Cada vez es más evidente, por si alguien todavía no lo había notado, que los llamados poderes del estado, esos poderes ocultos que están siempre y que maniobran en la sombra cuando de descabalgar a alguien que no les gusta se trata y que se extienden de manera transversal a través de la monarquía, los partidos políticos, la judicatura, el estamento militar, la iglesia y el alto funcionariado, quieren cargarse a Pedro Sánchez. El caso Santos Cerdán, hasta hace poco secretario de organización del PSOE y persona de su máxima confianza, ha sido un golpe duro en la línea de flotación que amenaza con dinamitarlo todo, ante el cual, sin embargo, el presidente del Gobierno ha optado por romper amarras con su fiel colaborador, atrincherarse y resistir. Si basta con esto para conseguirlo es la duda principal que en estos momentos plana sobre la escena política española y que, cuanto más tiempo pasa sin una respuesta contundente, más abiertas deja todas las posibilidades.

¿Qué tienen que hacer, en este escenario, el resto de formaciones que apoyan al actual inquilino de la Moncloa, entre las que se encuentran JxCat y ERC? Todas son conscientes de que Pedro Sánchez es objeto de una persecución implacable para cargárselo, pero también que la presunta trama de corrupción en torno a la cual se han movido el citado Santos Cerdán, el también exsecretario de organización del PSOE y exministro de Fomento y de Transportes José Luis Ábalos, el asesor de este, Koldo García, y, entre otros, el empresario y comisionista Víctor de Aldama no parece ninguna invención, sino una realidad demasiado creíble. Y aquí es donde aparece la pregunta del millón: ¿de verdad que el presidente del Gobierno no sabía nada y era ajeno a todo lo que manejaban sus subordinados? El relato oficial del PSOE es lo que dice, y además lo hace enfatizando que la dirección del partido ha actuado sin dilaciones tan pronto como ha conocido las denuncias y está dispuesta a llegar hasta el final caiga quien caiga, a diferencia de lo que han hecho otros, como el PP, que han escondido la cabeza bajo el ala y han tratado de escabullirse cuando les ha afectado a ellos.

No le falta razón, pero la situación no se resuelve acusando al PP de hacerlo peor, como si de una carrera para ver quién es más corrupto que el otro se tratara, cuando, además, resulta que la impresión es que ahora el PSOE está repitiendo exactamente lo mismo que censura con tanta vehemencia. El caso es que son los números dos de Pedro Sánchez, y no unos militantes cualesquiera, los principales implicados en la supuesta red de corrupción, y cuesta creer que él no supiera absolutamente nada como jura y perjura. Porque obviamente sería muy grave que estuviera directamente implicado y fuera, por ejemplo, el máximo responsable, pero también que estuviera al caso de lo que ocurría y no hubiera tomado ninguna medida para cortarlo. Y no queda claro qué sería peor, si eso o que realmente estuviera in albis de todo y no se hubiera enterado de nada de lo que pasaba a su alrededor. En el primer caso sería un corrupto y en el segundo un inepto, pero en ambos quedaría inhabilitado para seguir gobernando. Como sucede siempre en estas circunstancias, judicialmente hay que respetar la presunción de inocencia, pero políticamente hay cosas que no se aguantan por ningún sito.

También es cierto que, en materia de corrupción, quien en este contexto se ha erigido en el principal flagelo de Pedro Sánchez, el PP, no está precisamente en condiciones de decir nada, si no es que lo que pretende es aleccionar desde la propia experiencia. Las caras de funeral que estos días lucen los dirigentes del PSOE y sus aliados no podían ser más expresivas del mal trago que atraviesan. Son caras aturdidas y el propio presidente del Gobierno ha quedado como descolocado. Poner en marcha, como ha hecho, el ventilador y recurrir al y tú más no es justamente la mejor manera de despejar dudas, sino más bien de ensancharlos aún más, y guardar silencio en lugar de tomar la iniciativa y comparecer en el Congreso para dar explicaciones como quiere todo el mundo, y no demorarlas como está haciendo él, tampoco ayuda. La sensación es que lo peor está por salir, y eso sitúa peligrosamente al líder del PSOE al borde del abismo. ¿A qué vino, si no, la repentina reunión con Salvador Illa en la Moncloa, quizás al temor de verse salpicados por la compra irregular de mascarillas durante la pandemia de la covid cuando el actual presidente de la Generalitat era ministro de Sanidad? ¿O es que sencillamente empezó a preparar el relevo?

JxCat y ERC son prisioneros de sus propias malas decisiones

En medio de un espectáculo tan poco edificante, JxCat y ERC se encuentran atrapados en la telaraña que Pedro Sánchez ha urdido durante todos estos años como dique de contención de la llegada de la extrema derecha al Gobierno de España, que es lo que sucedería si PP y Vox obtuvieran juntos mayoría absoluta. Lo que ha hecho ha sido agitar el mensaje del miedo y los otros han caído de cuatro grapas, cuando en clave estrictamente catalana tan malo es que gobiernen los unos como que lo hagan los otros. Es más, de hecho es peor que mande el PSOE, porque, bajo la apariencia de gobierno amigo y en nombre de la democracia, lo tiene más fácil para llevar a cabo políticas que, en teoría sin parecerlo, debilitan los elementos centrales de la nación catalana y, encima, obtienen el efecto deseado sin que nadie se queje ni proteste. Es el principio que tan arraigado tiene el sistema político español de "conseguir el efecto sin que se note el cuidado".

En cambio, con un gobierno descaradamente autoritario en España, que es lo que saldría de un pacto entre el PP y Vox, desde el punto de vista catalán sería más sencillo plantarle cara, hacerle frente y resistir, e incluso fortalecer aún más el sentimiento nacional, porque todo el mundo tendría claro quién es el enemigo y nadie tendría dudas a la hora de defenderse ante un peligro que actuaría de manera directa y a cara descubierta. A diferencia del PSOE, que hace lo mismo, pero bajo mano y por la puerta de atrás. Algo bien distinto sería si el PP tuviera suficiente para gobernar con el apoyo de JxCat y el PNB, que no sería la primera vez que sucedería —cuando JxCat era CiU ya se había dado el caso—, y que nadie dude de que, si los números se lo permiten a todos, el escenario se volverá a repetir como si fuera lo más natural del mundo.

Mientras tanto, JxCat y ERC están envueltos por la telaraña de Pedro Sánchez porque el apoyo al actual presidente del Gobierno, aunque sea como demuestran los hechos a cambio de nada, les permite seguir mareando la perdiz y disfrutar de unas posiciones que con otras mayorías, del propio PSOE o del PP, perderían. No en vano unos y otros gozan de grupo parlamentario propio en el Congreso, cuando por los resultados obtenidos en las últimas elecciones españolas, las de 2023, no les correspondían y se habrían tenido que conformar con integrarse en el grupo mixto. Pero gracias a apoyar al PSOE se benefician de esta prebenda que les aporta una cantidad de recursos económicos nada despreciable, que en el grupo mixto no habrían tenido, y a la que, de acuerdo con su lógica, no parecen dispuestos a renunciar.

Respaldar a un dirigente político señalado por la sombra de la corrupción no gusta a nadie. Ahora JxCat y ERC son prisioneros de sus propias malas decisiones y, en función de sus intereses, no parece que quieran prescindir de una situación provechosa pero incómoda. La incógnita es si Pedro Sánchez tendrá suficiente con los sacrificios de Santos Cerdán y José Luis Ábalos para salvar el estado crítico en el que se encuentra, acosado por la oposición, pero presionado también por los socios de gobierno y de legislatura. La realidad es que el mandato cuelga cada vez más de un hilo, por mucho que él se atrinchere y no quiera adelantar las elecciones, sino que se empeñe en llegar a 2027. Quizá caerá, porque cada día que pasa parece más acabado, pero que no sufra, que no será porque JxCat y ERC tengan intención de hacerle caer.