derivado del conocidísimo "reductio ad Estremerum", según el cual sólo se puede opinar de un conflicto si has sido una de las víctimas reprimidas.

Los que optamos por investir a Puigdemont y restituir el Govern no lo hacemos por sadismo ni heroísmo teatral, sino porque consideramos que afirmar que despliegas una república mientras incumples tus propias promesas es una simple tomadura de pelo

Hay que decir en primer término que, como sabe cualquier persona mínimamente leída, la mayoría de revoluciones sociales han tenido, y bienaventurados fueron en la mayoría de casos, sus instigadores de biblioteca, sus agitadores de salón, y el lector ya es lo bastante mayorcito para buscar miles de casos en que la historia lo certifica. En segundo lugar, como es igualmente sabido, en el análisis de una confrontación (así como en las negociaciones políticas más complicadas, como los acuerdos de paz o de desarme) nunca se tiene que partir de los agentes más afectados en la disputa. Todo eso es bien sencillo de entender y, si queremos tener un diálogo político mínimamente sano, no puede ser que todas las enmiendas a la actual rendición del soberanismo se ventilen bajo el chantaje emocional de afirmar que perjudican la desdicha de los presos o juegan a favor del Estado para que nos reprima más. Los catalanes merecen más nivel.

Los que optamos por investir a Puigdemont y restituir el Govern no lo hacemos por sadismo ni heroísmo teatral, sino porque consideramos que afirmar que despliegas una república mientras incumples tus propias promesas es una simple tomadura de pelo. Los que optamos por tomarnos seriamente aquello que nos habían prometido los líderes surgidos del 21-D no somos unos soberbios que decimos querer ir a la guerra mientras nos zampamos un Old Fashioned en las coctelerías del Eixample, sino ciudadanos que exigen cumplir los compromisos establecidos con los electores antes de intentar urdir cualquier nueva hoja de ruta. Cuando recordamos a los partidos que tramar esta retirada es un suicidio, no lo hacemos para ser las nuevas estrellas del firmamento político, sino porque sabemos precisamente que esta rendición humillante acabará con una generación de activos en que se esconde gente que vale la pena.

Lo único que exigimos, y es una cosa de mínimos, es que los partidos nos digan hasta dónde están dispuestos a llegar. Si el independentismo tiene como tope de acción los autos del TC, que sus dirigentes nos lo digan sin miedo. Si el Estado ha ganado con los encarcelamientos y con el exilio de nuestros políticos, que se reconozca sin más evasivas. Si con este nivel de represión ya nos rendimos, digámoslo claramente, porque lo mejor siempre es lo más verdadero. Y sí, lo siento mucho, escribo eso desde mi escritorio, que es un pedestal tan digno como la chirona, el escaño parlamentario o incluso la estera de pinchos de un faquir. Sólo faltaría.