Reclamar la unidad es clamar en el desierto. Ya lo sabemos. Lo han constatado incluso los incrédulos que hasta ahora habían creído en ella. La unidad popular no es capaz de remendar la desunión de los partidos. Todo el mundo está harto. Ayer, mientras andaba hacia la facultad, me paró un antiguo alumno, Lluís Hortet, y me preguntó: “¿Cómo llevamos lo de la independencia?”. Y sin que yo dijera nada, se autorespondió: “Mal, ¿verdad?”.  Y le dio la culpa, por supuesto, a la desunión. Puesto que está acabando el trabajo de máster, y el oficio de historiador consiste, también, en buscar en el pasado la explicación del presente, llevaba en la cartera un ejemplar de La Publicitat del 25 de septiembre de 1936. El editorial del diario de Acció Catalana Republicana, el partido liberal democrático integrado en el Front d’Esquerres de Catalunya, era muy explícito: “La unió per la victòria”, que tomo prestado como título de esta columna. Habían transcurrido algo más de dos meses desde el golpe de estado que derivó en lo que sería una cruenta guerra civil. El editorial, que seguramente escribió Lluís Nicolau d’Olwer, el máximo dirigente de este partido que había sido ministro de Economía en el primer gobierno republicano español en 1931, explicaba que era necesario recomponer el Govern de la Generalitat para afrontar las circunstancias excepcionales —y extremas— sin obsesiones ideológicas: “No es hora de discutir puntos de vista doctrinales, es la hora de actuar de una forma coordinada y estructurar la victoria y la paz que le seguirá. [...] La mejor garantía de la victoria es la unión de todos los combatientes dentro de una misma disciplina militar y social”.

La unión por la victoria es una frase retórica. Vacía de contenido si no va acompañada de alguna propuesta de acción política

Los liberales de izquierda reclamaban restaurar el espíritu del Frente Popular y por eso estaban de acuerdo con el conseller en cap, el republicano y conspirador Joan Casanovas, que era una obligación cambiar el Govern y constituir otro nuevo integrado por todas las fuerzas antifascistas. Fue algo así como si ahora se rehiciera el Govern Torra y personas de la CUP —o incluso de los comunes— asumieran algún departamento. La unión se demuestra con el coraje de romper tabúes. El coste que tuvo la desunión en 1936 ya lo sabemos. Si la insensata lucha fratricida de 1936 provocó la agonía republicana que nos costó la imposición de una dictadura durante más de tres décadas, el exilio de políticos e intelectuales y un descardo intento de genocidio cultural, por anunciarlo a la manera de Josep Benet, la desunión precipitó la derrota. En 1939 las bestias fueron los fascistas, evidentemente, con la complicidad de algunos catalanistas que, como los extremistas de izquierda, anteponían la ideología a cualquier otro criterio. De tal palo tal astilla. El totalitarismo es de derechas y de izquierdas. En 1936 la unión por la victoria no fue posible. Nadie cedió ni un milímetro. Y mientras en el frente los milicianos y los soldados intentaban contener al Ejército Nacional, en la retaguardia las persecuciones, los asesinatos y el enfrentamiento entre facciones políticas republicanas desangraban Catalunya. Ahora alguien podría decir que la situación no es tan dramática. No lo sé, que se lo pregunten a los presos y a los exiliados y al montón de personas perseguidas y que se han visto obligadas a responder con su patrimonio por haber facilitado una acción tan simple como democrática de abrir un colegio electoral y poner unas urnas compradas en China.

A cualquier otra persona que me pregunte cómo va eso de la independencia, le voy a responder que recuperar la iniciativa solo depende de nosotros. Hay que intentar no cometer más errores no forzados. Unos días atrás, Ferran Mascarell, que también es historiador —fundó la revista L’Avenç, aunque ahora no se acuerde nadie—, me hizo una observación tan sencilla que uno se pregunta por qué nadie la plantea. Hablábamos de los pactos municipales y del ajetreo provocado por el pacto en la Diputación de Barcelona y su observación fue esta: el gran problema no es pactar con unos o con otros, sino que tú hayas dicho previamente que te autoimpones una línea roja que no traspasarás y que al primer asalto no solamente cruzas la línea sino que lo justificas pensándote que todo el mundo es idiota. Con el reclamo de unidad ocurre algo parecido. La unión por la victoria es una frase retórica. Vacía de contenido si no va acompañada de alguna propuesta de acción política.