El ministro de Exteriores, Josep Borrell, está llenando titulares desde que ocupó el cargo. Y lo cierto es que no desaprovecha oportunidad para hacerlo, puesto que más bien pareciera que en lugar de apostar por la diplomacia, el diálogo y el respeto como punto de partida para abordar las múltiples cuestiones que afectan a la política española en el ámbito internacional, prefiere liderar un discurso que, en más de una ocasión, le está costando caro. 

Ciertamente, su comentario sobre la “necesaria desinfección” en Catalunya, que dijo en reiteradas ocasiones, no solamente en la manifestación a la que acudió junto a Sociedad Civil Catalana, sino también durante la campaña electoral del 21 de diciembre, va a acompañarle siempre. Es una expresión habitual en el ministro, que ya utilizó en círculos más pequeños cuando se dio “el golpe” a Sánchez en el Comité Federal del 1 de octubre de 2016. Ya en aquel momento Borrell hablaba de la necesidad de desinfectar el PSOE para poder hacer de él un partido fuerte. 

Sonadas fueron también sus declaraciones ante la venta de armas a Arabia Saudí, en el momento en que el ejecutivo se mostró dividido (y bastante descoordinado, como viene siendo habitual) en esta cuestión. Su explicación de que las armas en realidad eran inteligentes y se dirigían de manera muy concreta hacia el enemigo, le supuso también críticas más que justificadas. Y como la desgracia no viene sola, después de hacer este alegato, y a consecuencia del asesinato y posterior descuartizamiento del periodista Jamal Khashoggi, algunos estados miembro de la UE decidieron retirar sus acuerdos en la compraventa de armas con Arabia Saudí. Y ya era tarde para Borrell, claro… aunque seguramente daría igual a tenor de la amistad que une a los Borbones con el rey saudí. 

Después vinieron escenas como la del no escupitajo del diputado Salvador, de ERC, tras su bronca con Rufián. Una bronca que, dicho sea de paso, comenzó sobre todo porque Borrell entendió “racistas” cuando Rufián dijo “fascistas”. Y que, para más inri, ni siquiera había ido dirigida a él, sino al grupo parlamentario de Ciudadanos, en el sentido en que ERC (Joan Tardà lo había dicho la tarde anterior) manifestó que cada vez que les acusaran de golpistas, ellos contestarían llamando “fascistas” a quien les hubiese acusado de semejante cosa. 

Dicho rápidamente: Borrell no se enteró (o sí) de por dónde iban los tiros, y entró a embestir. Lo pongo en duda (el hecho de que supiera que se estaba yendo por la tangente), porque si uno ve varias veces lo que sucedió ese día en el Parlamento, podría dar la sensación de que Borrell quería bronca, y la iba a tener dijera lo que dijese Rufián, a quien tampoco hace falta que le den muchas palmas para que salga a “bailar”. 

No hubo escupitajo. Ni disculpa por la grave acusación de Borrell. Y mientras tanto salía a la luz la sanción que recibió por haberse beneficiado de tener información privilegiada de Abengoa 

Pero lo cierto es que no hubo escupitajo. Ni disculpa por la grave acusación de Borrell. Nada. Y mientras tanto, esos días salía a la luz la sanción que le había sido impuesta por haberse beneficiado de tener información privilegiada de Abengoa a la hora de recomendar la venta de acciones a su pareja. 

Una ya no sabe si una cosa pretende tapar otra, si se dice una barbaridad para poner el foco en ella y despistar así a la opinión pública. Pero lo cierto es que aprovecharse de información en este caso sería motivo suficiente para hacer dimitir al ministro. 

Nada. No ha pasado nada. Y eso que Abengoa ya le hizo retirarse en su día de la presidencia del Instituto Universitario Europeo de Florencia, puesto que su condición de asesor de la compañía era incompatible con la realización de informes “objetivos” que el centro patrocinaba. Aquello se escuchó muy poco. Pero ahora resurge y con atención descubrimos que Borrell ha estado jugando en muchas ocasiones con los límites de lo ético y la legalidad. 

En algunos casos ha pasado página pasando casi inadvertido, como le ocurrió en Florencia. Pero en otros, como ha sucedido esta semana, ha sido imposible frenar el aluvión de críticas recibidas, merecidamente, por su frivolización respecto al genocidio de las poblaciones indígenas a manos de los colonos en América del Norte. 

Porque trató de explicar que la implantación allí fue sencilla puesto que solamente había una lengua (falso), tenían poca historia (también falso) y en realidad, solamente tuvieron que cargarse a “cuatro indios”. En fin, unas declaraciones que, las cojas por donde las cojas, no hay por donde arreglarlas. 

Pero Borrell lo ha vuelto a hacer. Ha dicho que lamenta si su “lenguaje excesivamente coloquial” ha podido herir la sensibilidad de alguien. Y ya está. ¿No le recuerda a alguien? A mí sí. Me sonó a aquello de “Lo siento mucho. No lo volveré a hacer”, que dijo Juan Carlos de Borbón cuando le pillaron matando animales... Y es que al Borbón le gustan las escopetas. 

Recuerdan el uno al otro por muchas cosas. Porque llevan toda la vida ahí, aunque a veces parece que no están. Porque algunos pensaban que eran campechanos y progresistas. Y porque hoy, sobre todo, hay quien señala que por muchas meteduras de pata (graves) que el ministro tenga, es intocable. ¿Por qué? Porque, según dicen, es el Ministro protegido por la Casa Real, lo que implica tener bula. 

Pretenderán contarnos que vivimos en democracia, pero si este es el nivel que tenemos, por parte de uno de los ministros “más inteligentes” que tenemos (según dicen sus compañeros), qué triste panorama nos espera. 

Está visto que nada como la Corona para dejar las cosas atadas y bien atadas. Veremos hasta cuándo.