Ayer un equipo de mujeres, el del FC Barcelona, ganó por séptima vez, de forma brillante, la liga de fútbol seis semanas antes de cerrarse la competición. Las jugadoras, un auténtico orgullo (y consuelo) para los seguidores y seguidoras culés, están todavía lejos de vivir en igualdad ni el sueldo ni las condiciones laborales de sus compañeros masculinos. Entre ellas compartían el gozo de ser un buen equipo, un colectivo empoderado. Y el público, hombres o mujeres que seguían su juego, participaban de una afirmación personal y plural que se concretó, después del partido, en un cambio de camiseta que lucía en el pecho un emblema feminista. Poco rato, para mi gusto, pero fue un homenaje más a la lucha de las mujeres.
El día antes se sabía que las mujeres de Alella habían montado otro tipo de equipo: una red feminista para no ir solas de noche por las calles. En este caso, querían ganar la liga contra el miedo. Todas las mujeres se merecen pasear, caminar, correr a las noches sin tener que mirar de reojo las sombras de los callejones, ni temer el sonido de otros pasos. Si las redes sirven también para crear grupos de apoyo de la sororidad, bienvenidas sean todas las iniciativas que potencian y liberan. Pero tanto en Alella como en el estadio Johan Cruyff, por hablar solo de dos noticias muy recientes —y si no aceptamos los lavados de imagen habitual y de consumo fácil en los primeros días de cada mes de marzo— podemos ver la gran distancia que todavía queda por recorrer para conseguir una vida más amable y de más equidad para las mujeres. En las condiciones laborales (tierra pegajosa, techos de cristal) para las trabajadoras y profesionales, y en el temor que empapa la vida cotidiana y se traduce en un hecho tan imprescindible en el día a día como volver a casa, por la noche, desde el ocio o el trabajo.
Sin embargo, también esta misma semana, desde la propaganda del Ministerio se nos ha repetido una vez y otra que en este Estado de diferencias rampantes, poderosas sacristías e intereses patriarcales, "igualdad es feminismo". Casi como si ya lo tuviéramos a tocar. Y ojalá fuera así. Pero el hito está todavía demasiado lejos y a veces parece alejarse todavía más, tanto entre nosotros, como por todas partes.
Una derivada cierta de la desigualdad es que tiene sesgo de género, y se une a todas las formas de violencia contra las mujeres y los niños. Crece hasta hacerse insoportable cuando no sabemos cómo dejar de ser cómplices de la crisis humanitaria de la población civil atrapada o huyendo de Ucrania, o del mortal conflicto armado que va desde Siria hasta Yemen, pasando por Afganistán (que quizás hemos olvidado demasiado rápido, sobre todo por los derechos humanos y los derechos de las mujeres) y mucho más allá.
La violencia contra las mujeres no se detiene, y la guerra la hace especialmente cruel. Pero no es honesto obligar a nadie a decantarse por unas víctimas por encima de otras víctimas. Si feminismo es igualdad, lo es también en la condena y la denuncia. Y al poner de manifiesto el sesgo de género de todas las violencias.
Como nos recuerda Amnistía Internacional, son las mujeres y los niños las que más sufren la militarización de la vida diaria mientras proliferan las armas. Cuando la violencia se intensifica, se redirigen los recursos públicos a dar apoyo al gasto militar y "todo eso se cobra un precio elevado e insostenible en la vida cotidiana de las mujeres y las niñas" porque se reduce el acceso a servicios esenciales que facilitan los cuidados, la salud y la vida. Y no solamente en los territorios donde el conflicto está vivo. Lo sabemos lo bastante bien.
Recogiendo las denuncias que ha hecho Amnistía Internacional en los últimos meses, duele que no ocupen los titulares que se merecen los actos generalizados de "violencia sexual perpetrados en la región de Tigre por fuerzas etíopes y eritreas, y en la región de Amhara por fuerzas de Tigre. Estos ataques constituyen crímenes de guerra y pueden constituir crímenes de lesa humanidad". Y también A.I. nos recuerda que el 1 de julio de 2021, Turquía se retiró del histórico Convenio de Estambul, "un marco pionero e integral para combatir la violencia de género y garantizar los derechos de las supervivientes a Europa". Lo valora como un paso atrás enorme para los derechos humanos de las mujeres y las niñas en Turquía, de la misma manera que denuncia el ataque contra el derecho al aborto en Texas, que criminaliza el derecho de las mujeres a su propio cuerpo a partir de las seis semanas de embarazo, es decir, antes de que muchas mujeres sepan incluso si están embarazadas, negando a millones de mujeres el derecho a acceder a un aborto sin riesgos y legal.
La violencia contra las mujeres no se detiene, y la guerra la hace especialmente cruel. Pero no es honesto obligar a nadie a decantarse por unas víctimas por encima de otras víctimas. Si feminismo es igualdad, lo es también en la condena y la denuncia. Y al poner de manifiesto el sesgo de género de todas las violencias. Como dice Amnistía Internacional, "las activistas y las defensoras de los derechos humanos también se sitúan en la vanguardia de la resistencia y las protestas en favor los derechos humanos en otros países, como Ucrania, Polonia, Bielorrusia, Rusia, los Estados Unidos y Afganistán. En muchos casos, lo hacen incluso ante amenazas de muerte contra ellas y sus familias o amenazas de prisión y de lesiones corporales."
Y podríamos recordar muchos más países y muchas más víctimas y activistas, entre ellas las de México... pero todas ellas merecen el apoyo de toda la humanidad.