El deporte es arte tan banal como la mayoría de seres humanos, y es así como a menudo puede resumir el presente de un colectivo e incluso de una nación con una maña cautivadora. Anteayer, causaba un cierto gozo masoquista admirar los rostros de los jugadores del Barça después de haber recibido una paliza jerárquica del Bayern, con aquellos ojos de quien se sabe en decadencia sin acabar de poder explicarse la causa. Cuando parece que el destino o el enemigo nos ha dejado en pelotas, los humanos hacemos aquello tan cobarde de excusar nuestro mareo en la indeterminación de las excusas, y nos inventamos unos tiempos muy convulsos, nos escudamos en la precariedad del mundo y nos complace figurarnos el universo como una voluntad ciega donde nadie acaba de ser responsable de los hechos. Pero es mentira; aunque nos pese, todo tiene una causa, el ahora es fruto de nuestras decisiones pretéritas y la suerte sólo la reclaman los perdedores.

En el caso del Barça, aquello de ayer también es la culminación de una suma de estulticias perfectamente explicables que radica en el peor enemigo del club, unos socios de un coeficiente medio parecido al de una larva, una comunidad de cum laude que han escogido ser representados por este pobre eccema que se hace llamar Barto, un pobre crío que en el mundo de la normalidad no pasaría de conserje, y también por una junta directiva tan corrupta y nauseabunda que incluso pagaba para que los robots de Twitter hablaran mal de sus opositores. Hechos, decisiones, responsabilidades... como así se tiene que llamar el asesinato que representa hacer jugar al mejor artista de la historia (sólo equiparable a José Tomás) rodeado de unos tullidos de precio altísimo que sólo se explican por las comisiones que reportan a los dealers del negocio. Si ayer todavía alguien se preguntaba por qué, que haga memoria y después se vaya a llorar.

Decía que el deporte a menudo es un espejo perfecto del país, y Josep Maria Bartomeu forma parte de esta misma Catalunya que ha vivido siempre con el incentivo de empatar, tan altamente representada por el inquilino molthonorable de la Generalitat ypor una serie de consellers como la replicanta Budó y la llorona Vergés que no pasarían ni la primera ronda de una entrevista de trabajo en una empresa. Hemos dejado nuestro albedrío en manos de esta gente funesta y ahora no podemos tener la cara de preguntarnos por qué nos han metido ocho goles, ni por qué nos tumbaron un referéndum con la simple fuerza de cuatro porras y un tribunal inquisidor. Su ineptitud también ha sido nuestra condescendencia, pues hemos preferido llorar al mosén encerrado y al escapista de Waterloo que pedirles explicaciones ni hacerles cumplir las promesas. ¿Qué ha pasado? Grandes aspiraciones, hombres enanos.

En el grado que quieras y con los matices que quieras, pero de esta decadencia somos coautores

La mirada de los culés hoy se parece mucho a los ojos de los conciudadanos cuando vagan perdidos por la calle. Todo el mundo canta la decadencia y espera el cataclismo, y la particularidad de este tiempo nuestro es que el común del país sabe que la decadencia es el futuro mismo, la posibilidad de un tiempo que cambie las cosas, aunque sea a peor. El confinamiento (y el autoritarismo que se ha derivado de él) nos ha condenado a una especie de presente continuo donde la única noticia resulta la dispersión diaria del virus y saber cuál será la nueva pensada de los mandatarios para excusar su incompetencia. Aburridos de nosotros mismos, nos estamos avezando a renunciar a la posibilidad de un porvenir, sea dulce o terrible, y ya nos parece imposible imaginar un porvenir, así a secas. Prisioneros de un tiempo en blanco, el día de mañana ha dejado de ser una posibilidad; es únicamente la suma de un nuevo clic absurdo en el calendario.

Ahora todo el mundo llora... y los coetáneos se preguntan haciendo posturas trascendentes: "¿cómo cojones hemos llegado hasta aquí"?. Pues amigo, hemos llegado por méritos propios y somos los responsables últimos. En el grado que quieras y con los matices que quieras, pero de esta decadencia somos coautores. Decidimos que nos representaran individuos de una pequeñez alarmante, nos creímos sus cuentos y algunos todavía no tenéis suficiente valor para tildarlos de mentirosos por el simple hecho de que los enemigos los han castigado de una forma tan injusta como insensible. Todo eso lo hicimos nosotros; hay quien se cayó del caballo hace lustros y hay quien lo hará mañana, pero nuestra parsimonia es una partícula de la firma de este contrato que hemos establecido con el cataclismo. De la misma manera que ocho goles no pueden sorprender a nadie, tampoco nadie puede exclamarse de este presente condenado a repetirse matando el futuro.

No me acuses de pesimista, querido lector, porque tú sabes mejor que yo que el mañana es tan sombrío que no osas ni pensarlo. Haces bien en agarrarte a la arena y rezar para que esta cerveza caliente que sorbes te dure hasta el infinito. Disfrútala bien, que vienen tiempos de agua de grifo y manta eléctrica. Y espérate, que sólo nos han empezado a sacar unas onzas de libertad. Ahora la máquina no se detendrá, y de dentro de bien poco echarás de menos incluso estar encerrado en casa con la costilla y los descendientes.