Sin duda, una de las grandes noticias de estos días es el acuerdo del gobierno de Catalunya con Aena y el Gobierno para ampliar el aeropuerto de El Prat. El asunto presenta diversas y relevantes dimensiones. Abordarlo todo se escapa tanto a la longitud de este texto como a las capacidades de este articulista. Pero hay algunos aspectos que no querría dejar de comentar, aunque sea de forma sintética. He escogido tres que me parecen determinantes, porque conectan con cuestiones de fondo, algunas de las cuales forman parte de discusiones en marcha y que todavía no han sido resueltas, y quizás tardarán mucho en estarlo. Son las siguientes: la trascendencia política e institucional de la decisión tomada por el gobierno catalán; la cuestión del turismo y el modelo económico, y el asunto de lo que se ha dado en llamar "la gobernanza" o, expresado de otra forma, el asunto de la capacidad de decisión catalana, del poder de Catalunya, sobre el aeropuerto.

Trascendencia politicoinstitucional: El president Salvador Illa ha sido indiscutiblemente hábil, incluso pérfido, a la hora de administrar los 'tempos'. Ha esperado a tener resuelto el problema de la falta de presupuestos por la vía de las ampliaciones de crédito y, justo después, ha dado el visto bueno a la ampliación y modernización del aeropuerto. Ha lanzado la bomba que tenía preparada. El sentido político está claro: por una parte, reforzar su narrativa de gobierno que gobierna. De presidente que, tras unos años de parálisis y lío —dice él—, se toman decisiones, decisiones importantes e incluso decisiones difíciles. El líder del PSC no se ha dejado impresionar mucho por las amenazas y las rasgaduras de camisa ecologistas, incapaces de abordar la cuestión de la preservación del entorno de forma racional y ponderada. El segundo efecto buscado resulta más puramente electoral. Illa toma una decisión que, considera, no solamente no le resta votos entre la ciudadanía, sino que, contrariamente, se los da. Especialmente, entre aquellos votantes más centristas, a los que les dice y repite que ampliar el aeropuerto de El Prat es hacer avanzar la economía y volver a situar Catalunya en el sitio que se merece. También, la decisión, le acerca y hace que sintonicen con él los sectores empresariales, tanto de las pymes como de las empresas grandes, así como sus representantes en patronales, entidades y asociaciones. Es un tipo de dinámica que también practica Jaume Collboni en la oposición. Tanto uno como otro se alejan intencionadamente de los sectores más izquierdosos para moverse simbólicamente y sobre el terreno hacia la centralidad. Saben que Junts ha dejado un espacio y, sobre todo, que es aquí donde finalmente se ganan las elecciones. Salvador Illa, y el PSC, en definitiva, han visto en la ampliación de El Prat una forma de reforzarse institucional, política y electoralmente. Lo ha facilitado, por supuesto, que la decisión sea de naturaleza estrictamente gubernamental y no tenga que pasar por el Parlament. Esta victoria Salvador Illa ya se la ha anotado, pase lo que pase en el futuro. Recordemos que la UE tiene que dar semáforo verde al proyecto.

Desgraciadamente, cambiar de modelo económico no es tan fácil —ojalá— como impedir que el aeropuerto crezca

Turismo y modelo económico: Uno de los argumentos de los críticos y los que rechazan la ampliación se fundamenta en decir que, si hay más aviones, podrán venir más turistas. Y ya tenemos muchos, demasiados, subrayan. En el fondo de este tipo de pegas está el descontento con el actual modelo económico de Catalunya. Nuestro país necesitaría mucha más industria, especialmente de esa que tiene más productividad y más valor añadido. En esto, creo, todo el mundo puede estar de acuerdo. El turismo, en este sentido, aporta poco. Algunos se hacen ricos con los ingresos del turismo, mientras que los inconvenientes —las externalidades negativas— las soporta la sociedad en su conjunto. Que los salarios de los trabajadores de los sectores vinculados al turismo sean, en general, bajísimos, paupérrimos, no hace más que evidenciar estas circunstancias. El problema, el error, de la lógica que vincula más vuelos a más turismo es que, desgraciadamente, cambiar de modelo económico no es tan fácil —ojalá— como impedir que el aeropuerto crezca. Limitar los aviones no cambiará el modelo económico, la estructura económica, del país. Hacen falta políticas mucho más decididas, bien encaminadas y más profundas para dejar de depender tanto del sol y la playa (que, como es notorio, son cosas, ambas, que no nos hemos ganado los catalanes, sino un azar de la geografía).

"Gobernanza" catalana: A la oposición de izquierdas, contraria a la ampliación, el dribling de Salvador Illa la ha dejado sentada en el suelo. Ni ERC ni los Comuns pusieron, en su pacto de investidura —porque no quisieron, no supieron o no pudieron—, ninguna cláusula que impidiera las obras. Los Comuns han dicho que desenterraban el hacha de guerra. Pero no sucederá nada grave, ni en Barcelona ni en Madrid. Este espacio político tiene demasiados problemas, de división, de liderazgos, para meterse en guerras muy peligrosas. Mientras tanto, ERC, que impidió en su día que la ampliación prosperara, en contra de lo que pretendía Junts per Catalunya —entonces ambas fuerzas compartían el gobierno presidido por Pere Aragonès—, ha advertido que no se puede perder de vista la cuestión de "la gobernanza" de la infraestructura. Carles Puigdemont, que ha adoptado la actitud de no dar nunca la razón a Illa, ha reivindicado también que en el aeropuerto debe mandar Catalunya. Esta cuestión de quién manda Junts tampoco la incluyó en ninguno de los pactos cerrados con Pedro Sánchez. Que esto no será fácil, en absoluto, lo demuestra, por ejemplo, cómo se cambió el nombre del aeropuerto para que pasara a llamarse "Josep Tarradellas". El Gobierno lo decidió en 2018 y seguidamente se ejecutó. Punto y final. Ni una ni media consulta a Catalunya. Para más escarnio, el ejecutivo de Pedro Sánchez lo aprobó durante una reunión celebrada en Barcelona. ¿Es una jugada con tufo colonial? Sí, por supuesto. Que Catalunya mande, aunque sea en parte, sobre el aeropuerto es complicado. Aena es una sociedad anónima participada en un 51% por el Estado a través de ENAIRE. El resto está en manos de inversores privados. Por ejemplo, el fondo Black Rock, que tiene invertidos entre 1.300 y 1.400 millones. ¿Creen que Black Rock o los demás inversores querrán dar poder, "gobernanza", a la Generalitat, así, 'gratis et amore'? Lo dudo. Menos todavía porque el aeropuerto de El Prat es la gallina de los huevos de oro. Gracias a los beneficios que dan El Prat y algún otro aeropuerto, como el de Madrid, Aena puede compensar las pérdidas en otras infraestructuras españolas y todavía le sobra para tener suculentos beneficios. Nadie quiere soltar a la gallina de los huevos de oro —los beneficios operativos y el precio de la acción de Aena no paran de subir—, si tiene la suerte de tenerla en su corral. Cabe decir, también, que es una cosa, esta de la "gobernanza", que a Salvador Illa, estatalista como es, no le quita el sueño. Hoy, y me temo que por mucho tiempo, "la gobernanza" catalana se limita a la silla en el consejo de administración de Aena que Junts logró en abril para el profesor y exconseller Ramon Tremosa.