Este pasado verano, alguna de las pocas neuronas que quedan vivas en ERC decidió que el director del Institut Català de la Salut, Josep Maria Argimon, ocupara también el cargo de secretario general de Salut en el Govern. En el aparatchik de los republicanos la idea no entusiasmó demasiado, pues Argimon no cumplía la condición básica de tener carné afín al Espíritu Santo de Lledoners. De hecho, el partido había buscado a otros candidatos que declinaron la oferta, pero la presión del sector sanitario para llenar la inaceptable vacante de una Secretaria en plena pandemia, sumada al hecho de que el protagonista ya formaba parte de la estructura de Salut, ya les valió. Para más escándalo de los mencheviques, Argimon tenía la aprobación de algún antiguo convergente ilustre como Jaume Padrós y el beneplácito de Quim Torra, con quien ha protagonizado alguna rueda de prensa en que destacaba la ausencia de Alba Vergés.

Pero hay miembros de Esquerra que todavía hoy viven amargados por un crimen mucho peor: Josep Maria Argimon es doctor, especialista en medicina preventiva, ha estudiado Epidemiología en la Université Pierre et Marie Curie Paris VI y atención sanitaria en Oxford, entre otras titulaciones que podéis cazar con un vistazo de Google. Argimon es, en definitiva, alguien que sabe de qué habla, algo que contrasta fuertemente con esta lumbrera cósmica que llamamos Alba Vergés, que llegó a consellera porque los republicanos necesitaban a una mujer (cosa totalmente loable, pero no suficiente para liderar el único departament de la Generalitat con un presupuesto estatal) y porque la dignísima llorona había ejercido tareas de administración en el Consorci Sociosanitari d’Igualada y, a su vez, fue responsable de los republicanos en las tediosas comisiones de salud en el Parlament.

Por un proceso natural como la vida misma, desde la llegada de Argimon a la Secretaria, el departament respira más ordenado y sus intervenciones públicas han provocado lo que se espera de un responsable político: generar tranquilidad en un tiempo proclive a la histeria. Hay un prejuicio espantoso que distingue entre cargos de perfil técnico como Argimon y de naturaleza más política como Vergés, una dicotomía absurda, ya que en un gobierno todas las decisiones afectan a la vida de los ciudadanos y, por lo tanto, se incluyen en el ámbito de la cosa pública. La diferencia entre alguien que domina el campo de gestión como Argimon y una que sabe de oído como Vergés es eminentemente política, porque su comportamiento y sus directrices afectan al factor más esencial de lo común: la vida desnuda de los humanos. Un gobierno puede estar repleto de tecnócratas. Da igual: si están, están haciendo política.

Aquí, ya lo sabemos, nadie lucha por la independencia, sino que todo el mundo sueña con poder salvar la poltrona de la Generalitat autonómica y así conservar su fuente de migajas

En un país que se dedicara menos a las sonrisas y se aproximara a la racionalidad, gente como Argimon sería conseller. Si los capataces de Esquerra Republicana estuvieran tan interesados como dicen en ampliar la base indepe, harían todo lo posible para rellenar su militancia de gente competente como el doctor en cuestión, y no permitirían que entre sus consellers hubiera prejubilados que todavía no saben qué ratio de alumnos hay en el país o vendedores de Catalunya al mundo que no pasarían el mínimo examen de inglés. No hay nada más político que la gestión y menospreciarla también es una decisión política. Transites la normalidad o vivas en pandemia, tendrás que elegir más pronto que tarde si quieres rodearte de ineptos como Vergés o de expertos como Argimon. Si repasamos la actual nómina de consellers republicanos, se manifiesta fácilmente como el carné es la medida de todas las cosas.

El lector militante de Esquerra, al leer todo eso que acabo de escribir, intentará replicar con una nómina igualmente ejemplar de consellers convergentes con poca o igual experiencia que Vergés. Es el síntoma de un país que no tiene sentido de estado, y en el que la mediocridad propia se excusa con la de tu competidor. Porque aquí, ya lo sabemos, nadie lucha por la independencia, sino que todo el mundo sueña con poder salvar la poltrona de la Generalitat autonómica y así conservar su fuente de migajas. De hecho, si Argimon continúa este camino, sale airoso con la gestión de su departamento y provoca (como ya está pasando) que la mayoría de periodistas se le dirijan cuando quieren saber alguna información a ciencia cierta, no hará más que aumentar los enemigos que ya empieza a tener en el interior de Esquerra. La política catalana es así, queridos lectores: si haces bien el trabajo, la trituradora del carné pronto te quiere matar.

La política es el arte de escoger, y escoger entre los Argimon y las Vergés para liderar lo que nos queda de país no es una tarea menor. Pobre doctor. Si tiene éxito, que se vaya preparando.