Esta ha sido una semana trágica. La tensión en las calles ha derivado en violencia por la desproporcionada respuesta policial. Ningún gobierno demócrata tendría que permitir que la policía tuviera la connivencia que ha tenido con el fascismo o que buscara atropellar manifestantes simplemente para hacerles daño. En el mundo de la sociedad de la información, negar las imágenes es como defender que la Tierra es plana. Una extravagancia. En política, cinismo criminal. El Govern se ha equivocado de estrategia cuando ha intentado parar el golpe de la intervención camuflada poniéndose al lado de la represión apelando a los infiltrados. Ha caído en la trampa que le ha plantado Grande-Marlaska. El Gobierno deseaba que en la respuesta a la sentencia hubiera violencia, para justificar la incomunicación con el independentismo, como se ha visto cuando Pedro Sánchez no ha querido hablar por teléfono con el president Torra. Los gobernantes tienen que saber hablar, precisamente, en los momentos más críticos. Es su trabajo. La política, aunque sea un tópico, previene a los pueblos de la guerra.

El objetivo de los poderes españoles es borrar la injusticia de las condenas con la introducción de un nuevo debate sobre la violencia. Y a eso se ha dedicado el ministro del Interior, especialista en las malas artes cuando era juez, y los responsables de Interior han contribuido a ello con una actitud de sumisión impropia de quien dice estar trabajando para el bienestar del país. Han hecho más verosímil el relato unionista. Miquel Buch es una calamidad. Eso ya se sabía. Pero es que ahora, además, no tiene ningún tipo de futuro político. No es el único. Muchos responsables gubernamentales y políticos se han quemado en las hogueras que han ayudado a encender. Quien no lo vea es que es ciego. El president Torra tendría que tomar medidas si no quiere ser arrastrado hacia el abismo por la pinza que le han estado haciendo los antiguos convergentes y ERC. Quizás es lo que quieren: arrastrarlo por el barro para provocar que caiga el Govern y convocar unas elecciones. Si lo que ha pasado esta semana en las calles, especialmente las de Barcelona, y si el éxito de la huelga general y de las marchas no violentas por la libertad son un síntoma de los cambios profundos que están transformando la sociedad catalana, y en concreto el independentismo, entonces quiere decir que la apuesta de los "moderados" por ERC se verá abocada al fracaso. El independentismo no ganará nada provocando una crisis de gobierno. En las escuelas de negocios enseñan que si una crisis no te hace ganar posiciones, es que no había que fomentarla.

Hay que depurar responsabilidades, de eso no tengo ninguna duda, pero no conviene poner Catalunya en una crisis total que sólo nos perjudicaría

Esta semana hemos estado a punto de olvidar que respondíamos a la sentencia más injusta e inventada de los últimos años. Los argumentos del TS recuerdan la "perversión" de los consejos de guerra franquistas, en los cuales el reo era acusado de "rebelión" cuando quien se había rebelado realmente era el ejército de Franco. Todos los condenados a muerte fueron fusilados con esta etiqueta. Tenemos que hacer entender al mundo que la España actual transgrede los derechos humanos —¿qué es sino condenar a Dolors Bassa por "delitos" cometidos por otra consellera?— y que restringe el derecho a manifestación, no ya de los catalanes independentistas, sino de todos los españoles. Los antiguos dirigentes del 15-M tendrían que estar indignados. Indignados de verdad. La prueba del algodón que demuestra hasta qué punto una movilización pone en cuestión el statu quo es la respuesta que opone el poder. Ante del 15-M no hubo ninguna excepcionalidad, ante el independentismo, la arbitrariedad incluso tiene cómplices, por puro españolismo, de antiguos "indignados". Claro como el agua.

En política hay que saber cuidar el relato y el tiempo. Esta ha sido una semana trágica, emocionalmente dura para todos los que son independentistas, que han visto como el Govern integrado por independentistas era incapaz de estar a la altura del momento. Pero también ha sido una Semana Amarilla. De resistencia. Hay que enderezar la situación y no intentar hacer caer el Govern. No ganaríamos nada. Hay que depurar responsabilidades, de eso no tengo ninguna duda, pero no conviene poner Catalunya en una crisis total que sólo nos perjudicaría. El objetivo no puede ser otro que la defensa de la libertad y del derecho a la independencia. "La bomba y el reniego son, sobre todo, una misma cosa: un desfogue destructor de la impotencia para crear", escribió Joan Maragall el 1 de octubre de 1909. Ahora hace más de 100 años, pues, el gran poeta reaccionaba así a la Semana Trágica de verdad. El independentismo no puede demostrar impotencia. Al contrario. Hace una década que desafiamos al Estado con una creatividad absoluta, con aquella luz en los ojos y aquella fuerza en el brazo que le gusta tanto evocar a Jordi Sànchez. La resistencia popular es lo más preciado de cualquier movimiento y hay que saber usarlo. Ni el reniego ni el fuego ayudan a avanzar. Sólo son munición para los enemigos de la causa y de sus cómplices. Hagamos que esta Semana Amarilla nos haga entrar en la historia por lo que habremos conseguido y no por lo que hemos perdido.