Que el líder del Partido Popular vaya a abandonar la Moncloa casi a la vez que el nuevo Govern toma posesión y se desactiva el 155 no deja de ser una forma de justicia poética; eso sí que es cerrar un ciclo. Aunque puede que uno de los efectos más inesperados del éxito de la moción de censura sea que Carles Puigdemont y Mariano Rajoy estén experimentando o sufriendo a estas horas sentimientos y sensaciones más parecidas a cuanto ninguno pudiéramos imaginar; especialmente el expresidente Rajoy.

Carles Puigdemont se siente ilegítimamente exiliado de su país, desalojado por la fuerza del Estado de su cargo de president legítimamente elegido por sus conciudadanos en unas elecciones libres y democráticas. Escuchando a los portavoces del Partido Popular, especialmente al siempre sobreactuado pero muy revelador Rafael Hernando, queda claro que los populares y Rajoy también se sienten hoy exiliados de manera ilegítima de la Presidencia del gobierno de España, desalojados injustamente del poder por la fuerza de una conspiración tan siniestra como peligrosa.

La diferencia entre uno y otro reside en que en el caso de Puigdemont hay mucho de cierto, mientras que, en el caso de Rajoy, todo es una ficción. Los sentimientos del president se basan en hechos tan controvertidos como que, sin mediar sentencia firme, se halle privado de facto de un derecho tan fundamental como el de elegir y ser elegido. Los sentimientos populares solo responden a un relato construido para empezar a derribar el gobierno de Pedro Sánchez por cualquier medio necesario.

Cuestionar la legitimidad de la presidencia de Pedro Sánchez despunta como el eje central del relato que el PP ya ha empezado a armar para competir en unas elecciones que perciben inevitables a medio plazo

Puede que Rajoy, sus ministros y su partido se sientan ilegítimamente desalojados del gobierno, pero lo cierto es todo lo contrario: nada más constitucional y más legítimo que usar el mecanismo previsto en la propia Constitución para sustituir un gobierno democrático por otro. Incluso bien podría hablarse de que Pedro Sánchez accede al poder con la legitimidad reforzada que confiere vencer en una moción de censura constructiva, un mecanismo donde el gobierno de turno suele jugar con todas las ventajas. En el caso de Puigdemont u Oriol Junqueras, solo el uso y abuso de un mecanismo tan discutible como es la prisión preventiva les impide acceder a los cargos para los que han sido limpiamente elegidos.

Cuestionar la legitimidad de la presidencia de Pedro Sánchez despunta como el eje central del relato que el PP ya ha empezado a armar para competir en unas elecciones que perciben inevitables a medio plazo. Pedro Sánchez ha vendido su alma al diablo separatista y España al independentismo catalán para llegar de manera aviesa y torticera a una presidencia que era incapaz de ganar en las urnas; reponer tamaña injusticia es la llamada que los populares van a repetir una y otra vez a sus votantes como elemento movilizador. Mariano Rajoy, el exiliado de la Moncloa, no renuncia a ser candidato. Lo sea o no, a Albert Rivera se le ha acabado tener la exclusiva de ver solo españoles.