Si la del próximo miércoles es la visita que toca hacer, la fotografía obligada del vicepresident que acaba de ser indultado con el president en el exilio sólo para "quedar bien", quizás nos la podríamos ahorrar. Creo que está de más cualquier concesión de cara a la galería cuando, de hecho, hay tiempo para preparar un encuentro —este sí, imprescindible— con contenidos que den sentido a un gobierno de coalición ERC-JxCat, con apoyo de la CUP. Pero el encuentro de este miércoles, que se hace un poco de paso, viniendo de Estrasburgo y ya que estamos en Bruselas, no parece ir acompañado de ningún intento para empezar a hablar seriamente entre Junqueras y Puigdemont, ni de mejorar —ni que sea una pizca— la relación entre los grupos que representan. Es un julio muy caluroso, y poner en marcha el ventilador para mitigar sofocos es un lujo caro, que puede salir más caro todavía.

Seguramente, para romper el hielo del reencuentro, tanto Puigdemont como Junqueras irán muy bien acompañados. Con el presidente de ERC estarán también Carme Forcadell y Raül Romeva, y asesores de los dos grupos ya habrán acordado algunos temas de conversación en los que, aparentemente, nadie pueda salir trasquilado. Sin embargo, desde la lejanía, pienso que si la fotografía es de paripé, se puede llegar a decepcionar a los centenares de miles de personas que todavía hoy creen en una unidad necesaria y sin concesiones, y que forjan las mayorías en el Parlament de Catalunya. Creo que toda la ciudadanía que construyó un 52% de los escaños para hacer y ser mucho más que una autonomía, que relegó a Cs y al PP a la inanidad y que aplaude a la presidenta de la decimocuarta legislatura Laura Borràs cuando no les deja pasar ni una a los de nombre de diccionario, espera de la visita a Waterloo mucho más que un gesto simbólico obligado... y se merece mucho más que una nueva representación del "ir tirando" ante el enviado monclovita de gesto de asco y "gobierno alternativo" que no pasa de las sombras. Porque es consciente de que hay que hablar más y más a fondo, y evitar nuevas escenas de minué cuando hay temas primordiales por tratar que pueden entorpecer o ayudarnos a ganar coherencia y solidez en un futuro nada lejano.

Propondría, para empezar, que en Waterloo se pusieran de acuerdo en un tema casi de filosofía política: ¿qué es una derrota?

Y, como método, preguntarse si se puede reducir el 1-O a un estrecho ángulo de análisis, a una selectiva recogida de hechos y a unas cuantas ocurrencias de politólogos, cuando en los colegios y delante de las urnas se vivió uno de aquellos momentos únicos en que un pueblo crece, se transforma y se supera a sí mismo... fay se reconoce como único señor.

Si la fotografía de Puigdemont y Junqueras es de paripé, se puede llegar a decepcionar a los centenares de miles de personas que todavía hoy creen en una unidad necesaria y sin concesiones, y que forjan las mayorías en el Parlament de Catalunya

¿Podemos hacer pasar (a la hora de poner adjetivos al 1-O) la derrota de los políticos por una derrota de la gente? Y mucho más grave todavía, ¿podemos aceptar no ver o esconder el compromiso activo, valiente y muy digno de gran parte de la población que se alza de manera autónoma para imponer una determinada estrategia que manipula los hechos para reducirlos a un relato de insuficiencias y cobardías? Me refiero, de manera clara, a la invisibilidad a la cual se condena toda la revuelta del 3-O, que añadió un carácter de clase imprescindible a la innegable transversalidad del 1-O y puso al descubierto las carencias éticas de algunas élites sindicales bien establecidas.

¿Podemos seguir vendiendo derrota sin explicar la misteriosa desaparición del Tsunami Democràtic? ¿Sin explicar la valentía y la fuerza de Urquinaona? ¿O el trabajo de cúpulas partidarias para hacer olvidar los CDR y Meridiana resistentes, y la jerarquización de los represaliados? ¿Y podemos, en cambio, vender como una victoria unos indultos que no han ido acompañados ni por un solo intento de abrir las prisiones?

Ya que el encuentro es en Waterloo, ¿nos podrían explicar (con la ayuda de Gonzalo Boye y todos los letrados que hagan falta) cómo seguirán denunciando la contaminación de las instituciones democráticas europeas por la Santa Inquisición, arbitrarias y medievales, del Reino de España, y por qué no se ponen de acuerdo en potenciar el papel libre de acatamientos forzados que puede tener un Consell per la República más representativo de todo el soberanismo republicano y de todo el independentismo?

Y es que la realidad es que este Estado tiene vías de agua y grietas por todos lados, y cuando una se ensancha, salen más. Nos aconseja Josep Costa en su último libro: "Para entender lo que supone negociar en la posición del derrotado, es muy interesante releer la entrevista a Juan Luis Cebrián que publicó El Mundo en febrero del 2017. El presidente del Grupo Prisa defendía esencialmente lo que se acabó haciendo: prohibir el referéndum, enviar a la Guardia Civil, aplicar el 155 y encerrar en la prisión líderes políticos si era necesario. Si se hacía eso, aseguraba, «entonces el debate ya no sería cuándo conseguirán la independencia, sino cuándo recuperarán la autonomía»".

Pongámonos de acuerdo para evitar la trampa, aunque, seguramente, una tarde en Waterloo no da para tanto. Pero todo es empezar... y hay que hacerlo con buen pie y conciencia de lo que hay en juego para llegar lejos con lealtades compartidas.