Todo el mundo tiene un rey en el cuerpo. Muchos comentaristas tienen un sociólogo. El antiguo director del CCCB, Josep Ramoneda, lo demuestra en el último de sus artículos cuando se refiere al supuesto narcisismo independentista representado por Laura Borràs y Junts. Dejando de lado que Ramoneda vuelva a intentar reproducir los argumentos que ya había usado para combatir al pujolismo —lo de los buenos y los malos y el sonsonete derivado de la superioridad moral de los progres—, ahora, además, añade dotes sociológicas para determinar qué representa Junts. Y no llega a conseguirlo, la verdad sea dicha. Afirma Ramoneda que a Junts “ha llegado gente de diferentes procedencias (y, por lo tanto, sensibilidades e intereses también muy diversos) pero su base social sigue siendo, en buena parte, la del pujolismo, amplias clases medias acomodadas en las cuales el patriotismo hace pareja con la moderación”. De esta radiografía hecha a ojo de buen cubero, sin ningún tipo de base científica, sino derivada de un simple apriorismo ideológico, Ramoneda extrae el tópico. Si Junts es eso, entonces ¿a quiénes representan PDeCAT, PNC, Lliures, la Lliga, Convergents, Units per Avançar y el mosaico de siglas que se reivindican herederas del pujolismo? ¿No son estos los moderados que antes se creían con el derecho de clasificar a los catalanes? El mayor de esos grupitos, el PDeCAT, que se desenganchó de Junts por cuestiones ideológicas, reclamando ser la derecha independentista, ¿qué base sociológica tiene?

Todo ello es algo más complejo. Si los que se han escindido de Junts para quedarse en el PDeCAT son, básicamente, cargos municipales y diputados que recelan del radicalismo ideológico de Junts, ¿no sería mejor olvidarse de los análisis de clase para definir los apoyos de unos y otros? El 14-F sabremos quién representa a quién y con qué apoyos cuenta. Si, como anuncian las encuestas, los posconvergentes de verdad no logran superar la prueba, a pesar de que se beneficiarán de los derechos electorales y, por lo tanto, ser considerados el segundo partido del Parlament —lo que es evidente que no son— en los debates televisivos, quizás es que representan otra cosa y que las clases medias no son lo que Ramoneda cree que son. Con los resultados de las primarias de Junts ha quedado claro que el nuevo partido no es la continuidad de CDC. Los incombustibles, por así decirlo, son, dentro de Junts, un 20% y, de nuevo, ligados a cargos públicos que ostentan desde hace años. La batalla entre los diversos PDeCAT que convivían dentro de Junts destruyó la Crida —que estaba llamada a ser el nuevo partido y la síntesis de varias sensibilidades— porque los independientes, esos que Ramoneda dice que han llegado de diversas procedencias, sin especificar cuáles, pero que no han renunciado a su ideología progresista o directamente de izquierda, no pudieron atajar la falta de decisión de Jordi Sànchez y Carles Puigdemont. Se han perdido dos años que habrían sido importantísimos, vista la crisis pandémica actual.

La intelectualidad progre siempre se ha creído superior a los nacionalistas y a los independentistas, como si defender la nación y la independencia impidiera pensar, ser cosmopolita, hablar lenguas extranjeras y apreciar el mundo de las artes. Los votantes de Junts no salen del Auca del senyor Esteve

Supongo que los que malograron la Crida y no supieron leer qué quería la gente, ahora deben haberse dado cuenta del profundo cambio que ha experimentado la base de Junts, que está muy lejos de ser, como insinúa Ramoneda, una pandilla de pequeñoburgueses encaprichados “con una promesa que no avanza”. Los independentistas anhelan un ideal como los socialistas anhelan otro que, de momento, no se ve que haya triunfado en ninguna parte, o como los demócratas que viven sometidos a una dictadura anhelan la libertad. Tan bobos deben ser los unos como los otros, ¿verdad? Además, la posición de Ramoneda es de un conservadurismo extremo, puesto que asume que, si un ideal es difícil de implementar, por justo y razonable que sea, lo mejor es abandonar la lucha. Anhelar la independencia de Catalunya no es más romántico que reclamar el bienestar social o la democracia en Hong Kong.

La base actual de Junts se asemeja mucho a la que tenía la Crida, a pesar de que es mucho menos numerosa, y es de una radicalidad democrática feroz. Me di cuenta de ello cuando hice 10.000 kilómetros rondando por toda Catalunya para organizar lo que habría sido un gran partido movimiento. Si algo pude constatar —asumiendo ahora yo, también, el papel de sociólogo de pacotilla—, es que incluso aquella gente que provenía de CDC —o del PDeCAT— pero que era gente normal y corriente, estaba más predispuesta a deshacerse del pasado que los que ostentaban cargos públicos. Pujol les decepcionó cuando se descubrió su engaño. Los consellers encarcelados que se volcaron a favor de la candidatura de Damià Calvet, en uno de los errores políticos más colosales de los últimos tiempos, hubieran entendido este cambio si hubiesen sabido valorar mejor el por qué del apoyo insobornable de la gente que una vez y otra vez, incansablemente, paga las multas, y organiza actos de todo tipo para reclamar la amnistía, la democracia y la independencia.

Una vez le dije a un asesor del president Montilla que uno de los defectos de los socialistas era que acostumbraban a hacer una caricatura de los convergentes. La obsesión ideologista era el árbol que no les dejaba ver el bosque. La intelectualidad progre, la antigua y la neorepublicana, siempre se ha creído superior a los nacionalistas y a los independentistas, como si defender la nación y la independencia impidiera pensar, ser cosmopolita, hablar lenguas extranjeras y apreciar el mundo de las artes. Los votantes de Junts no salen del Auca del senyor Esteve ni son populistas como aseguran algunos comentaristas trasnochados. Ramoneda reinterpreta el mito de Narciso para afear a Junts y calificar de trascendente la radicalidad que representan Carles Puigdemont y Laura Borràs ante los que renuncian, por lo menos de momento, a la independencia. El discurso de Junts tiene el mismo sentido que el de la primera ministra escocesa, Nicola Sturgeon, cuando reclama un nuevo referéndum en medio de la pandemia. Lo que se aplaude allí también debería merecer el aplauso de todos los independentistas de aquí.