18 de octubre de 2013. “Hay que regalarle un pañuelo” porque “se pasa el día llorando”. Esta fue la reacción del portavoz del PSC, Maurici Lucena, ante el anuncio del entonces conseller de la Presidència de la Generalitat, Francesc Homs, de que el MHP Artur Mas no asistiría a un acto organizado por la patronal catalana Fomento del Trabajo y así preservar la dignidad protocolaria del president. La patronal catalana, tradicionalmente sumisa al poder español, y la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría querían humillar al president elegido por la ciudadanía. Y los socialistas entonces se comportaron como monaguillos del PP, que es la misma actitud que adoptaron ante la suspensión de la autonomía con la aplicación del 155. ¿Por dónde anda Lucena? Al exportavoz del PSC en el Parlament y miembro del equipo económico de Pedro Sánchez lo fichó el Banco Sabadell en mayo de 2016. A Francesc Homs lo inhabilitó la justicia (?) española el 28 de marzo de 2017, fue privado del cargo de portavoz de su grupo parlamentario en Madrid y condenado, además, a pagar una multa de 30.000 €. Cómo son las cosas, ¿verdad? Unos lloran mientras otros sacan provecho. Unos pierden y otros entran en el mundo de las recompensas por una puerta giratoria. Cada cual elige su destino. El tiempo juzgará a todo el mundo.

La dignidad de la presidencia de la Generalitat se expresa por el hecho de que no puede renunciar jamás a representar al pueblo a lo largo y ancho del territorio catalán

22 de junio de 2018. “Estos Juegos [Mediterráneos] se celebran en Tarragona. Se celebran en Catalunya. Y se han organizado y pagado, sobre todo, desde nuestro país. Y nosotros vamos a estar ahí porque es nuestra casa. No echarán de nuestra casa al president y al Govern del país. Nunca más. La presencia del monarca de España no condicionará nuestras decisiones. En Catalunya mandan los catalanes”. Así es como justificó el president Quim Torra la decisión de asistir a la inauguración en Tarragona de los Juegos Mediterráneos. En este caso la cuestión de fondo no era protocolaria. Era de concepto. La presencia del rey de España en la inauguración propició que el reducido círculo que rodea al president Torra se plantease un plante al Rey como Mas había hecho con Sáenz de Santamaría. Por suerte, finalmente el criterio cambió, gracias a la presión del entorno más amplio de Junts per Catalunya. La dignidad de la presidencia de la Generalitat se expresa, precisamente, por el hecho de que no puede renunciar jamás a representar al pueblo a lo largo y ancho del territorio catalán. Torra estuvo bien con esa decisión. Los soberanistas no pueden dimitir jamás de representar a su país mientras gobiernen. Hacerlo daría la razón a los unionistas que, como Concepció Veray, la vicepresidenta gerundense del PPC, quieren expulsar a los independentistas de su tierra, como si fueran judíos, porque Catalunya es España. Está claro que, según como, el nacionalismo mata. La historia es, por encima de todo, conflicto y el mundo avanza de combate en combate. De resistencia en resistencia. Solo los pesimistas creen que la historia es una sucesión de catástrofes ante las que no hace falta que nos indignemos. Existen muchos motivos para indignarse. Y para actuar en consecuencia: “Cuando una cosa te indigna —escribió el nonagenario Stéphane Hessel—, como yo me indigné por el nazismo, entonces te conviertes en un militante, fuerte y comprometido”.

El 3 de octubre del 2017 es el día en que la monarquía española se convirtió en patrimonio de los unionistas catalanes

Fomento es una entidad privada y el Govern no tenía ninguna competencia para imponerle nada. En todo caso quien optó por despreciar a las instituciones catalanas fue la gente de Fomento. Lo que está muy en su línea, por otro lado. Frialdad en el primer encuentro entre el rey Felipe VI y el president Torra, quien entregó al monarca los informes del Síndic de Greuges sobre la violencia del primero de octubre y la persecución penal posterior y el libro del reportero gráfico Jordi Borràs con el que ilustrar aquella represión. La escena es impagable. Se ve a un Torra relajado y sonriente, con el lazo amarillo colgado de la solapa, lo que contrasta con la expresión caridoliente del rey de España cuando el primero le entrega los informes y el libro. Parece poca cosa, pero el simbolismo es potente. Después no mediaron palabra. No hacía falta. Además, en la declaración institucional emitida en Barcelona, Torra ya había dejado claro que “desde ese mismo momento, ni yo ni ningún miembro del Govern asistirá a ningún acto convocado por la monarquía española. Igualmente, desde la Generalitat no invitaremos al rey de España a los actos que organice el Govern de Catalunya”. La ruptura con la monarquía es realidad social en Catalunya desde tiempo atrás. Ahora se le ha sumado la ruptura institucional. Se acabó aquella época en que, como explica Jordi Barbeta, Jordi Pujol fantaseaba con la idea de que podía darse una soberanía compartida basada en la mediación de la Corona. Torra ya no podía disimular como si nada hubiera pasado. Lo que pasó en Tarragona no fue gesticulación. La indiferencia es la peor actitud que puede adoptar un independentista. Es el idiolecto de los hiperventilados, que ven una rendición en cualquier gesto que no acabe con un golpe de porra.

La república todavía no es una realidad tangible en Catalunya, pero es un estado mental

El 3 de octubre del 2017 es el día en que la monarquía española se convirtió en patrimonio de los unionistas catalanes. Aquel día el rey de España destruyó la ficción que había hecho soñar a los demócratas catalanes desde el regreso de Tarradellas en 1977. Se acabó la gran confusión. La Corona optó por una posición beligerante contra el independentismo sin calcular el impacto que esto tendría incluso entre el unionismo moderado. Felipe VI ya no es el rey de “todos” los catalanes, si es que lo había sido anteriormente, por propia decisión. Estoy seguro de que ningún español se echará a llorar porque Torra haya renunciado a la vicepresidencia de honor de la Fundación Princesa de Girona en tanto que president de la Generalitat. Al contrario, seguramente los españoles se alegrarán y lo insultarán por haberlo hecho. La ruptura es una realidad. Se va abriendo paso la crisis del régimen del 78. Y quien mejor lo ve desde el otro lado del muro es José María Aznar. Por eso clama para que se aplique más represión a Catalunya y por la unidad españolista. La república todavía no es una realidad tangible en Catalunya, pero es un estado mental. A partir de ahora solo hay que darle forma política. Y para empezar es necesario que el president Carles Puigdemont ponga en marcha, en cuanto pueda, cuando regrese a Bruselas, el Consejo por la República. Cuando eso pase y el movimiento republicano y soberanista tome nueva forma, entonces será cuando deberemos regalar pañuelos a los unionistas.