Como anunciamos, la comparecencia en el Supremo del major Josep Lluís Trapero ha revolucionado el desarrollo de la Causa especial 20907/2017. El factor Trapero ha sido demoledor para todos; por la credibilidad que le otorga la valentía de arriesgarse a declarar como testigo, con obligación de verdad, cuando se juega hasta una década de cárcel en otro proceso, por la propia solidez de su testimonio y por haber sido uno de los pocos responsables que no ha intentado convencernos de que lo había hecho todo bien y la culpa era de los demás.

Resulta sonrojante ver cómo, los mismos que llevaban meses presentándolo como el taimado comandante en jefe del ejército rebelde, se suben ahora al carro de su contundente testimonio y saludan su indudable entereza como funcionario público para dar por dictada la sentencia contra los acusados. No se pueden usar a la vez los testimonios de Pérez de los Cobos, el coordinador que no sabía coordinar, y el major Trapero para sostener la tesis de la rebelión porque son incompatibles. Para De los Cobos los Mossos eran el ejército de la rebelión y para Trapero eran unos policías haciendo su trabajo de la manera más leal y legal posible, mientras los responsables políticos de uno y otro lado los usaban como si fueran muñecos de feria. Las dos cosas no pueden ser verdad a la vez. No se pueden dar por válidos los dos testimonios al mismo tiempo: uno excluye al otro; hay que elegir.

La viga maestra que supuestamente sostenía el caso por rebelión se ha derrumbado de manera estrepitosa al saber que el supuesto ejército rebelde tenía planes para detener a los líderes insurgentes

Se antoja ridículo contemplar cómo, ante el derrumbe del caso por rebelión, los mismos que veían en el comportamiento supuestamente cómplice de los Mossos, esa fuerza armada que probaría la rebelión, se agarran ahora a los avisos de los riesgos de violencia de los Mossos al Govern y los presentan como si fueran la nueva y definitiva pistola humeante. Resulta indudable que el testimonio de Trapero y los restantes responsables de los Mossos ha aportado evidencias de la concurrencia de desobediencia, puede que incluso hayan acercado los hechos algo más a la sedición en su grado más leve. Pero aún más cierto parece que la viga maestra que supuestamente sostenía el caso por rebelión se ha derrumbado de manera estrepitosa al saber que el supuesto ejército rebelde tenía planes para detener a los líderes insurgentes si así lo ordenaba un juez.

Igual que el sólido y detallado relato del lehendakati Urkullu dejó en evidencia las declaraciones renuentes, tramposas y claramente evasivas de los responsables políticos del gobierno de Mariano Rajoy, el firme, preciso y bien argumentado testimonio del major Trapero dejó desnudas las sesgadas, insidiosas y equívocas deposiciones de responsables policiales estatales como el teniente coronel Pérez de los Cobos o el comisario Sebastián Trapote. Fue su incompetencia e incapacidad lo que provocó la violencia que turbó y amenazó la convivencia ciudadana aquel 1-O, no las fuerzas de la rebelión.

Quienes nos anunciaron por activa y por pasiva que en el juicio contemplaríamos en todo su esplendor la solvencia y la solidez del Estado tenían razón. Aunque deben estar muy desconcertados por haber tenido que esperar a que el mejor ejemplo de lealtad a un cuerpo y a un servicio público lo aportara Trapero, su malo oficial.