Durante toda la semana, la noticia más leída de este digital nuestro ha sido la crónica que describía como dos jóvenes follaban a plena luz del día en la plaza Hilari Salvador, lo cual implica, en primer término, que usted y yo (sí, sí, usted, no disimule) hemos preferido hacer clic y ver el maravilloso vídeo de esta pareja follando alegremente en la Barceloneta que no indagar todavía más en las desavenencias entre Fachin y Coscu o leer los espléndidos artículos del hermanito Galves y del comadre Vila. Hay que felicitar a los protagonistas del momentum que —en primer término y morbosidades aparte— han conseguido seducirnos echando un polvo con una postura francamente creativa: cuando se folla en un banco, como sabe todo el mundo, la naturaleza manda que el hombre se siente como de consuetud y la mujer suba de rodillas, provocando una disposición natural entre la fuerza de las manos del chico y las nalgas de ella.

Pero aquí no. Después de una noche sin duda creativa, nuestros protagonistas han decidido innovar en el arte del mete-saca. Como ya saben de sobra, porque lo ha visto todo dios, los dos saltimbanquis destacan en el arte de la contorsión: ella, con el cuello tocando el asfalto y mirando al cielo del Mediterráneo, piernas abiertas y con las manos petrificadas en la base del banco mientras él, sentado reglamentariamente pero con la verga abajo, busca el chumino a golpes de cadera, a tiempo de cuatro y pulsación de allegro ma non troppo. Admiramos a los dos atrevidos, ciertamente, no sólo por el arte contorsionista de la hembra (que nos ha hecho venir dolor de cervicales a todos), sino por la fuerza muscular del macho en cuestión, que no sólo es admirable por la solidez cimentadora de los isquiotibiales, sino porque la postura en cuestión (descendiente como el ocaso wagneriano), pide una polla de unas proporciones francamente mayúsculas.

Entiendo que los habitantes de la Barceloneta se hayan escandalizado con la performance y que sufran para mantener el espíritu naïf de sus chiquillos con respecto a la práctica del amor corporal (a pesar de que sus niños, a mi entender, sean sometidos por norma a situaciones mucho más repulsivas que ver a dos bípedos follando, como las comidas familiares o las audiciones musicales), pero a servidor le perturba mucho más el puritanismo de quien se escandaliza por prácticas bien normales que, una vez captadas en vídeo, lo petan en la red. Al fin y al cabo, no hay nada más bello y bonito que echar un polvo en la calle, con aquella mezcla de saltimbanqui y ridiculez que adopta el cuerpo cuando se tiene que meter en las mil y una formas que le ofrece la ciudad. Follar en la calle es un canto a la imaginación, es un puzzle existencial con la geografía de la urbe, una falta nimia como un pedete de abuelo.

Lejos de indignarse o de prohibirlo, como quieren hacer las administraciones insufriblemente rancias o los neocomunistas puritanos, habría que dejar que las parejas de la ciudad, y sus repulsivos visitantes, se ejerciten en el arte amatorio sin trabas

Servidor ha follado en lugares maravillosos de la ciudad, desde el recurso habitual y adolescente de la playa a la aventura frondosa del jardín, y no puedo evitar sonreír con nostalgia cuando paso por un portal o un margen del Gòtic donde todavía se huelen aquellas noches de invierno en que la falda perdía su uniformidad con el fin de abrirse como un telón mágico a la fantasía del ser visto furtivamente. Un buen polvo en la calle es mucho menos perjudicial para Barcelona que los insufribles encuestadores de la plaza de Catalunya y su absurda intromisión en nuestro andar a través de diminutivos (¿Le puedo hacer una preguntita?); una buena verga y un chumino que se restrieguen al aire libre son algo mucho menos hiriente que todos estos cretinos que van con patinete por las aceras del Eixample, mucho menos agobiante que los puestos de cocina multicultural y los pesados que te ofrecen rosas de noche.

El sexo al aire libre se tiene que ver como una excepción, de aquí que lo tratemos con una morbosidad evidente y que nos interese mirarlo en un clic de internet anónimo que nos salva de avergonzarnos. Lejos de indignarse o de prohibirlo, como quieren hacer las administraciones insufriblemente rancias o los neocomunistas puritanos, habría que dejar que las parejas de la ciudad, y sus repulsivos visitantes, se ejerciten en el arte amatorio sin trabas. Y si estás llevando a tu hijo a la escuela y ves a una pareja follando en la calle, cuando el niño te pregunte: ¿Papa, qué hacen estos dos?, simplemente respóndele: Ay, hijo mío, lo que hace siglos que no hace el papa y sólo se lo mira por internet a ver si se le pone dura.