Casi a la misma hora, dos instancias judiciales distintas resolvieron instruir y llevar a juicio a dos familias emblemáticas del subsistema autonómico del régimen del 78. No es poca cosa. Veámoslo.

El juzgado de instrucción número 4 de Castelló (País Valencià) ha dictado una interlocutoria de procedimiento abreviado contra quien fue presidente de la Diputación de esta provincia, Carlos Fabra, aquel franquista reciclado que se tapaba los ojos con unas gafas de sol como las que llevaba Pinochet en un famoso retrato. El Tribunal Superior de Justicia de la llamada Comunidad Valenciana cree que existen indicios que señalan que Fabra escondió su patrimonio para evitar que la justicia y la Administración Tributaria ejecutara su condena por delitos fiscales, por percibir sobornos y blanquear dinero. Además, el instructor ha añadido a la causa a la mujer del expresidente, María Desamparados F.B., así como a dos de sus hijos, a un yerno, a cinco empresarios y a cinco sociedades mercantiles. Se divisa el fantasma de una trama que mezcla la familia, el poder económico y las administraciones públicas. La mafia, ciertamente, actuaba igual.

Por su parte, la Audiencia Nacional ha confirmado la resolución del juez José de la Mata, del verano pasado, por la que propone llevar a juicio a la familia Pujol Ferrusola por los delitos de organización criminal y asociación ilícita, blanqueo de capitales, contra la hacienda pública y falsedad documental por haberse enriquecido a través de concesiones de obra pública. Cristóbal Martell, abogado defensor de la familia Pujol Ferrusola, alega para defender a sus clientes que los delitos de asociación ilícita, equiparable a lo que podría ser un clan mafioso, y el de falsedad documental están prescritos porque las últimas acciones conjuntas datan de 2004. No soy jurista, pero sí historiador, y por eso tengo la certeza de que, aunque un delito prescriba por una cuestión legal, eso no borra lo que pasó realmente. Quiero decir que, si en vez de estar hablando de un hecho coetáneo estuviéramos hablando de unos hechos ocurridos en otro tiempo, evidentemente diríamos que la familia Pujol Ferrusola actuaba colegiadamente para aprovecharse de la circunstancia de que el patriarca, Jordi Pujol i Soley, era el president de la Generalitat.

Puesto que ya he explicado cómo creo que se valorará la tarea de Pujol dentro de cien años, no siento la necesidad de justificarme, porque sé diferenciar qué significaron los veintitrés años de pujolismo del comportamiento ilegal familiar. A la familia Pujol Ferrusola, como al rey emérito, también la ayudaron un montón de cómplices que les fabricaron durante años una armadura para disimilar lo que era motivo de habladurías privadas sobre los excesos recaudatorios del hijo mayor del clan. Nadie puso freno. El president Pujol tampoco, evidentemente.

La construcción de la armadura protectora del régimen ha sido patrocinada por jueces, empresarios, altos cargos de la administración, militares y políticos de todos los colores. Y también por los medios de comunicación públicos y privados

Estas dos familias no tendrán la suerte que ha tenido el rey Juan Carlos I, quien abdicó después de que se destaparan varios escándalos, el menos importante de los cuales era que viviera con su amante en La Angorrilla, como quien dice en la esquina de donde vivía su mujer. François Mitterrand hizo lo mismo, pero en el Palacio del Elíseo y todo el mundo guardó el secreto. “Dels pecats del piu, nostre senyor se’n riu”, reza un dicho valenciano. Que cada cual haga lo que quiera con su moralidad. Pero resulta que Juan Carlos de Borbón y Corinna Larsen también formaban un clan mafioso, pero al por mayor. Es la diferencia que tiene ser el jefe de estado del régimen del 78 o ser, simplemente, gestor de una parte, de un subsistema de poder que actúa con la misma lógica, pero con muchos menos recursos. Afirman los autores de La armadura del rey (un ensayo periodístico que les recomiendo si mañana, Diada de Sant Jordi, no saben qué libro elegir), que su propósito no es ir contra la monarquía. ¡Pues qué lástima!, porque toda la información que ofrecen deja el régimen monárquico del 78 a la altura del betún. No se salva nadie. La monarquía, en primer lugar, aunque la abdicación haya sido el cortafuegos para salvar a Felipe VI, quien no parece que esté muy limpio de culpa. Pero la construcción de la armadura protectora del régimen ha sido patrocinada por jueces, empresarios, altos cargos de la administración, militares y políticos de todos los colores. Y también por los medios de comunicación públicos y privados.

La principal amenaza de la democracia, según Daniel Innerarity, no es la violencia, ni la corrupción o la ineficiencia, sino la simplicidad. La obsesión de la clase política es dominar el relato para justificar sus acciones. Y cuando el relato debe sintetizarse en un tuit o en un titular de prensa, se tiende a la simplicidad o directamente a la mentira, como ocurre a menudo. El libro de Albert Calatrava, Eider Hurtado y Ana Pardo de Vera es un compendio de información. Si en vez de periodistas fueran jueces, ya tendrían hecha la instrucción de un juicio que no se celebrará jamás, el que tendría que juzgar y condenar al rey emérito, a su entorno y más allá: a las monarquías corruptas y autoritarias del golfo Pérsico. Pero los partidos del régimen del 78 se encargaron de que eso no fuera posible, como Donald Trump utilizó su derecho a veto por anular los acuerdos del Cámara de Representantes y del Senado estadounidenses para aplicar sanciones contra Arabia Saudí por la participación del príncipe MBS, que así es como lo denominan, en el horroroso asesinato del periodista saudí del Washington Post Jamal Khashoggi, muerto y descuartizado en Turquía en 2018.

La moraleja que sobresale de estos tres casos es que los mismos periodistas y tertulianos que son capaces de linchar a los Fabra y a los Pujol Ferrusola, se convierten en mansos sirvientes de una monarquía que tiene como grandes financiadores, precisamente, a los jeques que ordenaron asesinar a Khashoggi. Pero aquí no tenemos ningún pelotón de abejas que contrarreste al ejercido de moscas del que disponen los regímenes corruptos para controlar el preciado relato, defender el establishment y para atacar a la oposición, incluso criminalmente. Si no me creen, busquen en Filmin el documental The disident, que me recomendó un amigo y que me tragué anoche sobrecogido. Todos los sistemas políticos son un peligro, tanto da con qué intensidad, cuando se convierten en regímenes. El del 78 español dio las perlas que les acabo de contar y muchas más que nadie, por lo menos de momento, se decide destapar con el riesgo, si fuera necesario, de perder la vida o el bienestar.