"Barcelona se ofrece a España": Jaume Collboni, 16 de junio de 2025, el mismo día en que anunciaba el nuevo Thyssen en el antiguo cine Comèdia y la ceremonia de los Goya en la ciudad. Hasta once veces dijo ese día que "Barcelona ha vuelto": ¿de dónde?, ¿y adónde? El titular inicial lo aclara con nitidez. Con eso bastaría para resumir una intención y un mandato. El alcalde nunca ha ocultado lo que entiende por cosmopolitismo y apertura: se entendió perfectamente con la obra de Teatro sin Papeles (profundamente catalanófoba) y se ha entendido hace pocos días con las becas de Guadalajara. También se entendió en 2017: "Con la imagen de los tractores entrando y las editoriales marchándose, aquí nos haremos daño de verdad, al final", dijo Collboni en un acto organizado por Sociedad Civil Catalana (es decir, en terreno amigo). Tractoralia. Gente pequeña, de pueblo. Provincianos. Ilusos.

Es hora de que los barceloneses respondan. Todos estamos de acuerdo en que la deriva actual despersonaliza Barcelona (gentrificación creciente, precios inasumibles, pérdida del comercio de barrio, disposición de la ciudad como simple escaparate turístico…), pero Barcelona tiene un problema añadido respecto a otras capitales: su gentrificación adopta la forma de una madrileñización. El actual consistorio orienta Barcelona hacia el centro peninsular, la "cocapitaliza" progresivamente, la predispone a la decidida apuesta atlántica del reino, la frivoliza como un Las Vegas de marina. Ya nos avisaron ocurrencias como aquella Copa América de inversión injustificada, o la horterada de la Fórmula 1 en el paseo de Gràcia. Ahora la idea se consolida con los monstruosos añadidos de estilo Corte Inglés en la fachada histórica del cine Comèdia, para satisfacer el capricho de la baronesa. El plan no es solo gentrificador, pues: es "pacificador", es sobre todo "devolver" Barcelona al sitio del que creen que no debería haberse movido. Hacerla depender de donde creen que debe depender, también emocionalmente. Como decía hace poco el concejal de deportes, en referencia a la carrera "de la Mujer", pretender catalanizar determinadas cosas es caer en el "provincianismo". Y cada semana, un insulto nuevo. Es hora de decir basta.

El riesgo es múltiple: ya no es solo que el agua en el cuello de los precios de la vivienda llegue hasta las latitudes de Casa Orsola, ya no es solo que se multiplique exponencialmente el número de personas sin hogar, ya no es solo la pérdida acelerada de la clase media que históricamente había forjado la ciudad, o el cierre automático del comercio de barrio: ahora también hablamos de un consistorio que, en lugar de defender la identidad propia, la ataca, la desprecia y la insulta. Y es que, a raíz del pacto PSC-PP-Comuns para hacer alcalde a Collboni, y de la precaria minoría en la que se ha instalado, el consistorio ha acabado adoptando un sistema de toma de decisiones unilateral y despótico. Sería como aquello del despotismo ilustrado, pero sin el ilustrado. Todo para el pueblo, pero sin el pueblo. Esos provincianos, esos ilusos, esa gentecilla que tanto les molesta.

El actual consistorio barcelonés, en lugar de defender la identidad propia, la ataca, la desprecia y la insulta

La sensación de urgencia colectiva, creciente como un chup-chup aún mayor que ese famoso "runrún" de Colau y los "indignados", ha derivado hoy en una percepción directa de divorcio ciudadano respecto a su alcalde y en otro tipo de indignación. Existe a día de hoy en la capital catalana una perceptible atmósfera de rebeldía, que ya no es tanto ideológica como anímica, íntima, existencial. Es inexplicable que el independentismo no haya encontrado todavía una respuesta contundente, fundamentada y eficaz contra la actual deriva del consistorio. Todo el mundo sabe que no puede haber ninguna ambición nacional, con mayor o menor grado soberanista, que no tenga también una propuesta seria (no partitocrática, no mecánica y previsible, no de vuelo bajo) sobre Barcelona. La gente de los barrios, la gente de Barcelona, la que se levantó el 1 de octubre y a la que se decidió apalear, se siente huérfana y a la vez maltratada. Barcelona, hoy, depende cada día más de las conveniencias de Madrid, de la Moncloa o de Ferraz. Pero la capital tampoco necesita que vengan a salvarla desde el resto del país: Barcelona tiene capacidad suficiente como para articular una propuesta propia, porque es pueblo, porque es compleja en sí misma, y porque es ella misma quien debe salvarse.

Collboni está esperando con impaciencia que la extrema derecha —a la que siempre le va tan bien polarizar rebajando el discurso— le haga la campaña. Como si lo viera: los abiertos contra los cerrados, el progreso contra la regresión, los cosmopolitas contra los intolerantes. Es urgente evitar esta manipulación que tan bien le ha funcionado a Salvador Illa, el otro amigo de Sociedad Civil Catalana, o al propio Pedro Sánchez. A Collboni, capaz de defender la causa LGTBI o la causa palestina, pero de decir al mismo tiempo que la causa catalana es una "quimera", a Collboni, destructor de la identidad barcelonesa y de su clase media, le irá perfecto tener un villano de la película. El independentismo debe ser más inteligente que eso. Debe articular una propuesta grande, generosa, constructiva y a la vez contundente. Que demuestre al actual alcalde que el provincianismo, la mirada pequeña, incluso la mirada autoritaria y despótica, quien la encarna es él. Que la gente de Barcelona tiene, en cambio, una "mirada propia" sobre la ciudad. Ah, y sin necesidad de beca.