Por suerte o por desgracia, siempre he tenido amigos españoles. Cuando digo españoles, quiero decir españolistas. No hay nadie más nacionalista que un español, por mucho que se empeñen en connotar la palabra negativamente para conseguir asociar el nacionalismo catalán con los peores episodios de la historia reciente. El hecho es que hace días que muchos de estos amigos y conocidos españoles —que no se conocen entre ellos— se me acercan articulando la misma cancioncita, una que dice: "Me gusta, esta, la Orriols. En las próximas elecciones igual la voto". No sé cuánta verdad hay en esto que dicen. No sé si lo hacen desde algún otro lugar que desde la voluntad de buscar algún punto en común con quien escribe, con el interlocutor. Pero este punto en común no existe. De hecho, que Aliança Catalana sea un partido que resulta ligeramente simpático a una parte del españolismo más furibundo debería hacer sonar alguna alarma a todo aquel que se haga llamar nacionalista catalán. Cuando la prioridad no es la liberación nacional, cuando se priorizan otras cuestiones en nombre de la supervivencia de la nación sin tener como último fin la secesión del Estado español, el marco caricaturizador de las luchas compartidas que siempre se atribuye a la izquierda —catalana y española— se hace perfectamente aplicable a la derecha. O a la extrema derecha, en este caso.
Sílvia Orriols y Aliança Catalana no son ajenos al momento político que vive el país. Sino al contrario: son consecuencia de una cultura política envilecida por el fracaso y la frustración del procés. Y de un gesto de rebote ideológico uniforme en el mundo occidental, claro. Con esto, basta con prestar atención a las sesiones de control del Parlament para darse cuenta de que Illa y Orriols son dos fuerzas políticas que se necesitan. El momento político del país lo aguanta este contrapeso: la pacificación socialista permite a Aliança no tener que hacer un discurso independentista. O tener que hacerlo solo cuando hay que poner distancia con Illa, cuando hay que señalar el fracaso y la incompetencia de los partidos del procés y cuando hay que poner la nación al servicio del discurso deportacionista.
El nacionalista español de derechas que vive en Catalunya ha entendido perfectamente que el independentismo de Orriols es cosmético y que, además, está puesto al servicio de sus mismos intereses
Esta aproximación utilitarista se parece bastante al uso que los partidos del procés hicieron de la idea de independencia, utilizándola como medalla identitaria —"somos los de la barretina"— y como elemento para negociar con los españoles, pero sin ningún tipo de intención de acortar la distancia entre el ideal y el hecho. Sin ningún tipo de intención, a priori, de encarar frontalmente el conflicto nacional y pagar el precio de ir al fondo de todas y cada una de las urgencias que tiene el país, todas ellas atravesadas por nuestra condición de nación ocupada, una cuestión embarullada de resolver. Por eso Aliança las reduce a una sola, fácil de explicar —porque aviva los instintos más bajos— y, a priori, fácil de resolver: la inmigración. Pero si todas las urgencias que tiene el país pueden explicarse desde la inmigración, si ninguna de las urgencias que tiene el país es, como mínimo, multifactorial, ni siquiera la inmigración —problematizándola o no— se está tratando con la profundidad que requiere.
Socialistas y orriolistas se retroalimentan porque ambas fuerzas se benefician de que el conflicto nacional ya no esté en el centro de la conversación política del país. Y esto son malas noticias para PP y Vox, porque para el nacionalista español de derechas que vive en Catalunya, Aliança es una alternativa que les ofrece la protección de sus intereses desde una proximidad geográfica que los partidos de matriz española con el núcleo en Madrid solo pueden fingir. Y desde una unidad discursiva y uniformidad temática que la derecha y la extrema derecha española —por tradición, por estructura, por base sociológica— no tiene. No importa que los orriolistas se hagan llamar independentistas: este independentismo, en la práctica, es solo una fachada que a los españoles que viven en Catalunya no les resulta nada difícil de dispensar. El nacionalista español de derechas que vive en Catalunya ha entendido perfectamente que el independentismo de Orriols es cosmético y que, además, está puesto al servicio de sus mismos intereses. El crecimiento electoral previsto para Aliança estará hecho mirando de reojo el conflicto nacional y valiéndose del momento político que ha hecho que los socialistas estén donde están, por eso su base electoral estará —todavía más— nacionalmente dividida. Por eso cuesta tanto creer en su capacidad para construir un discurso netamente nacionalista y robusto, capaz de revertir el estado de ánimo, el desengaño político y la desconfianza alimentada por el procés. Por eso cuesta tanto creer, supongo, que sea algo distinto a los partidos que nos llevaron donde estamos.